Voy a hablar de Carmen Laforet. La autora de la celebérrima novela “Nada”, primer Premio Nadal, ganado la Noche de Reyes de 1945, en Barcelona, por una joven desconocida de 22 años.
Este año celebramos su centenario. Semana Santa. Hay muchos tipos de vía crucis. Veamos el de Laforet.
Una tragedia contemporánea de género
Trato de desentrañar el siguiente enigma paradójico: “Cómo se puede no escribir sin dejar por ello de ser escritora” (pág. 14 de la excelente biografía de Anna Caballé sobre la autora). Se cumple la sentenciosa copla: ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio. Esta es la relación atormentada que tuvo Laforet con la literatura. Caballé pone este punto final a su espléndida biografía: “Al morir pudo descansar de la vida y, por fin, de la literatura”.
Desde ese famoso 1945 que la define como una gran escritora y todos los reconocimientos anejos al triunfo hasta el año 2004, en que muere con 82 años, su vida es un puro tormento, siendo ella misma su peor juez, la que no puede romper el nudo gordiano al que la ha conducido un destino trágico: el triunfo que la ha cosificado, la ha alienado, en un destino que el azar le ha traído y del cual no puede sustraerse. En suma, una tragedia contemporánea (digna de llevar a escena).
Claves de una vida
En la dialéctica individuo-sociedad, la persona se construye; la persona no es sana o enferma psíquica, en general; la enfermedad se construye y también se deconstruye jugando con los materiales sanos o insanos que estén a su mano. Carmen Laforet creció sobre un pobre suelo psíquico (su familia de origen, con orfandad de su madre, con una figura arquetípica de la madrastra mala, en su Canarias de infancia y primera juventud, tierra que le daría un amor a la belleza de los espacios naturales, al placer de vivir en ellos).
En este sentido, cabría preguntarse: ¿es Laforet un caso psiquiátrico o un caso literario? Tal vez la respuesta sea, no esa disyuntiva, sino ambas cosas a un tiempo realimentándose.
Contexto y texto
La más cruda posguerra española en la que se crió no era tal vez la mejor atmósfera social para deconstruir sus problemas psíquicos, sus inseguridades y construir una identidad fuerte y saludable. De ahí que la vemos circulando por la vida con esta trinidad de noes: no escritora, no ama de casa, no personaje público. Nada de ello quiere ser y sin embargo lo es, la vida se lo ha impuesto fatalmente: es escritora, es mujer joven casada que llega a tener hasta cinco hijos y es figura pública y famosa por aquel insólito premio de “Nada” que la persigue toda su vida como su gloria y su cruz.
Otra vida posible
Evidentemente, si la vida fuera elegible, podría decir que Carmen Laforet se equivocó de fecha al nacer, que si hubiera pertenecido a una generación posterior hubiera tenido muchos más recursos y vías vitales a su alrededor (al menos como posibilidades o alternativas a su destino). Voy a dar unos ejemplos:
a) No lanzarse al tálamo nupcial que era la salida casi obligada en el franquismo (casi a lo medieval: o casada o monja, sin una tercera vía de soltería-mujer independiente)
b) Divorciarse antes, de un matrimonio que, al parecer, no le satisfacía, y tener una maternidad moderada.
c) Decantarse abiertamente por el lesbianismo que parece fue una tentación notable en su vida.
d) Emplear abierta y sabiamente recursos de salud, como una terapia psicológica para sus inseguridades, un psicoanálisis para sus miedos y fantasmas, etc.
e) Empoderarse como mujer y, si quería, como escritora, en el aliento de la inspiración que el Feminismo está dando hoy a las mujeres. Nada de eso, abundaba en su tiempo y su persona tampoco lo buscó en los resquicios por los que se iba filtrando (su estancia romana en el Trastévere, en el círculo de Alberti, la amistosa ayuda que le brindó R.J. Sender, y sus viajes a California, en los que ya se veía otra forma de vida).
Nada de lo apuntado hizo, y se quedó en indefinición permanente. Por el contrario, el nudo gordiano literario cada vez la iba cercando más. Era el cerco de los años que pasaba sin escribir, de los compromisos casi siempre incumplidos con sus editores, de sus dilaciones sin cuento. Impotencia, angustia y más angustia era su alimento ante la escritura. No es ocioso que Anna Caballé ha calificado a Laforet como “una mujer en fuga”.
Un éxito envenenado. Si “Nada” hubiera aparecido hoy, nada hubiera sucedido (por decirlo en juego de palabras deliberado). Su éxito es el reverso del fracaso cultural en que se vivía en los años cuarenta en España: no había nada, podían contarse con los dedos de las manos el abanico de escritores famosos (Cela, Delibes y…) y si hablamos de mujeres escritoras, sobraba una mano.
Sin entrar en la valoración de la novela en sí, se puede hablar del desmedido éxito de “Nada” en el contexto de un páramo cultural, de una España de papel de estraza. En efecto, “Nada” es el obelisco literario levantado en plena postguerra cuya sombra la persigue, pero cuya sombra también le da frutos a lo largo de su vida. “Nada”, cual fatalismo, está en su vida para mal y para bien.
En otro orden de cosas, se podría decir que a Laforet le sirvió ese triunfo, aunque se vio posteriormente que era “envenenado” y con gran carga de daño psíquico. Pero Laforet también le vino bien a la postguerra española, al sistema en general, como icono literario femenino.