Fue Pedro de Villafranca y Malagón, nacido en 1615 y fallecido en 1684), fue un pintor y grabador del barroco español, natural de Alcolea de Calatrava según Ceán Bermúdez o de Almagro, como se desprende de su firma al frente de las Definiciones de la Orden y Caballería de Calatrava. Vivió en Madrid donde se formaría como pintor en el taller de Vicente Carducho.
Sin embargo, Villafranca destacó especialmente como grabador, siendo su obra gráfica influida también por Velázquez, desde luego muy abundante y variada, hasta el punto de haberse dicho de él que fue “sin ningún género de dudas el mejor grabador del siglo XVII español.

No obstante, su biografía es poco conocida, y consta que sus padres eran vecinos de Almagro, pero se desconoce la fecha y el lugar exacto de su nacimiento. Muy joven debió de trasladarse a la corte madrileña. No hay constancia documental de su formación, que según Ceán Bermúdez habría tenido lugar, como decimos antes, al lado de Carducho, pero su relación con Pedro Perret, hijo del grabador flamenco Pedro Perret, debió de ser muy estrecha pues a la muerte de aquel, en 1639, Villafranca aparece como uno de sus testamentarios.
Noticias postreras a 1660 lo relacionan con Juan de Solís, Juan de Arellano y Antonio Arias, con trabajos diversos de naturaleza, como el dorado de las rejas de la capilla de Nuestra Señora de Atocha, que tenía a su cargo por orden de Su Majestad, y la restauración de las pinturas de la Sala de las Batallas en el monasterio de El Escorial, tarea de la que se ocupó en 1677 junto con Claudio Coello por encargo de Juan Carreño de Miranda.
En enero de 1678 casó a su hija Sebastiana con Juan Antonio de Eguiazábal, contador del rey Carlos II, entregándole como dote una considerable cantidad de regalos, entre ellos un Calvario obra de Pedro de Orrente, manifestándose así la holgura económica que había llegado a alcanzar con su trabajo.
Falleció en Madrid el 27 de julio de 1684 y recibió sepultura en la parroquia de San Sebastián de la calle de Atocha. En su testamento, dado en 1680, declaraba que el rey Felipe IV le había hecho “su tallador de láminas» en 1654, con cien ducados de renta cada año, “que llevaba sin cobrar desde 1659 poco más o menos. Como grabador, su primera obra conocida fueron 13 láminas con estudios anatómicos, realizadas entre 1637 y 1638, una especie de “cartilla para enseñar los principios del diseño”, de la que solo se conservan dos ejemplares: uno en el Museo del Prado y otro en la Real Academia Española. Más tarde las trece láminas fueron incluidas por el librero Domingo de Palacio, a quien se las vendió, en un apéndice de su edición de las Reglas de las cinco órdenes de Arquitectura de Jacopo Vignola, traducidas por Patricio Cajés en Madrid (1651). Posteriores son los retratos de los portugueses Camoens y su comentarista Faria y Sousa aparecidos en la edición madrileña de Os Lusiadas.
Villafranca se manifestará como un excelente retratista, con connotaciones velazqueñas a partir de 1640, como se puede observar en el retrato de Fernando Ortiz Valdés incluido en su “Gratulación político cathólica” (1644) o en el de la reina Isabel de Borbón, cuidadosamente estampado en la Pompa Funeral editada en 1645 con ocasión de su muerte. En 1650 grabó sobre un dibujo de Francisco Rizi e invención de Lorenzo Ramírez de Prado, la portada de la noticia del recibimiento y entrada de la reina María Ana de Austria en la muy noble y leal coronada villa de Madrid, con las figuras de Hermes e Himeneo, y el mismo año empleará con la soltura propia del pintor la técnica del aguafuerte en el retrato del caligrafista José de Casanova, recogido en la Primera parte del Arte de escribir todas formas de letras, pero la influencia de Velázquez se va a acentuar cuando, nombrado grabador del rey en 1654, casi monopolice la estampación de retratos del monarca, inspirándose en modelos velazqueños.
Así el que figura en la Regla y establecimientos de la Orden de Santiago, de Francisco Ruiz de Vergara, obra impresa en Madrid en 1655 por Diego García Morra, para el que se han señalado también relaciones con la obra de Rubens y sus seguidores en el pesado retablo barroco que sirve de marco al retrato. O el retrato de Felipe IV inspirado en el último que le hiciera Velázquez, anteportada del libro del padre Francisco de los Santos, “Descripción breve del Monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial…” impreso en Madrid en la Imprenta Real, 1657, año que también lleva el grabado varias veces reimpreso.
Enmarcado en espléndida orla barroca a Felipe IV, se le presenta como el que ha coronado la obra del Escorial, con una reproducción del Panteón Real y una vista del monasterio en el pedestal tomada del Séptimo Diseño de Juan de Herrera grabado por Perret padre, con la inscripción Opus miraculum Orbis. El libro se enriquece en páginas interiores con diversos grabados de Villafranca dedicados a la obra escurialense, prestando especial atención al panteón, del que se ofrecen junto a los diseños de la planta y alzado algunos detalles decorativos.
Muy numerosos son los grabados a buril o aguafuerte que realizó a partir de 1660 para las imprentas madrileñas, entre ellos se encuentran algunos de los más felices del artista, por la sabia distribución de las luces y su acertada composición, como lo es la portada de las “Definiciones de la Orden de Caballería de Madrid, Imprenta Real, 1662), los grabados de portada e interiores con el aparato conmemorativo diseñado por Sebastián Herrera Barnuevo y Francisco Rizi para las honras fúnebres por Felipe IV, recogidos en el libro de Pedro Rodríguez de Monforte, Descripción de las honras que se hicieron a la Catholica Magestad de D. Felipe IV” bellamente impreso por Francisco Nieto en Madrid, 1666, o la galería de retratos con la vista del Bidasoa en la obra de Leonardo del Castillo, “Viaje del rey nuestro señor Don Felipe IV el Grande a la frontera con Francia” (Madrid,v1667).
De su trabajo como pintor, título que siempre utilizó Villafranca, es poco lo que se conoce, destacando un retrato de Felipe IV fechado en 1657 y conservado en el Museo del Prado, en el que sigue prototipos velazqueños, una “Aparición de la Santísima Trinidad a san Agustín” ,de las Agustinas Recoletas de Pamplona, inspirado en el lienzo de igual asunto de Antón van Dyck, y las cinco pinturas de un retablo dedicado a San Andrés en la parroquial de Matabuena (Segovia), hacia 1652. Tal como afirmo antes, el manchego Villafranca alcanzó gran fama de insuperable grabador.
*Miembro de Número de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales