Juan, lo siento. Ayer no llegué a tiempo. Varios atascos de tráfico con trapío de corrida de Pamplona me impidieron poder despedirme de ti en persona en tu sepelio. Lo que no puede ser no puede ser. Y, además, fue imposible.
Sin embargo en mi interior guardo las tardes que hemos compartido en tu casa en los últimos meses. Allí, sentados alrededor de la mesa camilla, me volviste a contar algunas de tus múltiples vivencias taurinas. Porque lo nuestro era hablar de toros. En mi caso, más bien escucharte. Nada más. Y nada menos.
De hecho, según Ángeles, esa fiel compañera que siempre estuvo a tu lado, reconocía que los toros eran lo único que, en estos últimos años, hacían que esos ojazos azules tuyos se iluminaran encendidos por la ilusión.
Un vez más me enseñaste el recorte de periódico en el que Alfonso Navalón, el inmisericorde crítico taurino, ensalzaba tu toreo durante una tienta; o las jornadas de tentadero en La Pañoleta, la finca de tu entrañable amigo Julián Alcázar, donde tantas veces coincidiste con uno de tus toreros, quizás tu torero, Rafael de Paula; o el día que el propio Paula te llevó con él a la ganadería de Torrestrella y acabaste toreando en aquella señorial finca con gorras en la arena arrojadas a tus pies en señal de admiración por tu forma de torear; o aquella crónica publicada en La Hoja del Lunes en la que denunciabas el fraude del afeitado con el titular “Los llanos del serrucho”.
No faltaron las fotografías. Me volviste a enseñar algunas que ya había visto, pero yo las volví a ver encantado. Créeme. Encantado. Como aquella que estaba dedicada por Rafael de Paula, muchas tuyas toreando en festivales, como uno celebrado en la plaza de toros de Ciudad Real cuando todavía los tendidos de sol no tenían grada, y de tentaderos, en los que asististe a jugosísimas tertulias que nutrieron tu alma de aficionado, teórico y práctico, y crítico taurino.
Me habría gustado recordar todas estas cosas, y muchas más, ayer en la parroquia de San Pablo, dándote el último Adiós al lado de alguno de los que quedamos de aquel jurado de Casa Pepe del que me honré formar parte, y que me brindó la oportunidad de tratarte más, de apreciar tu conocimiento y tu elegancia, con esa actitud natural de dandy manchego.
En fin Juan, que sentí no poder despedirme de ti y abrazar a tu esposa, hija e hijo. Ahora, igual que toreaste la vida, te toca buscar tertulia taurina allá donde estés. Seguro que, cuando la encuentres y tomes parte, le darás categoría.
Que descanses.
*Crítico taurino de Lanzadigital.com