Hace unos días la consultora StrateGo, con sede en Cáceres, publicó el informe ‘Envejecimiento en los municipios españoles: situación y perspectivas (2018)’. Informes, estudios, análisis y estadísticas sobre el problema de la despoblación abundan en los últimos años, algo normal tratándose de una cuestión que está generando preocupación política y social y alarma en las zonas que padecen el fenómeno del ‘vaciamiento’.
El informe de StrateGo, entre otras cosas, muestra la evolución del problema a lo largo de los primeros 18 años del presente siglo. Los datos arrojan una luz cegadora sobre la envergadura de la despoblación en prácticamente toda España y alertan sobre la necesidad de articular medidas –si es que existen y son posibles— para al menos frenar o ralentizar la sangría.
Como síntesis, valga este dato: entre 2000 y 2018 España ha ganado más de 6,2 millones de habitantes (el 15,37%), pero en ese mismo periodo hay 2.376 municipios (el 29,22%, casi la tercera parte del total), que han perdido más del 25% de sus vecinos, aunque la cifra de pueblos que han perdido habitantes en mayor o menor medida asciende a nada menos que 5.111 (el 62,86% del total). Y para completar el negro panorama el informe advierte de que ya hay 311 poblaciones españolas donde no vive ni un solo joven menor de 20 años. La situación no puede ser más desoladora.
Aunque la despoblación es un fenómeno general en prácticamente todo el país, el problema afecta de un modo desigual a las comunidades autónomas. En realidad, sólo tres regiones han perdido población en lo que va de siglo: Asturias, Castilla y León y Galicia, “lo que apunta a un intenso proceso de trasvase de población de zonas rurales a zonas urbanas”, según confirma el estudio.
Castilla-La Mancha
Castilla-La Mancha es una de las comunidades autónomas donde el drama de la despoblación se vive con más crudeza. Curiosamente, en dos de sus provincias –Guadalajara y Toledo– el padrón se ha disparado desde el año 2000: el 53,80% (el mayor aumento del país) y el 30,20%, respectivamente. Sin embargo, el 73,78% de los pueblos de la región han perdido habitantes en este tiempo, la quinta comunidad española con el porcentaje más elevado.
Según el informe de StrateGo, entre 2000 y 2018 sólo la provincia de Cuenca ha perdido población, pero cuando se amplíe el periodo a unos años más a buen seguro aparecerá también Ciudad Real, a la vista de la disminución constante de habitantes que está sufriendo en los últimos ejercicios.
Más datos: nuestra comunidad tiene cinco de los catorce pueblos más pequeños de España (entre cinco y nueve habitantes); 69 de los pueblos de Castilla-La Mancha no cuentan con ningún joven de menos de 20 años y en 202 no hay niños menores de 4 años; de los 2.376 municipios del país que han perdido más del 25% de población, 363 son castellano-manchegos.
La pregunta del millón es: ¿Tiene esto solución? Las cifras son tan abrumadoras, la sangría de población es tan constante en el tiempo que hablar de soluciones parece una tarea inútil. El fenómeno del ‘vaciamiento’ es tan poderoso y tan generalizado en España que tiene toda la pinta de ser una auténtica e imparable corriente histórica y, como dice Arturo Pérez Reverte a propósito de la inmigración, “la Historia no se soluciona, sino que se vive”.
Para revertir la tendencia harían falta cambios sociológicos y económicos no ya revolucionarios, sino milagrosos, por lo que no parece sensato esperar su aparición espontánea. Así pues, la única salida –y nadie sabe si con garantía de éxito— está en manos de las administraciones, a quienes les tocará acometer inversiones ingentes en prácticamente el 80% del territorio nacional durante las próximas décadas para que los españoles volvamos a ver nuestros pueblos como lugares apetecibles donde criar a los niños.