El Bautismo de Jesús en el río Jordán por parte de Juan marca el inicio de la misión de Jesús. Exactamente a mitad del evangelio, san Marcos sitúa a Jesús de nuevo en el río Jordán; pero, ahora, ya no en el desierto de Judá, sino en las estribaciones del monte Hermón, en la zona donde Filipo, hijo de Herodes el Grande, estaba construyendo su nueva capital, en el extremo norte de la Tierra Prometida.
La misión comenzó allá donde el Jordán rinde sus aguas al mar Muerto; ahora, en el centro de la misión, va a comenzar una nueva etapa allí donde el Jordán nace, en la fuente principal de Banias. Parece que san Marcos quiere darnos un guiño geográfico para estructurar la misión de Jesús en dos etapas: la desembocadura del Jordán y su nacimiento; el río bíblico aparece como testigo del Reino que Jesús está inaugurando.
La primera etapa de la misión finaliza en la región de Banias con la confesión de fe de Pedro: Jesús, con sus obras y palabras, con sus milagros y su comportamiento, ha sido reconocido como Mesías por parte de los discípulos. Pero, inmediatamente, comienza una nueva etapa, con nuevas perspectivas: es necesario dirigirse a Jerusalén –de nuevo, la geografía– para ser rechazado, sufrir la pasión y resucitar. No hay respiro: la misma escena sirve para finalizar una etapa y comenzar otra.
De nuevo, Pedro interviene, con firme coherencia: acaba de proclamar a Jesús como Mesías y, por tanto, no puede permitir que su misión fracase, que acaben con este Mesías las autoridades de Jerusalén. Pero Jesús rechaza la perspectiva de Pedro. ¡Qué diferencia en apenas unos versículos! Acaba de triunfar como discípulo y, ahora, es comparado con Satanás.
Esta mención del diablo sirve también para unir esta escena con los inicios de la misión en el Jordán. La palabra «Satanás» aparece seis veces en el evangelio según san Marcos: la primera vez, después del Bautismo, cuando el diablo tienta a Jesús en el desierto; la última vez, justamente ahora, cuando comienza la nueva etapa de la misión: la tentación se cierne de nuevo sobre Jesús, pero ahora proviene de uno de sus discípulos, a quien Satanás utiliza para desviar al Salvador de la voluntad de Dios.
Inmediatamente después, leemos la escena de la Transfiguración, donde Jesús es proclamado por Dios, en paralelo al Bautismo, como el Hijo amado.
El Jordán, la tentación y el Bautismo-Transfiguración: existen claros paralelos entre los inicios de la misión y este nuevo inicio en Cesarea de Filipo.
Otro paralelo lo tenemos en el tema del seguimiento: Jesús llama a sus primeros discípulos –Pedro entre ellos–, tras pasar por el desierto; ahora, en la segunda etapa, parece decir a Pedro que se aparte del seguimiento y llama a todos los discípulos para que comprendan lo que significa el discipulado: negación de uno mismo, cruz y seguimiento detrás de Jesús, allá donde vaya.
La primera llamada tiene que profundizarse en una vocación renovada que acepte las dificultades del Reino y asuma el destino de Jesús, su fracaso para el mundo y su victoria según Dios.
Pedro tiene que seguir creciendo, tiene que seguir aprendiendo de la mano de Jesús los caminos de Dios, las claves de la misión. Como él, también nosotros querríamos quedarnos en Galilea, reduciendo la misión a las parábolas y los milagros, a los movimientos con la muchedumbre por las sendas del éxito humano.
¿Es lo que nos pide Dios? ¿Seguir trillando los mismos caminos por Galilea y dar vueltas a las parábolas, repitiendo el mensaje a personas que no quieren escuchar?
¿No nos pedirá Dios dar un nuevo rumbo a la misión, más allá de los encuentros y las palabras? ¿Nos invitará Jesús, también hoy, a dirigirnos a Jerusalén? ¿Podríamos estar impidiendo su deseo, la voluntad de Dios, como Simón en Cesarea de Filipo?
Los que ya hemos sido llamados debemos escuchar las palabras nuevas de Jesús en el corazón del seguimiento: «Si alguno quiere ser discípulo mío, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».