Suenan las charangas, el novio retoca las puntillas de su camisa y la novia se corrige el carmín. Cada sábado de carnaval los vecinos de Fernán Caballero celebran la “boda de los gitanos”, que hoy llaman “fernanduca”. Los primeros novios fueron la suegra de Teodoro Andújar y Nemesio ‘el taxista’, y hasta el cuartel fueron para que los casara la Guardia Civil. Ahora, esa performance que organizó Asociación Cultural Iomar Pardo Tavera hace 35 años es toda una tradición, que mueve a cientos de personas del pueblo, de Malagón y de Fuente el Fresno, y que abarrota la plaza. “Y salimos con los mejores trajes, las cosas como son”, dicen. Es el mejor ejemplo de lo que significan las peñas en La Mancha.
La Asociación Cultural Iomar Pardo Tavera es una de las más antiguas de la provincia y quizás la única que no ha fallado nunca en su cita con el carnaval. Solo incumplió su promesa en 2020, pero después de 24 meses y una pandemia de por medio, este año están de los nervios por salir. “Tú no sabes la ilusión que tiene la gente”, confiesa Teodoro Andújar, el presidente del colectivo. Posa delante de un elefante de 2 metros con ruedas y, aunque quiere mantener la intriga hasta el último día, confiesa a Lanza que van de un cuento de Disney, con una carroza, tres músicas diferentes, una de violines y otras dos “moviditas”, y que llevan 4 grupos con trajes diferentes, aparte de unos especiales, “con mucho brilli brilli y muchas plumas”.
Un grupo de 30 o 40 personas, formado por padres, hijos y amigos de varias familias, fundaron la asociación en 1985. Quedaron unos años para disfrazarse y al final decidieron fundarla, “hasta hoy en día”. Les unió el amor por el carnaval y la pasión por la cultura en unos años en los que el desfile de carrozas y comparsas del Domingo de Piñata de Ciudad Real “se hizo cada vez más famoso y movía mucha gente”. El empuje de las peñas de los pueblos de la provincia, muchos de ellos muy pequeños, como la Mascarada de Corral de Calatrava, Los Amigos del Arte de Daimiel o La Blanca Doble de Almagro, es lo que convirtió al desfile de la capital en lo que es en la actualidad.
China en 1995: el primer Arlequín de Oro
Su época dorada fue en los 90 y en los primeros años del siglo XXI. El primer Arlequín de Oro, el premio más codiciado de la provincia, llegó en 1995. “Aquel día lloré más que cuando nacieron mis hijos”, reconoce Teodoro delante de su mujer, carnavalera hasta la médula, que desfiló embarazada de ocho meses y medio. Siempre les ha gustado profundizar en las culturas de otros países y han viajado por todo el mundo, desde Turquía a Londres, y aquel año iban de China. Llevaban dos pagodas y un dragón que movían 12 o 14 personas, que “fue un auténtico boom”. Aquel premio les dio “una moral extraordinaria”. El segundo llegó en 2007, de aztecas, y en 2012 de Rusia, según explica Víctor Barba, “con la plaza Roja de Moscú con las torres de colores y vestidos con la casaca”.
Ciudad Real, pero también Miguelturra, Villarrubia de los Ojos, Valdepeñas, Manzanares o Malagón. Los desfiles empezaban el sábado previo al Miércoles de Ceniza y terminaban el Domingo de Piñata, y en verano, explica Teodoro, “hacíamos la tournée en Andalucía”. Y allí que trasladaron la carroza del Patio de los Leones y la Mezquita Azul de Estambul, de la que todavía conservan la maqueta en papel que les sirvió para hacer la carroza. Hacían Jaén, Úbeda, Baeza y Linares, se tiraban “casi todos los fines de semana de julio y agosto” con contratos comerciales en fiestas patronales, porque si aquí se estilan los gigantes y cabezudos, allí gustan los desfiles de carrozas. “Fueron años espléndidos”, añade. Este 2022 estarán en Villarrubia de los Ojos, Ciudad Real, quizás Miguelturra y por supuesto Fernán Caballero.
En la pared de la sede aparecen fotografías de cada año. Un grupo de adultos vestidos de escolares con sus babis delante de una pizarra aparecen en una fotografía de 1986, en otra aparece el Big Ben de Londres junto a una cabina roja y en otra sobresale un templo romano de columnas jónicas donde sale una joven, que según cuentan podría ser Eva María Masías, la actual alcaldesa de la capital, pues ella también fue de esta peña. Llegaron a ser “entre 140 y 150 personas”. La mitad eran vecinos del pueblo y el resto “de Ciudad Real, de Madrid, de pueblos de alrededor”. “Había muy pocas peñas organizadas en aquellos tiempos, por lo que venían aquí”, señalan. Fue entonces cuando compraron su sede y cada puente de mayo cogían las toallas de playa y se iban de viaje a Benidorm.
Las peñas pequeñas sufren la profesionalización de los desfiles
Los tiempos han cambiado. Los que entraron con 15 ahora tienen 40, unos se han casado, otros se han ido del pueblo en busca de trabajo, la juventud ha disminuido y ya no es tan fácil participar en los desfiles. Teodoro señala que, “de los 1.200 habitantes que teníamos hace 10 años, hemos pasado a 900, y luego la gente que teníamos de fuera prácticamente ha disminuido en un 80 por ciento”. Uno de los motivos es que “en sus localidades han aparecido nuevas comparsas y se han quedado allí”. Luego está la lucha con los ayuntamientos, pues mientras que antes “las peñas grandes podíamos conseguir subvenciones para transporte”, ahora solo tienen opción a los premios. El resultado es que si saben que en un desfile van a ir peñas con muchas opciones no les merece la pena ni ir porque corren el riesgo de no costear los gastos.
Los componentes de la Asociación Cultural Iomar Pardo Tavera saben que en la actualidad no se pueden comparar con peñas de pueblos de 30.000 o 40.000 habitantes”. “Hay peñas que dan cuatro patadas y salen 200 chicas, pero nosotros para conseguir 80 necesitamos nuestro pueblo y el de al lado”, lamentan. Eso en cuestión de personas a movilizar, pero lo mismo ocurre a la hora de construir las carrozas, planear la música o coser los trajes, pues aquí no está nada profesionalizado. Los modistas del pueblo eran las que compraban las telas en Julián Tejidos de Ciudad Real, en la antigua Telbes en la calle Toledo, y más de uno ha aprendido a coser con la máquina Sigma que todavía usan en la sede.
Sus carrozas las hacen porque “uno sabe soldar, otro cortar madera, otro pintar”, pero no parecen fallas valencianas. “A veces me cabreo por los jurados, porque cuando ves venir una comparsa se observa claramente si los trabajos están hechos por un profesional. Eso ocurre tanto con los disfraces, como con las coreografías o con las carrozas. Se ve claramente si es una falla o es una carroza currada por gente inexperta”, señala. Cuando los desfiles se vuelven cada vez más profesionalizados, comenta Teodoro, “las peñas pequeñas, las de los pueblos, lo tenemos muy complicado”, y consiguen salir adelante por una pasión que les brota a borbotones.
Una gran familia unida por el amor al carnaval
Cachondeo, compañerismo, aprendizaje y una familia. “Para mí, el carnaval ha sido mi vida, el único vicio que he tenido, ni bares, ni nada, y a lo mejor he pecado por eso”, confiesa Teodoro. Lo cierto es que la Asociación Cultural Iomar Pardo Tavera es como una gran familia, que va desde niños de 4 años hasta mayores de 65. La chimenea de la cocinilla de la sede ha visto muchas “migas y gachas”, y cuentan que más de uno ha salido novio de la peña. Aparte de las fiestas patronales, en Fernán Caballero “el carnaval era de lo poco que había y de lo que hoy hay”, ese “el motivo para juntarse y para divertirse de forma sana”, un lugar donde entablar conversación y conocer a gente”. Es muy esclavo, sí, pues en octubre empezaron a organizarse, pero no lo cambiarían por nada del mundo. Dice Sergio López, que el carnaval de Fernán Caballero “es divino”, tiene “mucho cachondeo y muchos bailes”, y eso es lo que van a encontrar todos los que decidan pasarse por la peña. Su ilusión no es ganar, sino desfilar.