Hace unos años, al estallar el caso Noos, un amigo abogado me decía en la barra de un bar de manera contundente; Urdangarín no irá a la cárcel, es el yerno de Juan Carlos. Evidente que el letrado se equivocaba de plano.. ¿o quizá solo un poquito?.
Porque si bien el cuñado del rey dio con sus huesos en la cárcel, fue de una manera poco habitual en cuanto a las condiciones de habitabilidad; Urdangarín solicitó ingresar en un lugar que más bien se asemejaba a un monasterio de estrictísima clausura. Pidió y le fue concedido vivir como un eremita moderno con derecho a techo, cama, comida y algo de deporte sin que ningún otro condenado pudiera distraerle en sus entrenamientos y meditaciones.
Y es que a esos cinco años y diez meses de pena, el condenado, llevado por ese orgullo y fatua vanidad adquirida por su parentesco real y su falso paraíso conseguido de manera ilegal, se impuso una autocondena, la de la soledad. La soberbia de su ficticia posición hizo que despreciara la compañía de otros delincuentes, incluso los de cuello blanco, aquellos que están en el trullo por lo mismo o por algo parecido, optando por la completa soledad.
Al cabo de un año, esa autocondena se le está haciendo insoportable, mucho más que la penal. Y esta parece ser la razón acuciante que subyace en la petición de salir de la cárcel, entablar contacto con los demás. El juez indica que con la medida aprobada se pretende evitar la “desocialización que comporta la soledad del interno”.
Supongo que muchos de ustedes pensarán lo mismo sobre este asunto: ¿El juez dicta esta medida por el riesgo existente de que el reo se vuelva loco, hablando en lenguaje coloquial? En todo caso el juez opta por poner remedio a una decisión que tomó el condenado. Hasta ahí casi todos lo entendemos, aunque no sé si con los demás presos existen tantos miramientos; pero un error lo puede tener cualquiera.
Sin entrar en el terreno jurídico del que solo conozco las cuatro reglas básicas, pero aplicando la lógica más elemental, pienso que la solución más palmaria para que Urdangarín no llegue a des-socializarse, pasaría por ingresarlo en un módulo de presos con un perfil parecido y así tendríamos el tema de la soledad resuelto. Pero, lejos de ello, me da que estamos asistiendo en este caso a otro sencillo truco del almendruco. Al final, mi amigo abogado no iba del todo desencaminado.