Tremenda situación. Trágica. Una pandemia brutal, insospechada y sin precedentes que se está cobrando vidas y formas de vida. Que une al dolor de la pérdida, el dolor de una despedida imposible. Una situación que soportan con presión, con mucha presión, aquellos que por sus propias circunstancias están en primera línea de acción para que la mayoría, en retaguardia, podamos tener la esperanza de que esta infección no acabará con todo.
Trabajadores en los hospitales, en las residencias de mayores, dependientes y reponedores, policías, militares, repartidores, trabajadores del servicio de recogida de basura y una larga lista en la que cabe esa persona en la que estás pensando, ese colectivo al que le agradeces su entrega. Esos que sí están intentando aportar soluciones.
Y también el Gobierno y los Gobiernos. La circunstancia ha hecho que sean estos que tenemos, el de España y otros 19, los que tienen que soportar la presión de luchar no solo contra la pandemia terrible, sino también con la falta de posibilidades de haber tenido todo el material, toda la previsión, todo el personal, todas las UCI que se necesitan cuando el número de enfermos se dispara. Y tienen que intentar soluciones nuevas para un problema sin precedentes ni en su gravedad ni en su magnitud. Y puede que se equivoquen, pero no pueden darse a sacudirse culpas ni a echárselas a otros. Ellos tienen la presión y la responsabilidad de procurar que sus ciudadanos y ciudadanas tengan razonables expectativas de una salida lo menos traumática posible. No gastan demasiado tiempo en echarle la culpa a quienes dejaron plantilla, construcciones y material en estado de recorte, ni se preocupan como primer pensamiento en saber de quién es la culpa de este o aquel abastecimiento. Por más que tengan quejas, la mayor parte de las veces lógicas, ofrecen, tras la queja, la propuesta de solución.
A esa presión que soportan procedente de la situación se le añaden las presiones. Unas, legítimas (trabajadores con insuficiencia de material de seguridad, autónomos, nuevos parados, empresas con dificultades… Tantas…) y otras absolutamente interesadas de los que han confundido al enemigo o hacen como que lo han confundido. O, como dice un ilustre comentarista deportivo, los que no quieren ganarle al coronavirus, sino al gobierno. Son a estos a los que habrá que preguntarles a qué se dedicaban en los meses en los que su país y sus compatriotas, en los que España y los españoles, pasaron los peores momentos de, al menos, los últimos 80 años.
Pedir impúdicamente la añadidura de dos huevos duros sea lo que sea que los gobiernos hagan, profetizar el pasado, levantarse cada mañana buscando el insulto más grueso, inventado el bulo más bestia o dejando ir el exabrupto que solo pretende encender la rabia en sus compatriotas, son modos de presión inaceptables. Unos, los autores, con objetivos claros. Otros, cómplices necesarios, soltando en los grupos de WhatsApp, en las cuentas de las redes sociales, la primera noticia que se les cruza sin un mínimo de averiguación y crítica, sin pararse a pensarlo ni un solo segundo o contribuyendo deliberadamente a su difusión. Los primeros, buscando objetivos de desestabilización o de captación de voluntades. Los aventadores, contribuyendo conscientemente o no a ello y quizás creyendo que le hacen un servicio a sus conocidos difundiendo desgracias y miedos falsos. ¡Como si no tuviéramos cada uno bastante con nuestros propios miedos ciertos y nuestras propias inseguridades! ¡Cómo si no hubiera ante nosotros un horizonte lleno de incertidumbre a las que, por el momento, no hay modo de dar respuesta! Y de los que inventan mentiras no se pueden esperar disculpas, pero de los que las avientan tampoco se conoce reconocimiento de que su anterior contribución era una mentira.
Añádase a aquellas presiones no legítimas la de los que lo saben todo: ganar un mundial de fútbol, frenar la pandemia, encontrar la vacuna o hacer mejor que nadie una barbacoa o un tiznao. Y no, no es un especialista para cada cosa. Es la misma persona que sirve para todo. Son tan listos… Algunos se disfrazan de tertulianos en sus múltiples versiones. Otros se han convertido en youtubers pidiéndonos que, ya que están judicialmente condenados por inventar entrevistas en tema escabroso, nos creamos ahora que sirven a la verdad informativa. Otros nos dan la brasa directamente sin esperar a las cenas navideñas.
Unos y otros deberían pararse a pensar que, del mismo modo que procuraríamos no toser en la cara de nuestros amigos, no estaría mal procurar no contagiarlos tampoco con bulos, exabruptos, histerias y ocurrencias. No digo yo que nos mantengamos confinados respecto a las redes sociales, pero estaría bien mantener la distancia higiénica de seguridad.