¿Quién es ese “tú” que necesitamos para ser una gran familia? Los cristianos celebramos este domingo la Jornada de la Iglesia Diocesana y queremos vernos, ante todo, como misterio familiar.
Una familia es, ante todo, un grupo de personas que tienen un origen común: tienen padres, amor que precede. La Iglesia es el grupo de personas que han aprendido de Jesús a llamar a Dios Padre suyo. “Somos una gran familia CONTIGO” podría referirse, en primer lugar, a Dios: sin él no somos familia, sin paternidad no existe la fraternidad, sin su amor no habríamos sido creados ni habríamos recibido el regalo de la fe.
El “tú” más importante para que exista la Iglesia es Dios, el Padre común que nos sostiene y nos reúne, que nos ha hecho hermanos y nos ha prometido una meta. Él no nos ama de forma aislada ni se nos entrega para fomentar nuestro narcisismo. Él es siempre amor abierto que nos vincula a los demás, a sus otros hijos, a todos los amados por su gracia.
Pero existe otro “tú” que hace posible ese “CONTIGO” que la familia eclesial necesita. La Iglesia no es un conjunto de edificios, ni de normas o dogmas: es una comunión viva en el tiempo. La Iglesia es María de Nazaret y María de Magdala; la Iglesia es Pablo de Tarso y Simón de Betsaida; es Francisco de Asís y Teresa de Ávila; es Ignacio de Loyola y Catalina de Siena. La Iglesia son nuestros abuelos, nuestros padres y todos aquellos que nos han transmitido el amor a Jesucristo; ellos viven en la memoria de Dios antes que en la nuestra, ellos nos preceden en la cercanía al Amigo.
El mes de los difuntos es el mes de la Iglesia: porque ellos son el mejor tesoro de la comunidad cristiana, nuestra mayor fuerza y el mejor cimiento para construir nuestro futuro. No estamos solos: junto a Dios, nos acompañan todos los que hicieron posible nuestra vida y nuestra fe. Somos hermanos de los que un día estuvieron con nosotros o nos soñaron desde el pasado sin siquiera conocernos. Tampoco nosotros hemos conocido a la mayoría de ellos, todavía. Pero son Iglesia con nosotros; mejor, somos Iglesia con ellos. Ellos son los hijos que nos engendraron para ser hijos con ellos, para construir la gran familia a lo largo del tiempo que está convocada a reunirse en la eternidad, en la cercanía bendita del bendito Dios, Padre de todos.
Sin Dios no es posible la Iglesia, tampoco sin antepasados. La esperanza nos une a los que nos transmitieron la fe. Sin ellos, seríamos una pequeña familia; pero, con ellos, contigo, creyente lejano de siglos atrás, “somos una gran familia”.
Existe un tercer “tú” que necesitamos para ser familia grande. No estamos completos, ni siquiera con la resurrección. Necesitamos ese “tú” que nos contempla desde fuera. Todo lo que la Iglesia hace y celebra, también este día de la Iglesia Diocesana, es pura misión, apertura de su familia a todas las criaturas de Dios.
La Iglesia nació cuando la Trinidad abrió sus puertas de familia eterna a todos los hombres a través de la carne de Cristo. Por eso, la Iglesia es siempre puerta abierta para que esa familia llegue a todos. Todo “tú” está llamado a acercarse al “Yo” originario del Creador: la misión de la Iglesia es facilitar esa relación. Por ello existimos, por ello oramos y celebramos la Eucaristía, por ello nos esforzamos en aprender a amar a todos, por ellos nos avergonzamos de nuestros pecados e intentamos convertir nuestra existencia desde las hermosas claves del Evangelio.
Contigo, Señor, podemos ser lo que nos llamas a ser. Contigo, con vosotros, hermanos que nos habéis precedido y habéis sembrado bien la semilla de la fe, podemos ser gran familia que el tiempo no derrumba. Contigo, compañero de camino, queremos llegar a ser lo grandes que Dios nos ha soñado, dignos de Su grandeza, a la altura de su amor.