Es posible que nos hayamos sentido identificados en muchas ocasiones con las primeras palabras que Simón Pedro le dirigió a Jesús en el evangelio según san Lucas: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada».
Jesús invita a Pedro a echar las redes en el mar de Galilea después de haber utilizado su barca como púlpito para predicar su mensaje. Después de predicar, le ordena remar mar adentro y ponerse a pescar. Parece clara la relación que Jesús quiere establecer entre la pesca y la predicación, entre la actividad de Jesús desde la barca con la gente y la de Pedro en altamar con el pescado. Al final del episodio se explicita esta relación: «Desde ahora serás pescador de hombres».
En nuestras tareas cotidianas de trabajo y en nuestra misión como apóstoles de la Palabra, también nosotros hemos tenido muchas veces la sensación de Pedro: después de bregar toda la noche, después de un intenso trabajo, no hemos pescado nada, no han tenido fruto nuestros esfuerzos. ¿No es esta la impresión mayoritaria de los apóstoles de la Iglesia en la actualidad?
Si nos dejáramos llevar por nuestra experiencia, probablemente, dejaríamos de pescar. ¿De qué sirven tantos esfuerzos para tan poco fruto? ¿Qué estamos haciendo mal? ¿Con qué artes nuevas podríamos conseguir pesca abundante? ¿Cuál es el lugar y la hora donde debemos echar las redes? ¿Dónde están los peces?
Simón Pedro continúa dirigiéndose a Jesús: «Pero, en tu palabra, echaré las redes». Su experiencia y su frustración no son el origen y la motivación para la faena de aquella jornada, sino el mandato de Jesús, la palabra del Maestro que se ha sentado en su barca y la ha llenado con su mensaje.
El apóstol aprende a echar las redes por obediencia al que lo envía, como discípulo fiel de la palabra del Maestro. ¡Cuántas veces hemos echado las redes por propia iniciativa, fiados en nuestras artes y conocimientos! ¡Cuántas veces nos hemos considerado los dueños de la pesca y del lago, los dueños de los peces!
Pedro debe aprender a dejar que Jesús tome posesión de su barca: mi barca es su barca, mi pesca es su pesca, mi tarea es su misión. Es fundamental, lo primero de todo, permitir a Jesús que se suba a la barca, que tome posesión de mi trabajo y sus frustraciones. Más tarde, llegará otro mandato esencial: «Rema mar adentro». Solo en aguas profundas se puede conseguir pescado; se trata de intensificar la labor, de introducirse de una forma más plena en el lago, en las aguas de la misión. No hay que dejar el lago, sino meterse más en él, atreverse a ir mar adentro.
Al final, sucede la pesca milagrosa; Jesús fecunda la labor de Pedro y la obediencia obtiene sus frutos. Entonces llega la segunda frase que Simón le dirige a Jesús: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Jesús ha pasado de ser Maestro a ser Señor; Pedro, a su vez, ha pasado de ser pescador frustrado a reconocer humildemente su pecado. Ahora es cuando Jesús puede pronunciar su palabra definitiva sobre Simón: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres». Cuando le ha dejado a Jesús subir a su barca, cuando ha aprendido los caminos de la obediencia, cuando ha reconocido sus propios límites, solo entonces puede Simón recibir la vocación.
Al final, la pesca abundante, el milagro, no ha sido lo más importante: era un signo para que sucediera el milagro fundamental, la vocación de Simón. Al final, ha sido él quien ha sido pescado con Jesús en el corazón de su faena de pescador. Al final, Jesús no ha pescado peces, sino un pescador.
¿No será este también el sentido de nuestros fracasos en la pesca y de nuestra escucha de la palabra de Jesús dirigida a todos? El verdadero éxito no es el que yo tengo con los demás, sino el que Jesús tiene conmigo: me quiere pescador a su lado, apóstol a sus pies.
Después de aquel episodio, la vida de Simón quedó transformada: dejó todo y comenzó a seguir a Jesús.