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28 marzo 2024
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¿Se equivoca el Gobierno de España al incluir el término “resiliencia” en el Plan de Recuperación?

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Pedro Sánchez
Gabriel Rubio Valladolid y Francisco López-Muñoz* / MADRID
La resiliencia supone estabilidad para encajar los cambios, capacidad de recuperación y de transformación, de forma que los sujetos sean capaces de superar las adversidades y salir fortalecidos por la experiencia

Desde que el pasado día 7 de octubre el Presidente del Gobierno de España presentara el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, en el ámbito académico de la salud (y de las ciencias sociales) ha surgido una cierta controversia sobre la idoneidad de incluir el término “resiliencia” en la propuesta: ¿se trata de un error del Gobierno?, ¿es una fórmula de marketing para atraer la atención de la sociedad española?, ¿utiliza el Gobierno una acepción poco habitual?

De acuerdo con la Real Academia Española, el término resiliencia posee dos acepciones. Por un lado, “capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido”, y por otro, “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adverso”.

En primer lugar, debemos preguntarnos por la naturaleza del agente “perturbador” o de la “situación adversa” a la que el sujeto, el grupo o la sociedad, se han enfrentado o deberán afrontar en las semanas y/o meses próximos. Entre las diferentes “perturbaciones”, las que más han captado la atención informativa han sido las complicaciones médico-psiquiátricas y las relacionadas con la crisis económica.

Los datos sobre las consecuencias médicas de la COVID-19 nos han dejado 33.000 fallecidos, según los datos oficiales del Sistema de Vigilancia Epidemiológica (más de 50.000 si se estiman los datos procedentes del Instituto Nacional de Estadística y del Sistema de Monitorización de la Mortalidad Diaria), sobre un total de casi 900.000 casos de infección confirmada.

De los pacientes que han sufrido un cuadro grave y han sobrevivido, las secuelas médicas de carácter moderado oscilan entre el 5-10% (cardiorrespiratorias y neurológicas). Entre las complicaciones psiquiátricas, el Servicio Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre finalizó hace 3 semanas la evaluación de las 1.790 personas que ingresaron en dicho hospital durante la primera ola de la pandemia.

El centro sanitario atiende a una población con serias dificultades socioeconómicas, y se detectó la necesidad de tratamiento psiquiátrico en 246 personas (13,7%), siendo los trastornos por estrés postraumático y los trastornos depresivos los cuadros clínicos más frecuentes. Posiblemente, dada la menor edad de la población atendida durante esta segunda ola, las prevalencias sean menores.

Con relación a las consecuencias sociales de la primera ola, la Encuesta de Población Activa (INE) indicaba que la tasa de desempleo en el primer semestre de 2020 se elevó al 15,33%, lo que resultaba en 3,36 millones de desempleados, siendo el sector más afectado el de servicios, seguido por el de industria y la construcción. Los cálculos más optimistas para finales de año indican que la tasa de desempleo se situará entre el 18-20%, es decir más de 4 millones de personas.

Considerando estas cifras, parece claro que el agente perturbador al que se ha de enfrentar nuestra sociedad, en función del número de ciudadanos, es el de la crisis económica (desempleo, sueldos bajos y crecimiento de la economía sumergida).

Resiliencia como capacidad para recuperar el estado previo a la pandemia

Tomando en cuenta esta primera acepción, se debería interpretar que el Plan del Gobierno español pretende confeccionar unos presupuestos que “bloqueen” las consecuencias psicosociales de la pandemia, de tal forma que la sociedad española recupere los índices sanitarios y socioeconómicos previos a marzo de 2020.

Sin embargo, el discurso del Presidente no nos permite asumir esta interpretación. Se centró, entre otras cosas, en modificar el modelo productivo del país y en orientar nuestros esfuerzos hacía las nuevas tecnologías y hacia las energías limpias.

En su discurso no hizo referencia a la adaptación a los cambios, para, como en el caso de los metales o de los ecosistemas, mantener su funcionamiento previo. No se consideró mantener el modelo productivo previo, sino su modificación.

Descartada esta primera acepción, parece obvio que los expertos gubernamentales estaban pensando en la segunda acepción, procedente de la psicología y de las ciencias sociales.

Resiliencia como capacidad para adaptarse a las consecuencias de la pandemia

Tras el desastre de las dos guerras mundiales, se comenzó a utilizar en psicología el término “resiliencia” para describir las características de las personas que habían sido capaces de evolucionar psicológicamente sanas a pesar de haber sufrido experiencias traumáticas graves.

Se ponía el acento en que los traumas no afectan por igual a todos los que han sido expuestos: en unos podían quedar secuelas de por vida, mientras que en otros no se observaban complicaciones que afectaran a su crecimiento y a su maduración personal.

Más recientemente, se han descrito algunas de las características que permiten una mejor capacidad de adaptación a las situaciones de daño: “visión ponderada de la propia vida, perseverancia, confianza en sí mismo, autonomía personal, y sentido de la propia vida”.

Para el doctor Rojas Marcos, la resiliencia descansa en dimensiones psicológicas como la autoestima, el autocontrol, el optimismo y el pensamiento positivo.

Hay que advertir que esta cualidad no se da en “superhombres o supermujeres”, sino que es universal y que surge en personas normales sometidas a situaciones difíciles.

La resiliencia supone estabilidad para encajar los cambios, capacidad de recuperación y de transformación, de forma que los sujetos sean capaces de superar las adversidades y salir fortalecidos por la experiencia.

En definitiva, la perspectiva psicológica señala que los sujetos que han demostrado esta capacidad ante una situación traumática fueron capaces de identificar correctamente la situación, interpretaron y encauzaron esas experiencias en su contexto biográfico, de forma que su misión, visión y sentido de la vida ejercieron de neutralizadores de las experiencias traumáticas que fueron devastadoras en otros.

Pero el mensaje del Presidente del Gobierno tampoco hizo referencia a esta forma de entenderla, ya que, tratándose de una sociedad adulta, y dado que cada sujeto cuenta con una misión, visión y valores distintos, la única estrategia que aún está en sus manos es la de ofrecer al conjunto de la sociedad un análisis claro y detallado de lo que ha pasado y está por venir, así como explicar qué colectivos serán los más perjudicados en beneficio del resto y qué medidas se van a tomar para paliar los efecto negativos.

Desde la perspectiva de la sociología, la resiliencia comunitaria se refiere a la capacidad de tienen los grupos sociales para sobreponerse a las situaciones adversas, de manera que, mediante procesos de vinculación, se consiga mantener una homeostasis grupal.

Se trata, en definitiva, de superar las diferencias grupales para trabajar sinérgicamente en la recuperación; de detectar y evitar las complicaciones de las experiencias traumáticas para poderse recuperar tras ellas.

Al menos tras los desastres naturales, se debe “poner mayor énfasis en qué es lo que las comunidades pueden hacer por sí mismas y cómo se pueden fortalecer sus capacidades, antes que concentrarse en su vulnerabilidad ante el desastre o sus necesidades en una emergencia”.

Aceptando esta orientación, los presupuestos del Plan de Recuperación deberían estar orientados a potenciar los pilares de la resiliencia social: mejorar la cohesión social, ofreciendo una información veraz de la situación y favoreciendo la cooperación entre las Comunidades Autónomas, explicitar la honestidad de las acciones de gobierno, fomentar los procesos de identidad cultural y de autoestima colectiva.

¿Yerra el Gobierno?

En nuestra opinión, el término “resiliencia” utilizado por el Gobierno es erróneo, ya que ni se ajusta a la perspectiva propia de la ingeniería, ni a la de la psicología, ni, por supuesto, a la visión comunitaria de la misma. Para que así fuese, se debería haber compartido el análisis de la situación con el resto de actores políticos y, lo que es más importante, con la totalidad de los ciudadanos, no sólo con la finalidad de informar, sino de compartir el análisis y las medidas adoptadas.

Los profesionales de la salud mental solemos considerar que el patrón conductual del pasado suele predecir las conductas del presente. Pero, si nos fiamos de las consideraciones de Unamuno y Ortega y Gasset sobre los españoles, tendríamos que aceptar que la picaresca y el enfrentamiento entre ciudadanos marcarán nuestra respuesta como sociedad.

En otros países, también con amplias diferencias culturales, y con una gran tradición democrática, como Suiza, el Plan del Gobierno posiblemente habría incluido el término resiliencia sólo en el caso de haber contado con el consenso de todo el arco parlamentario y con el apoyo de un referéndum.

Pero este es nuestro análisis. Y usted, ¿qué opina?

*Gabriel Rubio Valladolid es catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid.

*Francisco López-Muñoz es profesor Titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia de la Universidad Camilo José Cela.

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