A estas alturas ya nadie cree que el futuro pueda adivinarse con artes mágicas, que es el origen del palabro “sortilegio”. Ya sabemos que es, como mucho, un hechizo con malas artes. Las palabras suelen perder la bondad de su significado conforme la sociedad va descubriendo el encubrimiento.
Mariano Rajoy no es el primer presidente de gobierno español en caer en su propia trampa. Antes que él, Aznar primero y Zapatero, después, usaron una especie de sortilegio con el que hechizar a los españoles crédulos. Incluso aquella valentía de los 300 espartanos contra todo un ejército cruel como era el del persa cruel Xerxes no pasó de un experimento de ilusionismo convertido en derrota.
Más cerca que los atenienses, el líder electo de los independentistas catalanes, el señor Puigdemont, creyó que los 280 bastones de mando municipal de sus seguidores nacionalistas servirían para convertir en acto democrático lo que sólo fue un ardid coreográfico, rancio como las canciones de José Guardiola.
No hay hechizamiento posible, ni sortilegio en la política española de estos días. Incluso Suárez fue consciente siempre de que sus compañeros de nivel en UCD no actuaban fieles por sus mañas, las del ungido presidente, y que todos ellos eran hienas, hijas –y ese sí que lo fue- del sortilegio de la democracia que se encontró en el camino.
Con Aznar y Zapatero -salvando las distancias como se quiera- comprendimos que cuando se echa mano de un supuesto sortilegio es porque cabalgan sobre la mentira (Atocha), les huele la cabeza a chamusquina electoral o, simplemente, tiran la toalla entre promesas imposibles de cumplir (Zapatero y la crisis). El presidente socialista se escudó en el “caiga quien caiga”, como frase de prestidigitador, pero ese alarde para la ilusión fue el anuncio de la derrota.
Rajoy acaba de salir al estrado
El presidente Rajoy acaba de salir al estrado en plena movilización social por culpa de su política sobre salarios y pensiones. Si ante la avalancha humana que reivindica igualdad salarial entre sexos, Rajoy se rajó y no quiso hablar del tema a micrófono abierto, tampoco ha caído en la cuenta, pocos días después, de que las pensiones son como el sexo de los ángeles: no tiene forma pero lo damos por supuesto. Porque las personas que trabajan cotizan, porque el sistema español se basa en la solidaridad generacional y porque nadie discute que no se debe tocar el sexo de los ángeles en vano.
El presidente del PP ha sacado a la calle a sus 300 con más poder a convencer de que no hay de dónde sacar para pagar más, ni siquiera el IPC
El presidente del PP ha sacado a la calle a sus 300 con más poder a convencer de que no hay de dónde sacar para pagar más, ni siquiera el IPC. Pero ya nadie le cree, porque el sortilegio de la crisis que nos invadía lo rompió él mismo cuando quiso crear una nueva ficción que no se veía: el final de esa misma crisis, y los jubilados y pensionistas, con hijos y nietos al lado son ahora ese ejército sin piedad que puede hundir a Rajoy en su Termopilas. Ha tenido que acudir en su última comparecencia parlamentaria a anunciar que, mientras gobierne él, las pensiones se mantendrán “como se pueda”. Es decir: El grito embustero del derrotado; una promesa convertida en amenaza.
En la calle estos días se ha producido en increíble encantamiento democrático de varias generaciones que protestan por el juego sucio con la Caja de las pensiones, la ruptura unilateral del Pacto de Toledo, la inseguridad futura de ese sistema de protección, y por la verdad y la mentira sobre la utilización de ese fondo para inversiones que ocultaban la realidad: que la crisis era peor y que se ha apostado a resolverla con los ahorros/cotizaciones destinados a pensiones.
Recuperación democrática de la solidaridad
La palabra estafa recorre las calles y va tomando cuerpo sin necesidad de hechizos de los partidos políticos. Casi ni se les espera. El más valioso sentimiento que se vive en estas manifestaciones pasadas y futuras es el de la recuperación democrática de la solidaridad, porque los miedos se cruzan entre edades, ciudades, pueblos y sexos. Y todos sabemos que el futuro de muchos es corto pero es ahora o nunca para muchos más, más jóvenes, más parados.
Como el día después de las procesiones, en el suelo va quedando la cera dura y difícil de explicar de que los políticos se han comido la gallina de oro. Aunque nunca fuese así. Pero ya estamos dispuestos a creer en algún sortilegio falso con el de consolarnos mientras se le quita el polvo a las urnas.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor.