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28 marzo 2024
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      La Hermandad de la flagelación tampoco pudo salir en procesión / Elena Rosa
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Por un programa patriótico y republicano de izquierdas (I)/ Imperialismo, lucha de clases y liberación nacional

Por un programa patriótico y republicano de izquierdas (I)/ Imperialismo, lucha de clases y liberación nacional
David Alcázar
Actualmente, nuestro país pasa por una crisis socio-económica y política sin precedentes. Pero esta problemática no es nueva y tampoco afecta en exclusiva a España… por lo que es necesario remontarnos atrás en el tiempo.

Actualmente, nuestro país pasa por una crisis socio-económica y política sin precedentes. Pero esta problemática no es nueva y tampoco afecta en exclusiva a España… por lo que es necesario remontarnos atrás en el tiempo.

La política colonialista occidental de dominio mundial podemos rastrearla en los periodos de los grandes descubrimientos (siglos XV-XVI) pero no sería hasta la consolidación y desarrollo del capitalismo cuando ésta alcanza su máxima expresión: nace el imperialismo.  No obstante, las contradicciones inherentes al propio sistema capitalista (la riqueza social es enajenada por un puñado de personas) señalaban sus propias limitaciones y lo que es más importante: la necesidad objetiva de su superación. Así surgieron las teorías socialistas y marxista en los siglos siguientes.

El expolio de los países imperialistas a las naciones dependientes generaba inmensas riquezas para los capitalistas occidentales e incluso parte de las mismas alcanzó también a sectores de las capas populares. Esto no fue casual pues respondía a un interés claro de las oligarquías capitalistas de otorgar una mayor estabilidad al bloque imperialista, apaciguando la lucha de clases, mediante el soborno sistemático de parte del pueblo trabajador.

Así nació la mal llamada “clase media” (no se trata de una “clase” sino de capas que se encuentran entre ambas clases: la burguesa y la asalariada), que en las décadas posteriores crecería y jugaría un papel fundamental a la hora de dividir y enfrentar a la mayoría social trabajadora entre sí (generando el caldo de cultivo fundamental para el ascenso del fascismo). Y con ello, pronto surgieron elementos procedentes de esos sectores populares cuyo discurso socialchovinista enmascaraba su traición a la causa de la clase obrera (a la que decían representar) sirviendo fielmente a los intereses de la patronal y de las grandes empresas monopólicas (imperialistas al fin y al cabo).

 

Contrario al internacionalismo

A finales del siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX, cuando el capitalismo imperialista se consolidaba y expandía, los marxistas consecuentes combatieron todo planteamiento contrario al internacionalismo proletario en el seno del propio movimiento socialista, que era defendido por algunos intelectuales que tergiversaban el marxismo y lo utilizaban para justificar su nueva posición privilegiada dentro de la sociedad imperialista como aristocracia obrera.

Sin duda, esto repercutió en el movimiento socialista emergente del momento, y llevó a la “bancarrota de la II Internacional” (que propició la ruptura entre socialistas y comunistas), tras la I.GM, cuando los primeros apoyaron a sus respectivas burguesías nacionales en vez de derrocarlas como se estableció previamente (e incluso reprimieron, junto a la reacción, las revoluciones proletarias que estallaron al acabar la “Gran Guerra” como sucedió en Bulgaria, Finlandia, Alemania, Hungría, etc.). Consecuentemente, años después, nació la III Internacional con el triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917.

El propio Lenin señaló acertadamente que el capitalismo, en su fase imperialista, se caracterizaba por ser la etapa superior de desarrollo del capitalismo puesto que se trataba del culmen del proceso de socialización de la producción (al modo capitalista y no socialista obviamente) que se manifestaba en la conformación de grandes monopolios económicos trasnacionales que imponían sus intereses a los estados hasta el punto de secuestrar la soberanía de los mismos e incluso saquearlos sistemáticamente (tanto el propio como los ajenos) propiciando conflictos sociales y guerras si eso significa aumentar los beneficios empresariales.

En la actualidad, existen multitud de ejemplos en nuestro país que demuestra lo acertado de dicho análisis como pueden ser los sucesivos rescates bancarios por parte del Estado a la banca, mientras que éste además trasgrede los derechos de sus ciudadanos, que tanto dice defender, ejecutando desahucios (el derecho a la vivienda queda en papel mojado ante los intereses de la banca y el sector inmobiliario).

 

Esperanzas para millones de asalariados

La consolidación del primer país socialista en el mundo, la URSS, llenaba de esperanzas a millones de asalariados (y de naciones oprimidas) pues veían que la emancipación de la mayoría social trabajadora (y nacional) era posible. Fue así como la lucha de clases en las décadas siguientes, bajo el paraguas de la URSS, se decantó progresivamente del lado de los trabajadores y demás explotados. Si el imperialismo quería sobrevivir no le quedaba otra que bien endurecer la represión y recurrir al fascismo para evitar la revolución social o bien potenciar políticas sociales en favor de las capas populares y la clase obrera (socialdemocracia) para frenar el empuje revolucionario.

En varios países triunfó el fascismo, en otros no, aunque las democracias occidentales no dudaron en apoyar (más o menos abiertamente) a las fuerzas fascistas y dictaduras ultraderechistas si eso significaba frenar el auge del comunismo (tanto en el interior como en el exterior): la política de “no intervención” durante el periodo de entreguerras en el conflicto civil español (1936-1939) y el apoyo posterior a la dictadura del general Franco de países como EEUU (y su ingreso en la ONU) son muy buenos ejemplo que además tuvieron lugar en nuestro país.

Tras la Segunda Guerra Mundial,  el papel fundamental que desempeño la Unión Soviética (y las guerrillas comunistas en los países ocupados) para la victoria aliada sobre el fascismo, generaba una gran preocupación a las potencias imperialistas por lo que rápidamente desencadenaron una “guerra fría” a la URSS y al comunismo.

Ante las presiones populares y obreras, que los países imperialistas “democráticos” sufrieron, no le quedó más remedio a la burguesía que apostar por medidas que conciliaran las demandas sociales y democráticas de la clase trabajadora y el pueblo con el capitalismo imperialista; así se impuso la socialdemocracia clásica hasta la década de los setenta. Ésta consistía fundamentalmente en la redistribución de parte de los beneficios del expolio imperialista, por medio del mal llamado “estado del bienestar”, para evitar así que las ideas comunistas triunfaran también en Occidente. Pero este sistema estaba condenado a no durar por mucho tiempo…

 

En los años setenta

Todo cambió en los años setenta por diferentes factores. En primer lugar, la crisis del petróleo (de 1973 y 1977) que implementó la decadencia del bloque imperialista pues éste era muy dependiente de dicha fuente de energía, concentrada fundamentalmente en países árabes enfrentados a Occidente e Israel (muchos incluso eran aliados de la URSS y conformaban la conocida “OPEP”) los cuales, como represalia a la victoria imperialista en la guerra de Yom Kippur, embargaron el petróleo destinado a Occidente generando así escasez de crudo y la consecuente subida exponencial del precio del mismo. En segundo lugar, la lucha de clases comenzó a decantarse del lado de los capitalistas: la progresiva “socialdemocratización” de los Partidos Comunistas desarmó al movimiento obrero y facilitó su desarticulación en las décadas sucesivas; esto también ocurrió en los estados socialistas, propiciándose la restauración progresiva del capitalismo (como acabo ocurriendo en varios de ellos, incluida la URSS). En tercer y último lugar, la dura represión hacia los movimientos democráticos y emancipadores también jugó un papel importante.

Fue así como el capitalismo pasó a la ofensiva y consiguió imponer políticas económicas cada vez más liberalizadoras sin el temor de una respuesta organizada contundente. La socialdemocracia ahora era prescindible y su desarticulación reportaría nuevos beneficios empresariales (privatizaciones de servicios públicos masivos).

David Alcázar es secretario político local del Partido comunista de España en Ciudad Real

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