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Senequismo político

Senequismo político
Martín-Miguel Rubio Esteban
El senequismo autodestructivo y un tanto masoquista es una desgraciada constante que padece la sociedad española desde hace al menos dos mil años, aunque es posible que esta mundivisión y carácter no nazcan con Séneca, sino que éste sea una expresión nítida de nuestro carácter nacional verdadero y sempiterno, ajeno a los manuales de retórica que enseñaban a los dramaturgos a pintar los distintos caracteres nacionales de modo arbitrario, como puras figuras retóricas.

Consiste en un gusto por el exceso y la desmesura, por el gesto espasmódico como expresión de una simple incomodidad en el alma. Una puesta en escena de patetismo desenfrenado no exento de violencia. Un triunfo voluptuoso del furor sobre la ratio. Y este carácter hirsuto y destemplado cuando entra en la política, por muy teatral que pueda ser, pone en grave peligro la convivencia pacífica entre los españoles.

Contra la fuerza furiosa con que se expresa políticamente el español más racial no hay el debido autocontrol y medida en aquello que pueda tener razón y que casi siempre la tiene, sino que pasa sin grados intermedios del frenesí por la causa al completo abandono asténico, al desinterés y al indiferentismo de la causa justa que con furor defendía, tendiendo a ocultarse en el anonimato de la masa amorfa.

Universalidad verdadera o estricta

“Liceat in media latere turba”, ya nos decía Séneca. Sabemos por el padre Kant que la experiencia nunca otorga a sus juicios una universalidad verdadera o estricta, pero cuando en nuestra historia se repite con frecuencia fatal que el español como la cabra siempre tira al monte de la acción desaforada o al del abandono absoluto e inedia moral, entonces sí debemos estar prevenidos. Exasperación de la España senequista, siempre extemporánea o inútil.

Por eso es justo reconocer elogiosamente el comportamiento político que está teniendo el Partido Popular, que envía a la sociedad española mensajes de moderación y calma, toda vez que también de firmeza. Sánchez tendrá que atreverse a traicionar a España a las claras, siendo el centro de todos los focos, o tendrá que dejar a otro que forme gobierno y dimitir con la nobleza y el patriotismo que le queden después de tanta relación infame con los enemigos de España. Sánchez, persona adulta, es el único responsable de quedar como un traidor en la Historia de España o no. Él verá. De él sólo depende. No es un niño para que un partido constitucionalista como el PP le tenga que salvar de pegarse un tiro en el pie.

Desaprensivos delincuentes secesionistas

Esta ambivalencia furiosa de los españoles explica que, por una parte, el Poder Judicial hubiese puesto entre las cuerdas a los desaprensivos delincuentes secesionistas y, por la otra, el Poder Ejecutivo se mostrase renuente y pasivo, tímido y catatónicamente irresoluto, en aquella tesitura que claramente aconsejaba el rápido aplastamiento político de los independentistas, y su derrota final, porque como decía ya César, “plerumque in calamitate ex amicis inimici exsistunt”. Y más entre catalanes.

Pero nuestro gobierno hizo todo lo contrario, enfrió a los jueces y fiscales, dejando sin protección la siempre inerme conciencia de los jueces, y desaprovechó la ocasión histórica, cuando “non facile occasionem postea reperiemus”. No se puede pedir ahora gallardía a los jueces cuando hace sólo un año fueron los únicos que actuaron con decisión heroica, mientras los poderes legislativo y ejecutivo enmudecieron aterrados ante lo que parecía que iba a suponer la verdad, “veritate omnibus perterritis”.

Ahora que se reprocha sin rubor al excelente juez Marchena la lenidad del castigo contra los tumultuarios protagonistas de la clara rebelión catalana – un castigo que no hace castos a los malos, que es el único sentido que tiene el castigo -, se olvida en un ejercicio sin par de nauseabundo fariseísmo la cobardía moral que se instaló en casi todos los dirigentes políticos cuando la Justicia metió en la cárcel, a buen recaudo, a los cabecillas golpistas.

El encarcelamiento de los golpistas era exagerado

Incluso algún político – más de uno – está diciendo ahora que la condena contra el golpismo rampante es injustamente lene y leve cuando sólo hace un año consideraba asustado que el apresamiento y encarcelamiento de los golpistas eran exagerados. Y se mira el rostro en el espejo sin sentimiento de repugnancia. Un país sin la virtud social de la lealtad en el interior de los mismos partidos y en ningún otro órgano de participación política, y con políticos a los que aterroriza pringarse lo más mínimo en las medidas contundentes que desbaraten la actual crisis nacional, no tiene ningún futuro cierto. Como a Séneca, nos falta la mínima coherencia.

Nuestro tenaz pretendiente a liderar de nuevo el Gobierno, del que ya nadie se fía por su sistemática volubilidad, fantasmagórico y fantasmagónico, no para de tropezarse, como los navegantes que van a la ventura, sin programa, sin norte y sin brújula, chocando aquí y allá, y que cuando creen codiciosos tocar la adorada playa, se estrellan en algún peñasco.

Nuestra única esperanza ya es la rebeldía de España contra todas las tiranías: la de la injusticia del sin sentido común, como la de la mentira consagrada, la del mal o de la maldad a secas, la del odio largamente programado e instilado en los corazones de los españoles más jóvenes, la de la indiferencia egoísta y la del miedo. La voz de España está saltando como la sangre de una herida de tenebregosos abismos.

 

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