En este día de Sábado Santo, día de luto para el cristianismo con el Señor muerto en el sepulcro y paradójicamente día de vacaciones festivas para disfrutar del campo, la playa o hacer turismo cultural que mola mucho, algo incongruente para quienes no solo dicen no creer, sino para los que arrean o desprecian la Fe en Cristo, quiero tener un recuerdo, un profundo y entrañable recuerdo para todas las personas que se encuentran ingresadas estos días de Semana Santa en los hospitales, aquejados de dolencias más o menos graves, y también a aquellos que hoy pasarán de este mundo temporal al definitivo donde no habrá llanto ni dolor.
Por una causa familiar, nada grave, he permanecido unos días en un hospital del norte de España. Muchas horas en las que he tenido ocasión de ver a enfermos con distintas dolencias, de toda edad y condición, en general muy humildes; desde ese matrimonio joven que compartió habitación por un aborto, llorando por la pérdida del primer hijo que esperaban, hasta a una mujer de la Galicia profunda muy mayor a la que iban a operar de un tumor y que hacía apenas un mes había perdido a un hijo de cincuenta años. Semana de Pasión en un hospital, lugar donde se prolonga todas las semanas del año.
Hoy es día de silencio y de dolor, hoy es un día para no decir nada, un día donde el corazón se encuentra constreñido, un día para acompañar a quienes se encuentran sumidos en la soledad y el dolor. Hoy la humanidad está de luto, aunque muchos no quieran o no hayan tenido la ocasión de saberlo. Pero este dolor, el que padecemos sanos y enfermos presenta allá en el horizonte una tenue luz que mañana se hará espléndida, plena y cegadora; padecemos con una “segura esperanza” puesta en la feliz Resurrección.