El nuevo papado sigue haciendo correr ríos de tinta en todo el mundo. El interés por conocer cómo va a ser el pontificado de León XIV, mantiene viva la esperanza de una paz justa y duradera, especialmente —aunque no en exclusiva—, en los conflictos de Gaza y de Ucrania.
Pero también se pone el punto de mira en la atención que se va a proporcionar a los desheredados, a los más necesitados de este mundo. Aunque ambos aspectos no son nuevos, ya que forman parte, desde los orígenes del cristianismo, de la doctrina secular de la iglesia.
Se ha llegado a insinuar que fue Francisco quien designó a su sucesor, al nuevo pontífice, restando con ello la libertad de elección de los prelados participantes en el conclave que eligió papa al cardenal Robert Francis Prevost, prefecto del Dicasterio para los obispos.
El nuevo pontífice pertenece a la orden de los agustinos, mientras que su predecesor era jesuita. Aunque tienen otras diferencias. El nuevo papa vivirá en el Palacio Apostólico mientras que su antecesor lo hizo en la Casa de Santa Marta, ambos ubicados en el Vaticano.
Como nos cuenta Manuel Pérez Tendero en su artículo “León XIV”, —publicado en este mismo diario—, la simbología evangélica y cristológica fueron las que inspiraron a León I la elección de ese nombre. Este autor lo enlaza con León XIII y su encíclica Rerum novarum.
Con esta encíclica se va a iniciar la Doctrina Social de la Iglesia. El cristianismo no quería quedar al margen de los problemas nuevos que surgieron en la sociedad industrializada de finales del siglo XIX. Pero, también promulgó encíclicas como la Providentisimus Deus.
Ambos referentes, el del papado de León XIII y el de Francisco, parecen estar en el programa no escrito del papa norteamericano. Pero este último parece tener su propio criterio en asuntos como el de las relaciones homosexuales que seguramente serán controvertidos.
Entre los símbolos elegidos por el nuevo papa, destaca el escudo de su pontificado que incluye elementos del de la orden de los agustinos con el lema acuñado por San Agustín. “In illo uno unum”, es decir “aunque los cristianos seamos muchos, en el único Cristo somos uno”.
Pero sorprende la cruz del sumo pontífice que es un relicario de santos miembros de la orden agustiniana. Entre los que se encuentran los restos del beato español Anselmo Polanco Fontecha, obispo de Teruel, mártir de la persecución religiosa en España, fusilado en 1939.
El gobierno español ha acudido, tanto a los funerales del anterior como a la entronización del nuevo papa. Hemos visto a las vicepresidentas María Jesús Montero y a Yolanda Díaz y en el último acto, también a Félix Bolaños, aunque no al presidente Sánchez.
Más allá de las creencias religiosas, el Vaticano es un estado independiente y, por lo tanto, las relaciones diplomáticas entre estados son importantes. No se entiende la ausencia del presidente, cuyas razones se desconocen, aunque él dijo que por la presencia del Rey.
La participación de las ministras españolas, sobre todo en el funeral de Francisco, ha sido un tanto irrespetuosa, tal como hemos visto en las imágenes de aquel acto religioso. Ellas parecían estar a otra cosa, aunque capitalizando el momento para sus intereses políticos.
Entre los políticos de ese espectro político, ha habido quienes han sido respetuosos con estas creencias. Algunos, como el socialista gallego Francisco Vázquez, han hecho gala de sus sentimientos religiosos y han ocupado puestos como la embajada española en el Vaticano.
Otros, como el expresidente castellanomanchego, José Bono, han conseguido algo increíble. Procesionar bajo palio en el Corpus Christi toledano, siendo cardenal primado de España, Marcelo González Martín, lo que no se le permitió a algunos políticos conservadores.
Pero el señor Bono —“listísimo”, según algunos periodistas que lo han investigado—, ha pontificado sobre todo, incluso sobre cuestiones religiosas. Será así porque el milagro de la multiplicación de los panes y los peces se ha reeditado en su propio patrimonio personal.
Aunque papistas siempre ha habido y en muchos casos solo lo han sido para hacer un uso espurio de la fe católica.
El papa es consciente de que necesita poner en orden, entre otras cosas, las finanzas vaticanas. Aunque también debe profundizar y seguir reparando a las víctimas de los supuestos abusos sexuales cometidos por alguno de sus miembros en el seno de la iglesia.
Pero también debe seguir reconociendo, con la dignidad que se merecen, a las víctimas inocentes y muchas veces vulnerables de la Guerra Cristera en México y de la persecución religiosa durante la guerra civil española, en los primeros años del pasado siglo XX.
Graham Green, en “El poder y la gloria”, recoge la persecución a un anónimo sacerdote adicto a la bebida durante la Guerra Cristera en Tabasco (México). Este cura antihéroe, le dice a su perseguidor antes de ser ejecutado: “[yo] no soy siquiera un hombre valiente”.