La primavera tiñe de color verde los campos manchegos. Los pastos crecen en la llanura, los viñedos tornan a la vida, la flor de la jara motea los montes y los campos de amapolas convierten en un cuadro de Manet el paisaje, pese a la falta de lluvia. Es la mejor época para visitar Ciudad Real, tanto por el paisaje, como por las agradables temperaturas. Aquí van diez planes, para disfrutar de la naturaleza y de los pueblos manchegos, que no salen en las guías y que van más allá de la capital, Cabañeros, las Tablas de Daimiel o Almagro.
El Santuario de Pozuelo: las mejores vistas del Campo de Calatrava
Un monte aislado coronado por viviendas blancas apiñadas alrededor de una ermita rompe el paisaje a dieciséis kilómetros de Pozuelo de Calatrava. El Santuario de la Virgen de los Santos es uno de los entornos más agradables para pasar un día de campo de la provincia y también uno de los mejores miradores del Campo del Calatrava.
Entre dehesas de encinas, enebros y coscojas, por las que pastan terneros, el cerro ofrece una panorámica del macizo volcánico de calatrava, que comprende 3.763 hectáreas y cuenta con más de una decena de formaciones volcánicas de interés, ‘geositios’ contemplados en el proyecto de Geoparque ‘Volcanes de Calatrava. Ciudad Real’. Todavía es posible reconocer cráteres, coladas, anillos de tobas y maares.
De tiempos de la Reconquista, en la ermita de la Virgen de los Santos destaca el artesonado mudéjar y unas pinturas de 1884 -repintadas en 1993-, realizadas en agradecimiento a la Virgen por librar a Pozuelo de una gran plaga de cólera. La rodean la casa del santero y un buen numero de ‘cuartos’, que salen a subasta.
En el interior del volcán Cerro Gordo
La última erupción fue hace 700.000 años, posee un cono de 300 hectáreas muy parecido al Cumbre Vieja de La Palma y las coladas de lava llegaron a 2 o 3 kilómetros. El volcán Cerro Gordo de Granátula es el único musealizado y visitable, no solo del Campo de Calatrava, sino de la Península Ibérica. Es difícil competir con el vulcanismo de las Islas Canarias, pero para los que no desean subir en avión, la visita no defrauda.
Los negrizales del entorno y las bombas volcánicas avisan del volcán. Tuvo una erupción estromboliana, no muy explosiva, y con mucha salida de cenizas, que hoy construyen “entre el 90 y el 95 por ciento del edificio volcánico”. Los turistas acceden a una profundidad de 100 metros de la montaña, cortada por la actividad extractiva desarrollada por la multinacional francesa Lafarge Holcim en los últimos 30 años.
Durante las visitas, guiadas por un técnico en geología y arqueólogo de miércoles a domingo, se observan “niveles de ceniza, muy oscuros, que se superponen a las cuarcitas pulverizadas reducidas a arena, con tonos más rojizos”. También es una buena oportunidad para aprender a diferenciar lapilli, obsidiana y olivino, “un cristal verde que se utiliza para hacer joyería”.
La Cueva de Montesinos: el secreto de Ruidera
La historia de Miguel de Cervantes trasciende de la ficción en la cueva de Montesinos, allí donde don Quijote descubrió el encantamiento de Montesinos y el llanto de las hijas de Ruidera. El hidalgo comenzó a derribar y a cortar las malezas que impedían su entrada y ante tal “estruendo” salieron por la entrada “infinidad de cuervos”.
Utilizada como refugio desde la prehistoria, esta cavidad cárstica de 80 metros, húmeda y oscura, es una de los secretos mejor guardados del Parque Natural de las Lagunas de Ruidera. Sus paredes han sido moldeadas por el agua filtrada por la tan frágil y porosa roca caliza, y en el interior se puede observar la parte más alta del Acuífero 24.
Son muchas las empresas de turismo activo que realizan visitas guiadas por la Sala de los Arrieros, que en el pasado dio cobijo a comerciantes de vino de Valdepeñas y queso manchego, por la Sala de Cristal, donde el color blanco baña la roca, y por la Gran Sala de Montesinos, que iluminada por las bombillas de los cascos parece infinita.
La ruta de los órganos barrocos del Campo de Montiel
Destino manchego por excelencia, el Campo de Montiel no necesita presentación, pero todavía guarda sitios sorprendentes. Villahermosa, Terrinches y Torre de Juan Abad describen la ruta de los órganos barrocos del Campo de Montiel, instrumentos que atraen cada año a los mejores organistas del mundo.
Londres, Berlín y Nueva York comparten intérpretes con Torre de Juan Abad, que cada año celebra un ciclo internacional de conciertos con maestros de la talla de Francis Chapelet, maestro de organistas y ex titular del órgano de San Severín de París. Gaspar de la Redonda corrió con la construcción del órgano en 1763 y la totalidad de sus piezas son originales.
Como curiosidad, el uso de piezas musicales para el acompañamiento de los oficios religiosos parte del siglo XVI, y fueron muchas las iglesias y ermitas que adquirieron órganos. Los tocaban los mismos sacristanes, que recibían un salario anual por el trabajo. El mismo Francisco de Quevedo, que frecuentó la iglesia durante su estancia en Torre de Juan Abad escribió en 1640 sobre un órgano, probablemente un antecesor.
En el caso del órgano de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Villahermosa posee 5 castillos y 926 tubos con trompetería horizontal con lengüeta, diferente a la vertical que predomina en Europa. En la iglesia de Santo Domingo de Guzmán de Terrinches hay un tubular de alto teclado, que pudo haberse tocado de pie.
Asimismo, la iglesia de San Andrés de Villanueva de los Infantes conserva un órgano posterior, de 1887, fabricado en Londres en el taller de Henry Speechly con cerca de 2.000 tubos. Fue exhibido en la Exposición Universal de París, cuando se inauguró la Torre Eiffel.
Solana del Pino y las pinturas rupestres del Peñón Amarillo
Las pinturas rupestres de Peña Escrita son muy famosas, pero en Sierra Madrona, los de Fuencaliente no son los únicos abrigos que conservan arte prehistórico, y existen otras formas de recorrer sus miradores y gargantas. Solana del Pino no es la zona más abrupta de Sierra Madrona, “pero es bastante montañosa, con barrancos y arroyos que buscan su sitio entre las lomas”.
David Oliver, guía de Madrona Activa, recomienda una ruta con salida de Solana del Pino en dirección a Solanilla del Tamaral. A 300 metros de la salida ya tiene un punto de interés: las pinturas rupestres del Peñón Amarillo, que al igual que otras de la zona, son esquemáticas.
En el mirador natural del puerto de los Rehoyos, “están las mejores panorámicas del Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Madrona”, y a un kilómetro se conservan otras pinturas, las del Collado del Águila, con 15 motivos. Puerto Calero, puerto Madrona, el puente del río Robledillo y la fuente de San Lorenzo, también son visitables.
Típico “pueblo serrano”, Solana del Pino es pintoresco, tiene “callejeo” y también buena gastronomía. En el bar Loren cocinan “recetas de caza y unas buenas migas”, y la carnicería El Lucero “vende embutido de ciervo y caza, con muy buena fama”.
Viaje a la belle époque a través del pincel de Palmero
El olor a óleo y aguarrás perdura en la Casa Palmero de Almodóvar del Campo, uno de los museos más particulares de la provincia. Alfredo Palmero nació en 1901 en el Valle de Alcudia para convertirse en uno de los artistas españoles más internacionales del siglo XX y por su casa natal, en su día dedicada a “la plenitud del arte”, parece que no ha pasado el tiempo.
Solo por contemplar los ‘Caballos de la luna’, equinos blancos en movimiento en fondo azul, merece la pena visitarlo, pero es que, además, según señala Alba Santos, técnica de la Oficina de Turismo, “está expuesto en el antiguo estudio del maestro Palmero el primer boceto de ‘El entierro de Don Quijote’, que está basado en ‘El entierro del conde de Orgaz’ de El Greco”. El Museo del Quijote Ciudad Real conserva el original.
Todo no queda ahí, pues además de escenas y personajes de la obra de Cervantes, que siempre lo obsesionaron, la Casa Palmero cuenta con representaciones de los cafés y bulevares de la belle época parisina, fruto de los viajes del maestro a Europa. Asimismo, el museo incluye algunas de las obras de su nieto, también Alfredo Palmero, que une tradición y modernidad, en cuadros tan famosos como sus ‘Meninas’.
El museo incluye visitas guiadas todos los fines de semana y en Almodóvar del Campo también es visitable la casa natal de Juan de Ávila, doctor de la Iglesia católica y natural de esta población, donde se conserva la ‘Cueva de las penitencias’, donde el santo descubrió su vocación.
La Mancha tiene su albaicín en Criptana
Conformado por calles estrechas, empinadas y empedradas entre casas encaladas con zócalos azul añil, el albaicín de Campo de Criptana es el barrio más icónico de La Mancha. De las diez propuestas, quizás sea la más conocida, aunque demasiadas veces el viajero queda cegado por la majestuosa Sierra de los Molinos.
La recomendación es clara: acceder a la sierra de los gigantes con aspas tras perderse por este laberinto manchego, que aglutina un buen número de restaurantes y locales de copas, sobre todo en la parte alta. Esta claro que no solo Granada tiene su albaicín, convertido hoy en día en referente cultural y de ocio. El mejor acceso es por la plaza del Sardinero y el núcleo principal lo forman las calles Libertad, Rinconada y Fontanilla.
Muchas calles llevan nombres de personajes de ‘Don Quijote de La Mancha’: Sancho Panza, Ínsula Barataria, Princesa Urganda, Rocinante o Yelmo de Mambrino. Y en las fachadas resaltan rejas de forja en las ventanas y tejas árabes en los tejados, como la procedencia de su nombre, “barrio en cuesta”.
A la sombra de los 10 molinos, algunos con maquinaria original, que estuvo en funcionamiento entre los siglos XVI y XX, y convertidos en museos en torno a figuras como Sara Montiel, también proliferan las casas-cueva. Construida por una familia de molineros en el siglo XVI, La Despensa es una de las que se puede curiosear.
Turismo gris en Alcázar de San Juan
Quizás la primavera no sea la época más idónea para acudir a un cementerio, por el contraste entre los campos en flor y el gris de las lápidas, pero el de Alcázar de San Juan merece la pena por una razón: sus huellas masónicas. Fue el primer cementerio civil de toda España, inaugurado en 1871, y entre cruces cristianas está plagado de símbolos paganos.
En la inauguración, el filósofo manchego Tomás Tapia dijo que en este camposanto descansarían “las personas, sean quienes quieran, de donde quieran y como quieran”. En él está enterrado Antonio Castillo, alcalde durante la Restauración española de la ciudad y masón reconocido.
Símbolos del alfabeto griego, baldosas en blanco y negro que recuerdan a una tabla de ajedrez, globos terráqueos, antorchas, relojes alados, guirnaldas y coronas de yedra son muy comunes en las tumbas sin simbología religiosa. También lo son las rejas de metal a modo de cunas, dada la tradición de rejería modernista que vivió Alcázar.
La llegada del ferrocarril y el desarrollo de la viticultura facilitó la confluencia de diferentes corrientes intelectuales, filosóficas, ideológicas y religiosas en esta región rural donde se configuró este cementerio único, cuyos elementos sobrevivieron al paso del tiempo y al Franquismo. Abraham Lincoln, Napoleón Bonaparte o Manuel Azaña estuvieron vinculados con la masonería.
En la carretera: de Arenas de San Juan a Daimiel
Viñedos, olivares, pistacheros y campos de siembra. Muchos son los que hablan de Castilla-La Mancha como la despensa de Europa y solo hay que echarse a la carretera en cualquier rincón de la provincia para contemplar almendros, melonares, huertas de hortalizas y los nuevos terrenos de colza.
Pero si hay una carretera donde se puede contemplar la incidencia de los cultivos en el paisaje es la CM-420 entre Daimiel y Arenas de San Juan. Las siembras, durante la primavera en pleno crecimiento, nacen de la misma calzada sin curvas y dibujan una cuadrícula en la infinita llanura manchega. Desde allí, se puede acceder a puntos de referencia, como Puerto Lápice o el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel.
El Estrecho de las Hoces: la garganta del Guadiana
El Guadiana y el paisaje que moldea a su paso protagoniza otro destino de naturaleza en los límites de la provincia, esta vez en la frontera con Badajoz. El Estrecho de las Hoces del Guadiana, en Puebla de Don Rodrigo, es la última garganta que crea el río tras regar de fertilidad La Mancha.
Las hoces del Guadiana son unas paredes de casi 100 metros que flanquean las orillas del río con crestones cuarcíticos y recuerdan al Salto del Gitano del Monfragüe en Cáceres. Pero el desfiladero no es lo único que sorprende al ‘dominguero’ en esta zona, donde el río describe varios meandros y sobreviven al paso del tiempo varios molinos abandonados en la ribera y el refugio forestal de Valhondillo.
Jaras, chaparros, quejigos, encinos y enebros tapizan el entorno, donde también observar nenúfares, según describe un pescador de Miguelturra habitual en la zona. La pesca de “especies autóctonas y exóticas como el barbo, el black bass, el lucio y la carpa”, atraen en primavera a muchos aficionados.
En el estrecho, el agua del río coge velocidad, difícil de salvar incluso con piragua. “En kayak es muy complicado”, reconoce Alejandro del Moral, guía ambiental de la empresa Caminos del Guadiana, que descendió junto a un compañero en una barca de enea por todo el Guadiana en 2016.
Existen dos formas de acceso, una por Arroba de los Montes por un camino de tierra de alta pendiente, largo y “bastante dificultoso al final”, o la que recomienda el Ayuntamiento de Puebla de Don Rodrigo, desde el pueblo a pie por una vía paralela a la Tabla de la Murciana y que pasa por varios cortafuegos.