Cuando el Reino Unido recibe la incomprensión generalizada del resto de Europa, buena vasalla de los Partidos Políticos, sustitutos de los viejos señoríos, la Europa de Alemania está incurriendo en la brutalidad ignorante de quien no sabe todavía qué es la libertad y cómo se conquista. Alemania, que debería por pudor mirarse un poco a sí misma y a su reciente historia abundantemente letígera, mira ahora a través de sus subiditos representantes, con hilaridad y desprecio, al Reino Unido, como cuando Goering dijo aquello tan solemnemente gracioso de “ha comenzado el planchado de Inglaterra” para referirse al masivo bombardeo de las ciudades británicas. También a los alemanes les parecía simpáticamente inútil que las casi írritas ciudades inglesas se defendieran al principio con la elevación de muchos globos, como de feria, para ocultar de algún modo los edificios de vecinos a la carnicera Luftwaffe y su aguilucho depredador. Pero los pequeños ingleses y sus monerías resultaron realmente grandes. Las armas del espíritu más temibles son la dignidad y el honor, que hacen incluso de las armas materiales más pequeñas las más formidables. Antes del referéndum que llevó a los ingleses al Brexit – el pecado monstruoso de la pérfida Albión es usar la democracia: pedir a su pueblo la adhesión a la UE-, Theresa May era cerradamente europeísta, e hizo una apasionada campaña en favor de permanecer en la UE, pero luego, viendo en vivo el insolente comportamiento del IV Reich, ya se encuentra en las posiciones de Boris Johnson, aunque su nueva posición, por llegar demasiado tarde, quizás no evite su caída. Inglaterra quiere seguir siendo un pueblo digno, como ya lo era en el siglo XIII, manteniendo su honor nacional intacto.
Porque cuando Europa vislumbró por vez primera la libertad política, y no con claridad, los ingleses ya llevaban siete siglos viviéndola e incorporándola a los genes que fundamentan su poderoso linaje nacional. Ya en 1215 una coalición de grandes barones arrancó al rey Juan la Carta grande sobre los derechos individuales. Y esa Carta grande fue de época en época recordada y confirmada por la mayoría de los reyes. Entre los siglos XIII y XVI se registran más de treinta confirmaciones. Y no era sólo confirmada la Carta, sino que se daban nuevos estatutos para sostenerla y desarrollarla. Rigió sin laguna ni intervalo. El pueblo inglés tuvo una Edad Media en que se proclamaron máximas y principios de libertad que jamás la legislación inglesa perderá de vista. Las leyes, defensoras de la libertad, han sido durante muchos siglos suficientes para legitimar y sostener las reclamaciones contra la arbitrariedad política y la tiranía. El derecho de reunirse y estar armado, la independencia de las administraciones y jurisdicciones municipales son hechos de la vida política inglesa que son efectivos ya en la Edad Media. Ello explica que cuando llega el siglo de la Reforma religiosa sólo Inglaterra esté preparada para convertirla en una reforma política. El ansia de libertad religiosa en el seno de la Reforma inglesa se convierte en un ansia de libertad política y de fuerza moral incontenible. Ya no se trataba de quitar al Papa para multiplicar al Papa en los obispos, sino de pensar con libertad – el libre examen – sin ataduras jerárquicas. ¿Y a este primer paladín de la libertad en Europa lo quiere despreciar el teutón cruzado?
El aislamiento moral en el que ha vivido el pueblo inglés con respecto a la Europa de los jefes y jefas de Partido le ha preservado sin duda su dignidad política y nacional. Jamás elemento antiguo perece completamente en Inglaterra; jamás elemento nuevo alguno triunfa absoluta y totalitariamente en Britannia; jamás ningún principio político alcanza un dominio exclusivo de la sociedad inglesa. Siempre diferentes fuerzas están presentes simultáneamente en el devenir inglés. Frente a las sucesivas biblias totalitarias que han regido Europa los ingleses han tenido siempre la sabiduría de examinar con distanciamiento las novedades políticas. Por eso es la Nación que más ha combatido el comunismo y el nazismo. Por eso es la Nación que más se ha parecido a Roma. Porque ha sabido coger lo mejor de cada sistema político. Este desarrollo simultáneo de las distintas formas de gobierno bajo la Corona de los Plantagenet ha contribuido mucho a hacer llegar a Inglaterra más rápidamente – y más profundamente – que a ningún Estado continental al objeto de toda sociedad, es decir, al establecimiento de un gobierno a la vez regular, previsible y libre.
Inglaterra sólo volverá a colaborar con Europa cuando Francia, que siempre ha encerrado el cuadro de la civilización europea moderna, vuelva a pintar como pintaba en Europa en la época de De Gaulle, o incluso de Sarkozy. Sin la preponderancia francesa, el camino de la UE es peligroso e imperial. Siempre ha correspondido el sistema de equilibrio europeo a la inteligencia inglesa, y ésta ya ve como imprescindible la vuelta de la grandeza de Francia.
El largo proceso del Brexit ha seguido una “política fabiana”, en la que son expertos los ingleses. Dicha política, que recibe su nombre del dictador romano Fabio, contenedor del ímpetu de Aníbal, consiste en una táctica de dilación y paciencia, evitando una vigorosa confrontación directa, y por la que se saca contra el “adversario” más ventajas. Afirmar ahora el gobierno de España que nuestro país va a pilotar la diplomacia europea es, desde luego, de traca. Hoy hasta los laboristas de Corbyn romperían con Europa por amor a la libertad y decoro nacional. Por lo que ya no importa quién sea el Primer Ministro, porque el Reino Unido recuperará su total soberanía.
Nuestro país, aún vasallo fidelísimo de los boches, debería saber que Inglaterra pinta mucho. Bien es verdad que los Planes de Estudios actuales sólo pueden dar políticos y políticas verduleros y verduleras, gañanes y chonis, que quizás no se percaten de quién es Inglatera. Muy probablemente la salida de Inglaterra precipite la salida de Bélgica, cuya capital es la capital de la Unión, de Holanda y de Italia. Efectivamente Holanda y Bélgica, pequeñas potencias siempre en guardia respecto a los “grandes” del Continente, costeras del mar del Norte, tradicionalmente protegidas por la marina de los británicos, se van a avenir mal a un sistema en que no entren los anglosajones. Respecto a Italia sólo recordar que Amintore Fanfani declaró en su día que Italia no entraría en la Comunidad Económica Europea mientras Inglaterra no ingresase en la misma. Luego están Austria, Bulgaria…Quizás estemos asistiendo al hundimiento del IV Reich, y España debería situarse en un lugar seguro y honorable, y no en una Armada hundida en el mar de la eterna mentira.
*Martín-Miguel Rubio Esteban es catedrático de Latín y doctor en Filología Clásica