La única vez que coincidimos, es un decir, fue en un nevado día de enero durante los primeros años de su mandato como Presidente con ocasión de una reunión de directivos de Caja Madrid celebrada en el palacio de los deportes de la capital de España. Allí apareció un enjuto Miguel Blesa de la Parra, solo en un enorme escenario pronunciando un discurso que todos aplaudimos, motivados por la ilusión y la paga de fin de mes. Recuerdo su postura al final de su proclama, firme saludando con una severa inclinación de cabeza a los más de mil bancarios más o menos ilustrados que llenábamos el recinto.
Una cabeza que con el pasar de los años se fue llenando de delirios y grandezas, (soportadas por el sólido balance de una gran Caja que creció y cómo, con los ahorros de millones de familias que confiaban a ciegas en esta entidad de ahorro), auspiciadas por los palmeros, que sin distinción de ideologías políticas encontraron en mi querida y ya extinta Caja (a la que le debo gran parte de lo que soy), lugar propicio para trincar lo que ellos únicamente siguen sabiendo. Como ejemplo, comisiones cobradas por veintisiete consejeros en dos mil once por valor de casi doce millones de euros por sentarse media hora o medio día, que da igual, en un cómodo sillón, sillones para las izquierdas, derechas, sindicatos, etc…para después decirle al juez que no sabían lo que firmaban.
La ambición desmedida de Blesa, un nuevo rico como presidente o al revés, un inspector de finanzas, que manda huevos, amigo íntimo de Aznar, que aceptó entrar en el olimpo financiero en unos momentos en los que todo lo que se tocaba se trasformaba en oro falso y efímero. (Cuántas veces he comentado con los amigos lo que pensaría Botín de todos estos aficionados a torear con los dineros…ajenos). Grandezas y vanidades en unos años en los que las cajas, salvo tres o cuatro, fueron ordeñadas sin piedad por los políticos de turno. Una época en la que se ignoraron las pautas de la más estricta profesionalidad financiera, llegándose así a perderle el respeto casi por completo a esos papelitos emitidos por el Banco de España.
Y después de tanta frivolidad desperdiciando tantísima agua, Blesa que no sólo Blesa, hubo de rectificar un rumbo que llevaba a una quiebra insospechada para una entidad de la envergadura y solvencia de la Caja más antigua con trescientos años de existencia. Y entonces se aparcaron las decencias, que no las legalidades, y se empezaron a vender sin empacho, a troche y moche, las Preferentes explicando a los clientes la cuarta parte de la verdad, la que contenía el cebo, un interés elevadísimo con la posibilidad de venderlas cuando el cliente quisiera.
Después o mientras tanto, vinieron las tarjetas opacas, las que se disparaban con pólvora de los dineros de los clientes
Después o mientras tanto, vinieron las tarjetas opacas, las que se disparaban con pólvora de los dineros de los clientes, esos clientes, unos diez millones, que con sus ahorros procuraban préstamos sin garantía a amiguetes y el gasto incontrolado de los guapos consejeros de todos los colores.
Y como el pueblo, o no tiene tiempo o no quiere complicarse la vida analizando de manera pormenorizada las cuestiones de cualquier tipo, encontró en Blesa el único pim pam pum donde descargar las más que justificadas iras, para suerte de los palmeros que se beneficiaron de igual manera.
El miércoles Blesa realizó sólo su último viaje de madrugada al lugar habitual donde se retiraba para aspirar un aire que la justicia le fue recortando, el aire de la libertad; aunque solo no viajaba, que en el maletero del coche le acompañaba también un mortífero ocupante, el que iba a dedicarle el definitivo adiós. Un postrero viaje que estuvo intentando realizar durante dos semanas y que varias veces anuló en el último instante, quizá porque aún no había llegado a tener suficiente amistad con quien le esperaba, un viaje, su último viaje, el que iría entablando siniestra conversación con su propia muerte.
Fue mi presidente…y creo que le volvió loco el poder. La puta vanidad que da manejar tantísimo dinero. Un inspector de finanzas que acabó siendo una cruz, enorme cruz para muchísimas confiadas personas. Ayer no supo soportar las consecuencias.