«La piedra que desecharon los arquitectos se ha convertido en la piedra angular»: esta frase de los Salmos sirvió a los primeros cristianos para comprender el misterio pascual de Jesús. Rechazado como Mesías por las autoridades religiosas y políticas –los arquitectos– y llevado a la muerte, Dios lo ha convertido en piedra angular del nuevo templo que está construyendo, lo ha resucitado para instituir la Iglesia de los creyentes.
Esta expresión no sirve solamente para aplicarla al pasado: también en el presente, los arquitectos de este mundo rechazan a Jesús de Nazaret y construyen un mundo sin Dios, una sociedad sin religión, sin mediador, sin salvador. Pero Dios sigue actuando, continúa construyendo un Reino que, comparado con un edificio, tiene en Jesús la piedra clave, angular; él es la esencia de ese Reino, el futuro de la humanidad.
Otros textos bíblicos nos hablan de Jesús como roca y cimento sobre el que se construyen la fe y las relaciones humanas. El sentido es el mismo: Jesús de Nazaret es cimiento y clave, arquitecto y fundamento de toda construcción que quiera durar hasta la vida eterna.
Junto al ejemplo de la piedra, tomado de los Salmos, las lecturas de este domingo nos hablarán también de otro símbolo, aún más rico, también tomado del Antiguo Testamento, también presente en los Salmos: la figura del pastor.
Jesús es el pastor definitivo, el genuino, el bueno, el bello. El principal pastor bíblico es Dios mismo, pero también se aplicaba esta imagen a muchos dirigentes del pueblo, como Moisés, Josué, los sacerdotes, algunos reyes; en la época de Jesús, los fariseos, con sus enseñanzas, pretendían ser los pastores del pueblo; también existían algunos judíos, desde la época de los Macabeos, que pretendían ser pastores militares del pueblo, para construir un reino desde la guerra santa, con la fuerza de las armas.
Frente a ellos, Jesús se presenta como el pastor definitivo, el verdadero, el enviado por Dios. Los demás han venido por su cuenta y, al final, son asalariados, que se alejan cuando llega el lobo. Jesús es el único pastor que va a dar la vida por sus ovejas, por las del pueblo elegido y por otras, los pueblos extranjeros, que también están llamados a formar parte del redil de Dios.
La imagen del pastor se puede aplicar a Jesús durante su vida pública: caminando por Galilea, con sus enseñanzas y milagros, Jesús pretende guiar al pueblo sencillo por los caminos de Dios. Como el pastor del Salmo, él los sienta en verdes praderas y los alimenta con el pan de su palabra. El milagro de la multiplicación de los panes no significa tanto que hubiera peligro de morir de hambre y Jesús salvó a la muchedumbre; se trata, más bien, de un gesto simbólico por el que Jesús, después de predicar, da el pan para significar que él es el pastor del pueblo, el que ha venido en nombre de Dios para reunir al pueblo de la alianza de los tiempos mesiánicos. No podemos seguir a otro, no existe ningún nombre bajo el cielo por el que podamos ser salvados que no sea el de Jesús de Nazaret.
La imagen del pastor, más allá de la vida pública y los caminos de Galilea, sirve también para explicar la muerte de Jesús: es la lucha contra el lobo, arriesgando la vida; se trata de morir en vez de la oveja, para que ella no perezca. Ahí se demuestra hasta dónde llega el amor del pastor, hasta dónde le importamos las ovejas. Él nos conoce una a una, nos llama por nuestro nombre, nos quiere hasta el extremo, se ha hecho amigo de cada oveja y nos ha regalado su dignidad.
Por fin, la imagen del pastor se aplica, ante todo, a Jesús resucitado. Ahora, sí puede ser el pastor universal, puede llegar a todos los rebaños para reunirnos a todos, ahora puede conducirnos a los apriscos del cielo, a donde él ha entrado como precursor. Todo descarrío puede ser ya reconducido, hasta el de la muerte: él nos sale a buscar a todos los rincones, incluso a los infiernos, para llevarnos sobre los hombros a los pastos verdes de la misericordia del Padre.
Piedra y Pastor: detrás del Resucitado somos edificio en construcción y pueblo en camino. Estamos construyendo una sociedad nueva y estamos recorriendo la historia para llegar al aprisco de Dios, con Jesús: él vive, nos cimienta y nos conduce.