En mi Ensayo Novelado de Ramiro Ledesma, Editorial El Cercano, 2019, la vida de un joven sayagués, nacido a principios del siglo XX, se inicia llena de gracia y esplendor vital, con las aventuras propias de la infancia y la adolescencia, los avatares propios de la vida de cualquier joven y cualquier familia, los primeros amores, una curiosidad intelectual impetuosa, la universidad, hasta que tal vida es fagocitada por la historia gracias a la política, de suerte que en determinado momento la novela, que reflejaba la vida singular de un joven español talentoso, un tanto introvertido, fantasioso y básicamente bueno, pasa a ser mero ensayo, al desaparecer la vida del joven para convertirse en objeto de la historia, de una historia de España horrible y fratricida que convierte a nuestro hombre en un héroe que pierde su bondad natural y la vida en sentido corriente. O se vive o se hace historia.
Es más inteligente y más saludable vivir que hacer historia. Pero nuestro joven zamorano, Ramiro Ledesma Ramos, prefirió hacer y ser historia, una historia autodestructiva, movido en un primer momento por su pasión intelectual hacia el pensamiento político, y en un segundo momento por la pasión adictiva de mandar, eso que César llamaba “regni cupiditas”. Formar parte del negrísimo sarcófago de la Historia, de su Mausoleo, exige como pago entregar la vida para no ser vivida.
Los hombres de natura honrada cuando caen en la política y la “regni cupiditas” nos suelen dejar como mayor atractivo y legado de su honradez maniatada sus grandes contradicciones. El propio Julio César, uno de los mayores genios de la Humanidad y sin duda de buena estirpe, cuando se encontraba en plena faena de conquistar los numerosos pueblos que habitaban la Galia, nos llega a decir con espíritu sincero “intellegebat omnes homines natura libertati studere et condicionem servitutis odisse”, esto es, “comprendía – el sujeto es César – que todos los hombres por naturaleza se afanan en la libertad y odian la condición de la esclavitud” ( De Bello Gallico, III, 10 ).
César, el Conquistador, sabía por su inmensa cultura helénica – que afinó su sensibilidad moral – que la libertad es el oxígeno imprescindible para que el hombre tenga una vida digna de llamarse humana. Y, sin embargo, conquista y esclaviza pueblos enteros con el pretexto de que no los conquistasen y esclavizasen antes los germanos, y, sobre todo, con el fin de engrandecer su poder político en el marco de la República Romana.
Fascista de izquierdas
El siempre joven Ramiro – la España del odio impidió su llegada a la madurez – fue un fascista de izquierdas, lo que supone una aparente contradicción, y lo que originó que su alma fuera una perpetua oscilación entre el socialismo duro y un nacionalismo feroz. El fantasma del comunismo que recorría Europa, de parte a parte, engendró otro fantasma letífero, el fascismo. Esto es, lo que precisamente redime a César y a nuestro Ramiro, lo mismo que a la mayor parte de los políticos que protagonizan la Historia, son las contradicciones, síntomas que nos señalan que debajo de las acciones políticas sin corazón todavía quedaban los restos de niños en su día llenos de nobleza.
Es por ello que los primeros capítulos de este librito son novela, y también los últimos, en cuanto que como decía el gran Roland Barthes es el momento de la muerte el que define la vida entera. Aquí también puede apreciarse cuánto influye la Fortuna en las guerras civiles y cuántos episodios graves ocasiona. Frente a estos capítulos, los capítulos interiores son puro ensayo histórico. Ramiro hombre vive en la parte del libro que es novela. Ramiro personaje de la Historia vive en la parte del libro que es ensayo.
El fascismo y el comunismo han constituido las dos mayores perversiones políticas del siglo XX, con su rosario de brutalidad, barbarie e inhumanidad. Si el comunismo por pura conveniencia pactó con las democracias en la 2ª Guerra Mundial fue sólo porque no podía hacer otra cosa; Hitler hubiera hundido el régimen comunista sin la ayuda colosal en armamento y bienes de equipo de los EEUU. No hay que olvidar que la URSS pactó con la Alemania de Hitler durante dos años antes de que ésta invadiera el territorio soviético.
Invasión de los Sudetes
Al comunismo le pareció bien la invasión de los Sudetes, se repartió con el fascismo alemán Polonia – valiente país al que le tenían los comunistas un odio especial por haber sido vencidos quince años antes por el gran general polaco Pilsudski, que obligó a los rusos a firmar el Tratado de Riga -, y no dijo nada cuando Hitler invadió Francia y comenzó a perseguir sistemáticamente a los judíos y a masacrarlos. Sólo el ataque alemán a la URSS rompió materialmente el Tratado de Ribbentrop-Molotov.
Por otro lado, Churchill no era un necio, y cuando Alemania atacó a la URSS durmió ese día diez horas seguidas; sabía que llevar cuatro millones de soldados alemanes al Frente del Este significaba resolver de una vez para siempre los problemas de supervivencia del Imperio Británico y aniquilar el Afrikakorps de Rommel. Pero el descendiente del duque Marlboroug – nuestro Mambrú, tan elogiado por su elegante amigo y genial escritor Horace Walpole – nunca se dejó engañar de la aberración y espanto que suponía el comunismo.
Es así que el corazón de nuestro Ramiro Ledesma Ramos no entrañaba mayor peligro que los corazones de los jóvenes comunistas, aunque estos hayan quedado por el momento en la Historia de España mecidos por palabras ronroneo, y aquel por palabras gruñido.
Hacia posiciones democráticas
Más aún, aquellos jóvenes fascistas de nuestro país, que no fueron asesinados en la guerra, como Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Gonzalo Torrente Ballester, Pedro Laín Entralgo, Víctor de la Serna, José María Alfaro Polanco, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, José María Cossío o Martín Almagro, por decir sólo unos pocos, evolucionaron todos hacia posiciones democráticas, incluso alguno hacia una izquierda moderada, pero ninguno de los comunistas notorios de aquella guerra fratricida evolucionó hacia la Democracia liberal, que es la única democracia real que existe en el mundo, y que es más o menos buena dependiendo a lo que se acerque a la única democracia clásica que tiene el mundo, la Democracia de los EEUU.
Habría que estudiar con urgencia – para que no vuelva a pasar aquello, ahora que la paz civil en España está en peligro – los conocimientos de Historia, Derecho, Arte, Política, y también, cómo no, la literatura de kiosco que leía el pueblo en los años 20 y 30, como las novelas de Wenceslaco Ayguals de Izco, para explicar un poco con qué aprestos mentales y con qué convicciones siniestras se llegó al horror de la Guerra Civil.
Periodistas, juristas, políticos, es decir, gentes cuya profesión tenía que ver con la totalidad social, con el conjunto de la sociedad, fueron arrastrados y arrastraron a la comisión de errores francamente bestiales. Debemos, sin duda, averiguar e investigar cuáles fueron los presupuestos de tales pifias de barbarie en el conocimiento que dirigía y orientaba a España. ¿Cómo es posible que la fuerza mayor del hombre, su bien mayor, que es el conocimiento, pueda instrumentarse de manera que sirva para crear aquella fuente de desgracias y crímenes de la Guerra Civil? ¿Qué cuatro o cinco libros de Historia de la España Moderna podrían ayudarnos a comprender cómo fue posible aquello? Falta por escribir una fenomenología del proceso que nos llevó a aquel horror.
Falta por hacer el catálogo de libros que constituían la biblioteca familiar de un español medio. Es verdad que los clásicos, que nuestros venerandos pampálaioi, estaban convencidos de que existían razas compuestas esencialmente por hombres malvados, razas abyectas de por sí, como la de los eburones que se encontró César en la Galia, “stirpem hominum sceleratorum” – y, desde luego, siempre se debe tener mucho respeto a lo que nos han dicho los clásicos, pero la raza de los eburones se hizo malvada por sus horribles costumbres y cultura salvaje, y no porque lo fuera genéticamente, no porque sus miembros vinieran ya tarados de fábrica. Y es que es sólo la cultura de la que emergemos la que nos envilece o sensibiliza. El hombre es un valor adquirido.
Sobre el tapete de nuestras prioridades
Hoy Cataluña vuelve a estar sobre el tapete de nuestras prioridades y urgencias. La primera vez que nuestro Ramiro pisó la cárcel fue por su oposición mental al Estatuto Catalán – una muestra sin duda de la libertad de pensamiento que se gozaba en aquella bienfamada República – y este mismo hecho, de acuerdo a su expediente de septiembre de 1936, le va a perseguir como razón fundante para su eliminación física, que no espiritual, porque contra lo que diría Ortega es tan imposible matar un pensamiento como un alma.
Y no sólo Ramiro, un porcentaje altísimo de los desaparecidos en las cárceles y en las checas de Madrid lo fueron por su oposición radical al Estatuto Catalán de Francisco Maciá, impuesto por la República con la promesa del independentismo rampante de no declarar la República Catalana. No lo olvidemos: los patriotas españoles que se enfrentaron a Maciá y vivían cinco años después en la zona republicana durante la guerra fueron eliminados. La mano de la Cataluña traidora es longissima.
Ahora que se vuelve la tortilla de una España sobre otra, con la misma injusticia y peligrosa miopía que se hizo en 1939, sólo que al revés, yo reivindico con este libro los muertos de las dos Españas, quienes dieron su vida en la mayor parte por ideales que no eran españoles básicamente, y que con ferocidad se mataron con armas que tampoco eran españolas. Ramiro Ledesma Ramos, Presente.