Toledo ha sido, y es, una estrella que orientó el viaje hacia España de aquellos viajeros hispanoamericanos del siglo XIX, que luego proseguían viaje hacia la constelación andaluza: Sevilla, Granada, Córdoba y Málaga. Estoy siguiendo la excelente obra de José Esteban sobre este tema.
Un amor construido
Las consecuencias inmediatas de las guerras de independencia de las viejas colonias americanas contra España produjeron el alejamiento de unas y otra. Se interrumpe el comercio y con él todo contacto hasta el propiamente lingüístico con la que había sido la Madre Patria. Con el paso del tiempo se fueron calmando las pasiones de la lucha, pero unos y otros siguieron viviendo indiferentes a las imprescindibles relaciones entre España y América.
En estas circunstancias Faustino Domingo Sarmiento viene a visitarnos. Escribe sobre nosotros y se abre toda una nueva etapa.
Porque lo irremediable es que ni unos ni otros, hispanoamericanos y españoles, por más esfuerzos que hicieran, podrían ser indiferentes. Ni unos ni otros podían mirarse como extraños. Cabía el amor, cabía también el odio, nunca jamás la indiferencia.
Con motivo de la celebración del IV Centenario del Descubrimiento (1892), Rubén Darío viene a Madrid y escribe sobre nosotros. Se inicia así una impagable vía de comprensión y entendimiento.
Se crea un nuevo subgénero literario: el de España vista o contada por los escritores hispanoamericanos.
La Mancha: territorio literario.
Quizás, de todas las regiones españolas, ninguna como La Mancha goza de prestigio universal. La Mancha es el Quijote y el escenario apasionante de sus increíbles aventuras. Pocos son los escritores del mundo y más si hablan y escriben en español, que no hayan sentido la atracción de su no menos increíble paisaje.
La capital de esta literaria región es Toledo. De todas las ciudades españolas junto con Madrid y Sevilla, es Toledo la que más enamora a los viajeros de allende el gran mar. Todos ellos la consideran la ciudad madre de España, la que ennoblece y representa a todas las demás viejas ciudades españolas.
Se puede decir que había una toledomanía, la pasión por Toledo. Estoy utilizando en el argot actual, una forma de llamar a una moda, algo en candelero… por ejemplo, kahlomanía, la pasión que la pintora mexicana Frida Kahlo ha levantado en nuestro tiempo.
Los viajeros y escritores hispanoamericanos, siguiendo el claro ejemplo de Sarmiento iniciador de esta corriente literaria que hemos denominado “contar España”, escribieron abundantemente sobre nuestra geografía y ciudades, y sobre todo, relataron Toledo, la ciudad preferida entre todas las españolas. Nos han dejado textos muy hermosos sobre ella, desde el Diecinueve hasta la actualidad. Cito como mero ejemplo el texto de Adriano González León “Toledo en la luz de las espadas”, dice así:
“Todo envuelto en una luz desafiante, la luz de Toledo que ha sido hecha por el choque de las espadas (…) El Tajo es cosa artificial, río inventado, porque hace casi un círculo completo (…) El viajero se deposita al fin en una taberna y toma venganza de las subidas y bajadas extenuado por el Greco. Poco a poco uno cobra conciencia de que no va a morir. Semejante emponzoñamiento, ese más allá casi audible que estalla en los rostros de las figuras funerales, solo es patrimonio verdadero del señor de Orgaz, yéndose a las tinieblas y paradójicamente iluminado para los visitantes (…) Entre la catedral, la sinagoga, y el alcázar, los pájaros y la luz están dando sus vueltas infinitas”.
Sarmiento, un hito
El escritor argentino Faustino Domingo Sarmiento llega a España el 3 de octubre y nos deja el veinte de diciembre de 1846.
Dice textualmente Sarmiento: “He venido a España con el santo propósito de levantar un proceso verbal, para fundar una acusación que, como fiscal reconocido ya, tengo que hacerla ante el tribunal de la opinión de América”. Así pues, Sarmiento viene con intención justiciera en nombre de la América que habla español. Sarmiento, hijo de la revolución independizadora de la nación Argentina, ésta es solo un año mayor que él. No podía ser más antiespañolista. Lo fue también toda aquella generación de hispanoamericanos y sobre todo de argentinos.
Sarmiento y una pléyade de escritores hispanoamericanos nos visitan, y escriben sobre nosotros.
Muchos de estos viajeros nos visitan en busca de los dos españoles más españoles de todos los tiempos, Sancho y Don Quijote.
Castilla-La Mancha goza para todos los que hablamos español, del prestigio del Quijote y de ser el paisaje literario más famoso del mundo.
Siguiendo esta inspiración y tradición, durante meses, me estoy ocupando por completo y apasionadamente a dirigir una obra colectiva de próxima aparición, “La Mancha: territorio literario” (ed. Sial). Hay una amplia bibliografía sobre este tema que ya es un lugar común con su hueco en los catálogos de las bibliotecas. Como sucede en todo tema clásico, cada generación de escritores tiene el derecho y tal vez la obligación de volver sobre él.
Hace años, la editorial Turner de Madrid publicó una hermosa edición facsímil del Quijote que compré en justo homenaje a la obra. El mapa que acompaña a esta columna pertenece a ella.
Crítica y alabanza de lo español
Cuando Unamuno leyó las críticas de Sarmiento comentó: “No nos ofendemos, porque habla mal de España como español”. Pasado el tiempo, el autor Sánchez Dragó, significativamente, tituló a un ensayo suyo: «Y si habla mal de España, es que es español”. Este es, al parecer, un rasgo de los españoles, que convendría discutir en nuestros días.
Sarmiento se sentía cercano a nosotros, no estaba criticándonos como un francés, o un inglés, que solían mostrar desapego y superioridad.
Es interesante, también, leer y calibrar la alabanza de España.
El chileno Lizardi valora así a nuestro país: “España no es ir a los desiertos de África, sino que es el oasis de Europa, donde el americano apaga su sed de ostracismo con el inagotable manantial de cariñosa acogida que insensiblemente le hace pensar que en aquel país no es extranjero.”
Manuel Gálvez, en El solar de la raza, escribe: “si los argentinos viajaran por España, recogerían en cada ciudad castellana una lección espiritualista. Aquel país es el más inmenso foco de espiritualidad que existe en Europa”.
Bartolomé Mitre, al despedirse de Ortega Munilla, le dice: “Siento la impresión de haberme hallado en el solar en que viviera antes de nacer”.
El quid de la cuestión
Los viajeros hispanoamericanos del siglo XIX no se interesan por el color local o por el romanticismo. Este es el quid.
Insisto en esta idea fuerza: Los viajeros hispanoamericanos del siglo XIX, casi todos ellos periodistas que escriben para sus lectores de la América Hispana, no se interesan, como es usual en los viajeros ingleses o franceses, por el color local o por el romanticismo de las costumbres españolas, es decir, en la valoración estética del subdesarrollo. Ellos vienen de países donde también conviven con el subdesarrollo, y sus costumbres en definitiva son de raíz ibérica.
Miradas cruzadas
Las miradas cruzadas entre pueblos y países, siempre son materia de interés. Son miradas poliédricas no exentas de pasión: amor, curiosidad, prejuicio, prepotencia, interés, oportunismo… En fin, todo lo que compone el “barro humano”, con sus luces y sombras.
Recuerdo que leí hace tiempo, en la biografía de Gerald Brennan, el escritor inglés afincado en las Alpujarras granadinas y en Churriana (Málaga) que, habiendo recibido una modesta herencia, hizo cálculos y pensó que lo recibido le cundiría más fuera de Inglaterra. Así pues, eligió a España como su país.
Esto sea dicho contra todo idealismo. Sin embargo, tal vez, el amor vino después.