El tema nupcial está muy presente en los textos bíblicos. En el Antiguo Testamento, es muy conocida la simbología del matrimonio para aplicarla a la alianza entre Dios y el pueblo elegido. Los profetas Oseas, Isaías y Jeremías son los que más lo usan; también se entiende desde aquí el precioso conjunto de poemas que forman el Cantar de los Cantares.
El tema vuelve a estar presente en el Nuevo Testamento: Jesús es presentado como el esposo de las bodas de la nueva alianza.
La imagen nupcial, en sí misma, es de una gran belleza y nos sugiere perspectivas positivas. En cambio, si nos fijamos bien, la Biblia suele presentar este tema para subrayar las deficiencias del pueblo. Oseas, en concreto, nos habla de una esposa infiel, que ha cometido adulterio desde los comienzos del matrimonio. Los textos proféticos sobre el matrimonio entre Dios y su pueblo subrayan la contraposición entre el amor inmenso de Dios y la falta de correspondencia del pueblo; es el drama de la alianza, el drama de la historia de Dios con el hombre desde Adán: un amor no correspondido, un compromiso roto por parte del ser humano.
También aparece esta perspectiva desconcertante en los textos del Nuevo Testamento. Uno de los textos nupciales más claros de Jesús lo leemos en el evangelio según san Juan, al principio: las bodas de Caná. En aquel ambiente de fiesta y amor, comienza a faltar el vino. Si en el Antiguo Testamento faltaba la fidelidad, ahora falta la alegría de las fiestas, el sabor pleno del amor.
También falta la alegría y la fiesta en la primera mención nupcial del evangelio según san Marcos: los fariseos quieren ayunar mientras el novio está presente, no han comprendido la alegría de la alianza, la plenitud que llega cuando Dios nos sale al encuentro. ¿Cómo ayunar si estamos de boda? En el caso de Caná, fue la falta de previsión la que hizo que faltara el vino; ahora, es una comprensión errónea de la religiosidad, una decisión consciente por parte de los intérpretes de la religión: no se debe comer.
En el evangelio según san Mateo seguimos en la misma perspectiva. Cuando está cercano su final, ya en Jerusalén, Jesús pronuncia la parábola del banquete nupcial. Un rey quiere celebrar el banquete de bodas de su hijo e invita a todos sus amigos y familiares, quiere extender su alegría, como nos pasaría a cualquiera de nosotros; pero los invitados responden con excusas: tienen cosas más importantes que hacer que acudir a la llamada del rey, no les importa mucho su alegría y la felicidad por su hijo. El rey insiste: envía de nuevo a los siervos para convencer a los invitados; pero todo es en vano: los invitados multiplican las excusas y tratan mal a los enviados.
En este caso, no falta el vino ni la comida: faltan los mismos invitados, la boda no va a poder celebrarse. Pero el rey abre de par en par su casa para que acudan personas de toda condición, buenos y malos, cercanos y lejanos. ¿Cómo se puede renunciar a la invitación a una boda, sobre todo si es el rey mismo quien nos llama? No nos está convocando para la guerra, o para cobrarnos impuestos, que es lo que suelen hacer los reyes desde siempre: nos invita a una celebración, a una alegría desbordante,
La paradoja que los profetas anunciaron se multiplica: el amor de Dios no es correspondido por los suyos; el Rey es despreciado por sus amigos y familiares, por su pueblo elegido.
Un poco más adelante, en el discurso escatológico, antes de la pasión, Jesús vuelve a hablar de una boda: diez doncellas se están preparando para acompañar al esposo en el cortejo nupcial. De nuevo, la parábola nos invita al optimismo: estamos en una situación positiva, llena de belleza y con perspectivas festivas. Pero vuelve a surgir la paradoja; ahora no falta vino ni alimento, no faltan invitados: lo que falta es el aceite para las lámparas. La boda se va a celebrar, pero no todos van a poder participar en ella.
En la parábola anterior, los invitados deciden voluntariamente no asistir, faltan por descortesía; ahora, cinco de las doncellas se van a quedar fuera contra su voluntad: ha habido un problema de retraso. El novio se ha retrasado y ellas se han dormido; como no prepararon el aceite suficiente, son ellas las que se retrasan… y llega el drama: se quedan fuera, en la noche, a las puertas del banquete.
La Palabra nos interroga, no siempre satisface nuestras expectativas. Los profetas no nos cuentan historias para entretenernos en el tiempo libre: hablan al corazón para despertar voluntades y convertir nuestras vidas.