Hay personajes que son admirados y respetados en todo el mundo por su intuición militar y por su inteligencia. Alejandro Magno, Julio Cesar o Napoleón, son ejemplos de este tipo de héroes. Y en España contamos con el conquistador por excelencia: Hernán Cortés.
Él tuvo capacidad y valor equiparables a aquellos excepcionales personajes. Pero los españoles, a los grandes hombres, a veces, los valoramos descontextualizando la época en la que vivieron y en la que realizaron sus actos más reconocidos. Esta es una forma perversa de acercarse a ellos y, por ende, a la historia de su tiempo. Y eso le ocurrió al adalid de nuestros conquistadores.
Hernán Cortés, era natural de Medellín (Badajoz), hijo único de una familia hidalga de noble cuna pero de escasa fortuna. Estudió en la Universidad de Salamanca, donde aprendió latín y adquirió amplios conocimientos en leyes. En Valladolid ejerció de escribano, pero pese al prestigio que tenía, este no era oficio para el joven Cortés. En ese tiempo, él era ya ilustrado, impetuoso y muy inteligente. Y con 19 años se embarca para América.
En la isla La Española, será un eficaz colaborador del gobernador, por sus dotes para la escritura, sus conocimientos sobre leyes y por ejercer como escribano. Después, es reclutado por Diego Velázquez de Cuéllar, como tesorero en la expedición para la conquista de Cuba en 1511. En esta primera intervención militar, consigue reconocimiento, una encomienda de indios, la concesión de minas de oro y es nombrado primer alcalde de la ciudad de Santiago.
Diego Velázquez, en 1518, le propone encabezar la conquista del codiciado imperio azteca. Apenas un año después, el ambicioso Hernán Cortés, cuenta ya con un ejército nada desdeñable para acometer esta campaña. Dispone de setecientos hombres, entre soldados, marineros, arcabuceros, artilleros, jinetes y ballesteros. Soldados expertos y de su confianza. Pero Diego Velázquez decide sustituirlo a última hora.
Cortés, alertado por algunos compañeros de las pretensiones de Velázquez, antes de recibir la comunicación oficial, suelta amarras y parte a la península del Yucatán en febrero de 1519. Nuestro genio militar inicia así la gran aventura de su vida y la que más prestigio le otorgó, y, por supuesto, también a España. La conquista de México. En la península del Yucatán se enfrenta a los mayas y, tras derrotarlos, recibe a la Malinche, una esclava azteca, a la que hará su compañera. Ella será su amante y asesora; traductora de lenguas indias, le informará de las tácticas de guerra nativas y le previene de los mexicas y de Moctezuma.
Después fundará la ciudad de Veracruz, y antes de entrar en la selva en busca de su destino, hundirá sus barcos para evitar la tentación de regresar que tenían algunos de sus hombres, debido a la inferioridad numérica de su ejército. Este hecho inspirará la famosa frase, quemar las naves.
Por recomendación de su amante, Cortés se enfrenta a los tlaxcaltecas que, tras una feroz batalla, serán derrotados. Después, como había previsto la Malinche, se aliarán con él, aportando decenas de miles de soldados a su causa. Tras otra cruenta batalla librada en Cholula, el ejército de Cortés entra en Tenochtitlán, la capital azteca. Los reciben con gran algarabía y pasmados por sus barbas, sus armaduras brillantes y los, para ellos, desconocidos caballos.
Impresionado por la belleza de la ciudad, construida sobre islas en mitad del lago Texcoco, le dirá a Pedro de Alvarado: “sin duda, la ciudad más bella de cuantas hay en el mundo”. Moctezuma, el jefe azteca, le da la bienvenida con aquello de: en vuestra casa estáis… Seis meses después, su hospitalidad se empieza a convertir en hostilidad. Pero Cortés, sale al encuentro de Pánfilo Narváez, que viene a prenderlo y tras una dura batalla contra sus tropas, se erige en vencedor, consiguiendo que los derrotados engrosen su ejército.
La vuelta a Tenochtitlán, la hace con un ejército mucho más numeroso. Pero, debido a la represión ejercida por Pedro Alvarado, durante su ausencia, se ve obligado a abandonar la ciudad. En su huida fueron atacados y obtuvieron una severa derrota, conocida como La noche triste, en junio de 1520. Las pérdidas de su ejército fueron muy numerosas, murieron casi cinco mil soldados. Pese a la derrota, Cortés maquina una estrategia sorprendente, reagrupa a sus tropas y las prepara para luchar de inmediato.
Una semana después se produce la batalla de Otumba, en la que mata al líder militar azteca, les arrebata su estandarte y logra la huida de sus soldados —tal como le había dicho su compañera—. Luego prepara la toma definitiva de la capital azteca. Recibe refuerzos de La Española y de Cuba. Y once meses después, comienza el asedio de la ciudad con mil soldados españoles y más de veinte mil indios. Tras tres meses de dura batalla, la ciudad es sometida. Luego será refundada con el nombre de Ciudad de México.
Hernán Cortés, cuando quemó sus naves lo hizo para conseguir un objetivo difícil, ambicioso. Y lo logró gracias a su valor y a su astucia. Y la inferioridad numérica de sus tropas la convirtió en una mera anécdota.
Hoy hay quienes queman sus naves, aunque lo hagan de forma gratuita. Pero esa, es otra historia.