Hace escasos días, en el transcurso de una jornada de tentadero en una ganadería ciudarrealeña, y en ese intervalo de tiempo que tiene lugar antes del comienzo, mientras los toreros se cambian de ropa, tuve la ocasión de charlar en tono distendido con uno de los miembros de esta casa ganadera.
Al comentar lo oportuno de la reciente ayuda aportada por la Diputación Provincial de Ciudad Real a las peor que maltrechas economías de la gran mayoría de las vacadas de lidia en la provincia manchega, me dijo: “Julio, cuando llegó el dinero de la Diputación, nos quedaban seis sacos de pienso. Ya está”.
Quizás alguien pueda pensar que seis sacos (es decir, 240 kilos) dan para un tiempo más o menos prolongado, pero cuando se tiene que alimentar, en mayor o menor proporción, a más de cien machos, y con especialidad generosidad a los utreros y cuatreños con perspectivas de ser lidiados en la temporada… Seis sacos habrían durado, estirándolos mucho, dos días.
Así de cerca ha estado esta casa ganadera -cuyo nombre es absolutamente irrelevante puesto que se trata de una situación con variaciones aunque generalizada, con excepciones que confirman la regla- de verse obligada a echar la persiana a un negocio-romance familiar que roza el siglo de existencia.
Nosotros, los aficionados, que a veces denostamos con implacable crueldad el juego de los toros en el ruedo y que, en la mayoría de los casos, conocemos las ganaderías por ocasionales visitas lúdicas, nunca podremos alabar suficientemente el sacrificio de estas gentes, un colectivo que ya antes de la pandemia caminaba por el filo de la navaja, y que resiste con obstinación impulsado, únicamente, por el profundo amor al animal, porque rentabilidad económica…
En verdad se hace de difícil comprensión para una persona acostumbrada a esperar una legítima rentabilidad económica por tu trabajo el perseverar en el sacrificio con escasa recompensa cuando se trata de criar toros de lidia, ya que al trabajo diario -los animales también requieren de atención fines de semana y fiestas de guardar- hay que sumar los malabarismos cuánticos que deben acometer para mantener a flote explotaciones que, independientemente de si te gusten o no los toros, suponen una especificidad genética de primer nivel. Una reserva animal -y humana- a preservar.