Cuando se va con amigos polacos a Toledo existe una gran posibilidad de que el gran Toledo judío emerja y adquieran un relieve muy importante la Sinagoga del Tránsito y el tesorero del Rey, Pedro I de Castilla, Samuel Ha Leví, el verdadero promotor de este precioso templo, en el que al lado de su muy sugeridor Aron ha Kodesh, sanctum sanctorum en donde estaba el armario en que se guardaba La Torá, hoy unos jóvenes músicos interpretan con acabado virtuosismo piezas de George Gershwin, el genial compositor judío, descendiente de judíos eslavos. Alrededor de tan maravillosa Sinagoga, e incluso un poco más lejos, nos encontramos incrustados en el suelo toledano pequeñitos mosaicos de Talavera con el número 18 en hebreo, que se expresa con los mismos caracteres gráficos que el griego clásico, Het ( eta ) /8/+Jod ( yota )/10/. Unidas estas dos letras de derecha a izquierda significan 18 y también dicen “Jai”, que significa “vida” o “vivo”. Las letras hebreas y el alfabeto griego comparten un mismo origen, la escritura fenicia. Y la escritura fenicia convirtió en sonantes y consonantes lo que antes eran meros ideogramas; la eta, el ideograma del “postigo”, y la “yota”, el de la mano. Estas cosillas se aprenden en el Griego de 1º de Bachillerato que la LOMLOE se quiere extirpar. ¿Y quién sabrá leer ya los pequeños azulejos del suelo toledano, muestra sin duda de una exquisita sensibilidad municipal o de alguna asociación amiga de la cultura judía? Sólo los turistas extranjeros, claro.
Los judíos sefarditas, o judíos de Sefarad, España, tenían de sí mismos el más alto concepto, creían constituir una verdadera aristocracia, frente a los judíos de la Europa oriental, de Alemania, Polonia o Ucrania, etc., es decir, los esquenacíes. No se sabe si ocurría porque eran judíos españoles o españoles judíos, si era por el orgullo de ser judío en España, o por ser español, sencillamente. El orgullo de ser español engordaba noblemente el ego de los sefarditas. En Holanda, en la época de Spinoza, era considerado como una “horrenda mésalliance” el matrimonio de un sefardita con una esquenací, o alemana. Eso le llevó a pensar a Américo Castro que la noción vigente en la España del siglo XVI acerca de la limpieza o pureza de sangre era, en realidad, una herencia judaica netamente española, que se volvió al revés y contra los que la transmitieron. Frente a este orgullo étnico se levantó la tesis de que los judíos constituían por sí la raza más noble y honrada, pero que perdió toda esa nobleza con la muerte que infligió al Hijo de Dios.
Cincuenta años después de la expulsión de los sefarditas de su amada Sefarad llegó el problema de los conversos o marranos. El arzobispo de Toledo Juan Martínez Guijarro o Silíceo es el primer gran promulgador español de un estatuto de limpieza de sangre que dejaba fuera de cualquier cargo eclesial, militar o administrativo a personas de descendencia judía, gitana o musulmana. Los judíos – dice el memorial que fundamenta el estatuto – fueron los que entregaron Toledo a los moros; los que promovieron grandes alborotos en tiempo de Juan II, ya en calidad de conversos; los que, reinando los Reyes Católicos, organizaron una matanza de cristianos viejos el día de la Magdalena. Dirigidos por el bachiller De la Torre, alcalde mayor, confeso, urdieron en la misma ciudad una conspiración; fueron también los que, según la fama, envenenaron al príncipe don Juan. Judíos, e incluso judíos parientes de beneficiados de la catedral toledana, intervinieron en el crimen del Santo Niño de Laguardia, que tanto escándalo produjo. Y, por si esto fuera poco, en tiempos más modernos habían apoyado con su dinero el movimiento de las Comunidades y fomentado la herejía en Alemania. Los confesos se habían alzado también con prebendas y beneficios, con magistraturas, comercio y medicina. La solidaridad de éstos era enorme y, como si obedecieran una consigna, parecían querer desbancar a los cristianos viejos en todas partes; “puesto que nos echáis como judíos, nosotros os echaremos como cristianos”, parecían decir. La tesis de la “consigna”, tan cara a periodistas mercenarios y propagandistas de toda especie en épocas actuales, es manejada también por el cardenal Silíceo y los suyos con una insistencia digna de mejor causa. Y quien la desarrolló ante un público mayor, con beneplácito de altísimas personalidades, fue un hombre tan duro como este arzobispo Silíceo, y acaso menos respetable por otros motivos.
Y me interrumpe un compañero polaco durante el paseo para decirme que, en realidad, toda esta colección de argumentos calumniosos como fundamentos para marginar a los cristianos de raza judía y fomentar el odio de la población, se repiten en otros países de Europa. Polonia también tiene su Santo Niño asesinado demoníacamente por los judíos, y su príncipe envenenado por la maldad judía, y su traición a la patria como Caballo de Troya en nefando vínculo con invasores del reino. Esto es, la tendencia al “nazismo” ha sido una permanente tentación morbosa del hombre que cruza los tiempos y la geografía política. No es fruto de un lugar y un tiempo, sino que es una malsana constante en la naturaleza “social” ( politikón ) del hombre. Los mismos judíos lo fueron.
Secluidos los conversos de la carrera militar, la carrera eclesiástica y la carrera administrativa, se vieron abocados a ejercer las mismas actividades de siempre, la usura, con su desarrollo en la banca, con su sistema de crédito, de avales y garantías, el comercio y el asentismo. El usurero tiene su representación en todas las clases sociales. Está el usurero poderoso, que cultivaba las relaciones con la aristocracia, el usurero que prestaba a los rateros y descuideros, mixto de ropavejero y comprador de objetos robados, pasando por el usurero especializado en prestar a la clase media. De este modo, pronto se convirtieron en la urdimbre fundamental que constituía la base económica del inmenso Imperio Español. Pero cada día más acosados por la Inquisición y una población envidiosa y fanatizada por la Iglesia, fueron poco a poco abandonando España, marchando a Holanda, Alemania e Inglaterra, principalmente. Lo que el Imperio hispano-portugués despreció, y cuyo desprecio fue la causa de su ruina económica, se convirtió en la principal base de la prosperidad económica de Holanda, Inglaterra y Alemania. España prefirió pedir dinero a los vampiros genoveses, que la arruinaron y la dejaron exangüe, antes que a sus compatriotas judíos. Y es que en España la ideología ha solido casi siempre ahogar el sentido común. Dejamos Toledo y nos despedimos de los personajes más espirituales del oscuro pintor candiota, en cuyas manos finísimas están pegados los dedos anular y cordial, como las manos de los murciélagos.