Una exposición que, nacida en Italia y pasando por Toledo, ha llegado a Ciudad Real: los “milagros eucarísticos” es su tema.
Una pieza de música, que resonará en la catedral y dará lugar a una reflexión sobre la capacidad vocativa del arte, musical y visual: también el retablo de Giraldo de Merlo nos ayudará a reflexionar sobre la capacidad que tiene la belleza para despertar nuestra voluntad y ponernos en movimiento.
De los sentidos a la reflexión interior: una mesa redonda sobre la historia y el presente: ¿hay crisis de respuestas? ¿Hemos olvidado entregar la vida como esencia del amor? ¿Ha perdido fuerza la palabra y ya es solo retórica que apenas entretiene nuestras conversaciones?
De la reflexión a la invocación: solo mirando a Dios creemos encontrar respuesta a nuestras preguntas y horizonte para nuestras más oscuras tinieblas.
Una oración que se continúa en el acompañamiento del que carga con su cruz para abrirnos todos los caminos y llenarlos de su luz. Rezar es acompañar a Cristo, camino del Gólgota, que incorpora todos nuestros miedos a su camino redentor.
El primer momento consiste en ver y escuchar, dejarnos seducir por la belleza de las cosas y la capacidad evocadora de todo lo real. El segundo momento consiste en reflexionar: el arte no puede quedar en la superficie de nuestros ojos o en la admiración pasajera de nuestra capacidad estética: queremos que prenda, bien hondo, en nuestros cuerpos y despierte nuestras inteligencias; queremos que la belleza nos haga pensar y nos obligue a discernir. El tercer momento es para nuestros labios: después de recibir y profundizar, podemos hablar. Una palabra que se pronuncia en dos momentos: primero, para invocar, para pedir; palabra dirigida, ante todo, al que todo lo escucha, al que todo lo puede, al que todo lo crea, al que todo lo ha amado. En segundo lugar, palabra pronunciada ante los demás, como invitación para que ellos también reflexionen y recen, para que ellos también miren y esuchen la belleza de las cosas para saber descubrir su Misterio que nos interpela. El Dios de la belleza nos llama: la vida es vocación, respuesta admirada a tanto amor que nos envuelve con las formas de la hermosura profunda.
El momento final, el cuarto, está dedicado a abrir las puertas, a compartir lo que somos, esa intimidad desde la que miramos, reflexionamos, rezamos y damos testimonio. Vivimos en un hogar de semillas, la mayoría con el tamaño de la mostaza, cargados de promesas.
Son los cuatro momentos en que consiste la Semana Vocacional que este año nos propone nuestro Seminario con motivo de la festividad de san José.
El lunes se inaugura una exposición sobre los milagros eucarísticos en el mundo: todo es posible cuando hay Mesa. Creemos que la vocación, como en Emaús, es el gran milagro eucarístico, superior a los de Brujas, Cebreiro o Daroca.
El martes es momento para visitar la catedral y dejar que el arte nos interpele. Estos dos momentos, la exposición y la belleza musical y escultórica de nuestra catedral, marcan la primera estación de esta semana: escuchar, ver, dejar que nos seduzca el misterio de las cosas.
Con el miércoles llega la segunda estación: reflexionar sobre la crisis de vocaciones. Cuatro profesores, muchos invitados: sin logos no hay vocación, sin razón no hay fe, sin pensamiento y hondura no puede haber respuestas.
El jueves y el viernes son momento para la oración: es la tercera estación. En san Pedro, en las arcadas de nuestro Seminario: rogamos al Dueño de la mies. Esa tercera estación, el sábado y el domingo, se convierte en palabra dirigida a los demás, en testimonio de nuestros seminaristas que nos hablan del misterio de su vocación.
La cuarta estación está ligada a san José: jornada de puertas abiertas para que todos puedan conocer la sencillez cargada de semillas de nuestro Seminario diocesano. ¡Tenemos jóvenes que se están preparando para servir a los habitantes de esta tierra! Efectivamente, son posibles los milagros.