A las cinco de la mañana no debería haber nadie despierto. Pero a esa hora, en la casa de Óscar López Bermejo, la luz de la cocina está encendida y huele a café recién hecho. Al salir de casa cierra la puerta con cuidado para no despertar a los niños. Es de noche y hace frío. Conduce hasta la planta que RSU tiene en Almagro. Apenas hay tráfico en la carretera. Al llegar, junto a otros compañeros, se cambia en el vestuario. Uniforme burdeos y amarillo, botas, guantes y gafas de seguridad.
Óscar trabaja para RSU desde hace 21 años. Conduce un camión grúa en el que descarga los contenedores amarillos que RSU tiene repartidos en 114 localidades de la provincia. Solo los amarillos. Los del plástico, latas y briks. El camión pesa trece veces más que un coche, lleva incorporada una prensa y está limitado a 90 km/h. La cabina huele a camión.
RSU ha diseñado 38 rutas distintas, calculadas para poder recorrerlas en aproximadamente seis horas y encontrar los contenedores lo más llenos posible. Para eso, cada vez que un conductor vacía un contenedor, anota en una PDA el nivel de llenado: 25, 50, 75%, lleno o rebosado. Y por eso, los camiones acuden a La Solana 3 días por semana a por 87 contenedores, van a Bolaños todos los miércoles a por 78, se desplazan a Almadén y Chillón cada 20 días a por 60 o van hasta Horcajo y Anchuras cada dos semanas a por solo 26.
A las 6:50 ya ha amanecido y Óscar está entrando en Piedrabuena. El pueblo está en silencio. En la cabina suena Camarón. Cuando acabe irá a Porzuna y luego a El Robledo. En total hoy van a ser 68 contenedores. Se sabe de memoria el callejero de todos los pueblos del territorio RSU. Ya no se pierde. Para él, entrar en un pueblo con el camión es andar a oscuras en el salón de su casa y no tropezar con nada. Sin olvidar nunca que, en cualquier momento, de repente, las cosas se pueden torcer y entonces aparecen los problemas. Y en su trabajo, los problemas pueden ser encontrar una calle cortada, por cualquier motivo, y tener que dar marcha atrás con un camión de dos veces el tamaño de un coche. O llegar a calles estrechas como desfiladeros, como una de las que suben al mirador de Fuencaliente, donde los dos retrovisores del camión apenas pasan a dos centímetros de las fachadas de las casas; u otra en Almadén, donde el camión solo pasa si se sube a sus dos pequeñas aceras.
Un problema es llegar a enormes pendientes, como algunas en Fuencaliente, y tener que subirlas marcha atrás, porque arriba, al final de la cuesta, no hay espacio para dar la vuelta. Problema es doblar una esquina cerrada y encontrar un coche mal estacionado, lo suficientemente alejado del bordillo para no poder pasar y, entonces, tener que llamar a la policía, y esperar un rato sentado a que vengan a retirar el vehículo. Problemas pueden ser los balcones con mucho vuelo, tendederos inoportunos o enormes compresores de aire acondicionado en fachadas de calles estrechas, casi sin aceras, donde hay que ajustar bien el paso para no llevarse nada por delante. Problema es un cable descolgado en una obra, tan bajo, que si no te das cuenta te lo llevas por delante, pero que si lo ves, te tienes que parar, volver a llamar a la policía para que lo suban y poder seguir.
Entrar en Valdepeñas, Manzanares, Daimiel o Ciudad Real es entrar en un enorme laberinto de calles y avenidas plagadas de contenedores amarillos. Allí lo importante es tener la ruta en la cabeza, bien clara y no dudar. Callejear con orden, dar las vueltas justas y no dejar ningún contenedor atrás, porque, si no, el próximo compañero lo encontrará rebosado, con bolsas en el suelo. Cuando Óscar entra en Valdepeñas, Manzanares, Daimiel o Ciudad Real ya sabe que va a formar atascos. Un posible atasco por contenedor. Si hay 90 contenedores, 90 posibles atascos. Un minuto cincuenta segundos, si todo va bien, es lo que tarda en bajarse del camión, descargar y volver a subirse. Eso dura un atasco. Para él no es mucho. No se puede hacer en menos tiempo. Demasiado para los conductores que van con prisa, que esperan sentados en sus coches y le observan sin perder detalle. Que le clavan sus miradas y se impacientan. Que a veces se enfadan y le pitan. Que se quejan y protestan, y que Óscar les oye si tienen la ventanilla bajada. Hasta se han bajado del coche y se han acercado a increparle, a fotografiarle con el móvil, a amenazarle con denunciarle si no acaba pronto, que ya vale, que ya está bien.
Óscar ya no se pone nervioso. Ni en pueblos ni ciudades. Ni en callejones ni en atascos. Eso ya pasó. Los nervios fueron al principio. Porque su trabajo, al principio, consiste en montarse en el camión y salir a penar. Meterse a bordo de un transatlántico en calles que son ratoneras y sufrir. Un elefante en una cacharrería. Al principio, cuando suena el despertador de madrugada y apenas has abierto los ojos, el nombre del pueblo donde tienes que ir a descargar revolotea en su cabeza y, al bajarse de la cama, imagina los atascos que va a formar, piensa que, a lo mejor, alguien que no conoce hoy va a llegar tarde al trabajo por tu culpa. Y siempre solo. Sin nadie a su lado en la cabina. Y todo eso pesa. Y si se pone nervioso, se bloquea y tiene mala suerte, pueden llegar los errores, y entonces puede golpear coches, descolgar retrovisores, arañar fachadas, arrancar cables de electricidad, llevarse por delante pancartas o resquebrajar un contenedor al dejarlo en el suelo. Pero después de más de 320.000 contendores vaciados y unos cuantos disgustos, Óscar ha aprendido a mantener la calma. A cerrar los ojos, coger aire y pensar con calma. A no entrar en pánico. A no sentir las prisas de los demás como propias. Lo siento, tengo que descargar, estoy trabajando.
A las 12:15 ya ha acabado su jornada. Está entrando en la planta de Almagro. Una pareja de cigüeñas blancas sobrevuela en busca de comida. Está cansado y hace calor. Lo primero que hace es pasar el camión por la báscula. Luego descarga los cerca de 2.500 kilos de plásticos que ha recogido, limpia la parte trasera del camión con agua a presión, reposta gasoil, aspira la cabina y le pasa un paño húmedo, para que el próximo en coger el camión la encuentre limpia.
Óscar y todos sus compañeros, los que vacían contenedores amarillos, los que se ocupan del papel y el que se dedica al vidrio, todos, son héroes. Héroes cotidianos. Gente sencilla que hace cosas extraordinarias. Que recorren la provincia en busca de contenedores, los destripan, los dejan donde los encontraron y regresan a sus casas. A sus vidas. A hacer la compra, a llevar a los niños a inglés, a leerles un cuento antes de dormir. Mañana Óscar volverá al trabajo. Esta vez al centro de Ciudad Real. Serán 90 contenedores en el turno de tarde.