Me refiero a La epopeya de Gilgamesh, cuya obra figura entre las principales creaciones literarias de la antigua y fabulosa Babilonia y es uno de los escasos textos sumerios que se conservan a través de los siglos. Como se sabe, los dubshar o escribas de Mesopotamia imprimían mediante una caña cortada, sobre tablillas de arcilla que luego secaban al sol o cocían al horno. De esta manera la tablilla quedaba convertida en duro ladrillo y, como consecuencia, en documento gráfico poco menos que imperecedero. De tal manera que, gracias a este procedimiento nos es posible conocer hoy los primeros episodios del alborear de la Historia, pues de no haber sido así, las guerras y cataclismos sucedidos hubiesen arramblado con todo rastro cultural de la humanidad. El sistema sumerio de escritura cuneiforme fue uno de los primeros desarrollados por el hombre milenios antes de inventarse la imprenta.
No se me olvidó nunca la impresión que este Poema o Epopeya produjo en los años de mi juventud de incansable lector, que todavía perdura, y lo busqué en mi biblioteca, hasta que lo encontré. Me recordaba este episodio lo sucedido a don Claudio Sánchez Albornoz cuando escribía páginas de sus memorias durante su exilio en Buenos Aires: refiere don Claudio que tenía una enorme y desordenada cantidad de libros en su domicilio argentino que casi nunca encontraba, pues carecía de secretaria o alguna otra persona auxiliar. Solía decir, y lo dejó escrito, que “sólo la entrega total a mis investigaciones medievales y el encierro en mi celda de trabajo lograron poner sordina a mis melancolías”. Esto aparece en la página 17 de su libro Confidencias, publicado por Espasa- Calpe, con prólogo de Carlos Seco Serrano.
Pero volvamos al Poema de Gilgamesh, considerado como la odisea que fundamenta la cultura literaria del mundo. En los siglos más remotos, anteriores a nuestra era, fue tan conocido y celebrado como los poemas homéricos y las canciones de gesta. El gran poeta y escritor español Agustí Bartra, al que tanto se le continúa admirando, el cual ha estudiado con rigor todo lo relacionado con este tema, dice que Gilgamesh influyó en el tipo de héroe del Sansón bíblico y del Hércules griego, incluso que la leyenda atribuyó a Alejandro Magno algunas de las hazañas de Gilgamesh. Las tablillas de esta epopeya fueron traídas a Europa por los ingleses desde la biblioteca milenaria del rey Asurbanical, en mil ochocientos sesenta, siendo descifradas en parte por Georges Smith, prestigioso asiriólogo británico del siglo XIX. Del texto original, terminado mucho años antes de Cristo, faltan algunos fragmentos, aunque, en definitiva, fue posible recomponer la totalidad del argumento.
Como ha ocurrido en tantas otras ocasiones, la Epopeya no es obra de un solo autor, sino que se compone de otras aportaciones anónimas agregadas a lo largo de los siglos. En ellas se percibe la incorporación de leyendas y todo el espíritu fantástico, religioso y guerrero de un pueblo y de una época. En lo que se refiere a su posible simbología, la cuestión ha sido estudiada y debatida en muchas ocasiones. Agustí Bartra, tambié prologuista de la obra en la edición de Plaza y Janés, recuerda cómo los eruditos panbabolistas simbolizaban la teoría de que la mitología astral de los antiguos mesopotámicos es la clave de su civilización, principalmente el Poema de Gilgamesh como la evolución de un mito solar , dado que su número de tablillas es igual al de los meses del año, aunque él no parece estar muy convencido con tales supuestos pues tan remota es la antigüedad de estas leyendas que en ellas aparece por primera vez el tema del diluvio universal.
En la Epopeya de Gilgamesh prevalece junto su literatura -nunca antes había sucedido- la palpitación humana. Tal vez sea ésta una de sus principales significaciones históricas, uno de sus alcances mayores. Cierto que a lo largo del texto hay dioses, mitos, fantasía desbordante, pero los héroes de esta epopeya son seres humanos y no divinidades y la acción de los hechos que se relatan tienen lugar en la tierra. Gilgamesh, rey de Uruk, pese a ser aclamado por su pueblo como si se tratara de una divinidad no llegó a ser un dios, no pudo conseguir la divinidad. Con la muerte del salvaje Enkidu conoció el dolor y la impotencia, y cuando llegó a lo desconocido, al gran misterio de la vida y la muerte sólo encontró polvo y nada; se sintió reducido a la dimensión de los seres humanos. Aunque es ahí donde reside, precisamente, su trascendencia. Se percibe en estos versos:
Las làgrimas corren por la cara de Gilgamesh
al tiempo que dice
“voy a recorrer un camino
por el que nunca he andado.
Voy a emprender un viaje
desconocido para mi.
Por otra parte, el clímax en que se desarrolla la leyenda es de una belleza arraigada. Los modos y maneras de la civilización sumeria y babilónica, quizá la más antigua de la que hoy tenemos noticia fidedigna, vibra y alienta en los versos de esta Epopeya de enorme valor histórico.