Fue quizás la lectura trasnochada de la historia del ingenioso hidalgo de La Mancha la que extendió a través de las letras la locura de Alonso Quijano y llevó a tres estudiantes de la España de interior con veinte años a subir en una tartana para recorrer la Ruta del Quijote que inspiró con sus crónicas Azorín a principios del siglo XX. La rocambolesca aventura cumple este verano 50 años.
Santiago Matamoros, Tomás García Fernández y José María Manzano salieron el 24 de julio de 1972 de Villanueva de los Infantes con el perro Brunildo, un burro al que llamaron Boche que les costó 5.000 pesetas, y ese carro que en otra época fue como un “mercedes”, utilizado por la gente pudiente y médicos para ir de pueblo en pueblo, según recogió el corresponsal de Lanza, Pascual Antonio Beño.
El año que la historia de Plinio llegó a la tele
Era el año en que las andanzas de Plinio, el personaje creado por el escritor español Francisco García Pavón, llegó a la televisión. Antes, Camilo José Cela había publicado ‘Viaje a la Alcarria’ tras recorrer Brihuega, Cifuentes y Pastrana. Les atraía ‘La ruta de Don Quijote’ de José Martínez Ruiz, Azorín, de 1905, que publicó 14 crónicas en El Imparcial, y por supuesto, eran lectores del libro más universal de la literatura española.
“Estudiábamos en Madrid y en el piso que compartíamos se fraguó todo. Allí fue donde compramos los mapas topográficos y pensamos en una forma original para desplazarnos”, explica Santiago. Él es manchego, de Villanueva de los Infantes, igual que Tomás, y José María Manzano extremeño, de Casar de Palomero. Ninguno estudiaba literatura, sino magisterio y medicina, y tampoco eran escritores, pero no por ello la llanura dejaba de inspirarlos.
La Mancha y el Quijote les despertaba “aventura, conocer sitios”, desde la visión de gente de 20 años, cuenta Santiago. La fotografía tomada a su paso por Argamasilla de Alba, apoyados en la tartana, con camisa desabrochada y pantalones cortos, mientras que uno bebe en una bota de vino y el burro gris con raya negra en el lomo posa ante la cámara, refleja la curiosidad y el entusiasmo.
Dormían en corrales y para comer llevaban unas trébedes
Seiscientos kilómetros hasta el 16 de agosto, eso es lo que recorrieron. Recuerda Santiago que en cada jornada se despertaban antes de la aurora, a las 5 y media de la mañana, para evitar el calor abrasador del verano manchego, y que por la noche dormían en posadas, cuadras y corrales, siempre al lado del burro. Para comer, llevaban sartén y trébedes, donde cocinaban caldereta, pisto y migas.
En el techo de la tartana rezaban unas letras de Miguel de Cervantes: “Los heridos de punta de ausencia, oh Dulcinea, te buscan por estas tierras manchegas”. Todas las noches intentaban leer algún fragmento del ‘Quijote’ y cómo no hacerlo en espacios tan singulares como el antiguo cine de San Carlos del Valle, donde pasaron una velada. Su Dulcinea era la madre de Santiago y le mandaban cartas.
Valdepeñas, Alcázar de San Juan, Tomelloso, Socuéllamos, Daimiel, Moral de Calatrava, Mota del Cuervo, El Toboso, Belmonte y muchos pueblos más. Recorrieron el Campo de Montiel, Calatrava y la llanura de Alcázar de San Juan, incluida La Mancha toledana. Viajaban por caminos polvorientos y al llegar a las poblaciones aprovechaban para hablar con sus gentes.
La Mancha “primitiva”
En aquellos años, describe Santiago Matamoros, “en La Mancha todo era muy primitivo, se notaba bastante dejada”, no tenía nada que ver con la recuperación patrimonial que tuvo lugar posteriormente con la aparición del turismo de interior. “Recuerdo que en Almagro había empezado la recuperación de las calles y las fachadas, la Sierra de los Molinos de Campo de Criptana estaba bastante abandonada y en El Toboso no había nadie”, cuenta.
Los viajeros no eran frecuentes en estas tierras y cualquier trasiego fuera del habitual generaba recelo, más cuando ese mismo año se produjo la sonada fuga de Eleuterio Sánchez, El Lute, que basó su leyenda en robos, atracos y asesinatos. “El alcalde de Infantes nos tuvo que escribir una carta, que acreditaba quiénes éramos”, explica Santiago. Lo cierto es que tuvieron varios encuentros con la Guardia Civil.
En Almagro el aguacil les enseñó el Corral de Comedias, la iglesia de San Agustín, se refrescaron en una piscina y comieron “huevos a la porreta”, y en las Tablas de Daimiel el burro acabó acribillado por los tábanos. Al perro Brunildo le dejaron en Argamasilla de Alba, donde les acogió el médico en su casa, pero al llegar a Villanueva de los Infantes descubrieron que había vuelto por si solo con sus amos.
Entre tanto, disfrutaban “de los amaneceres y los atardeceres”, tenían “la sensibilidad a flor de piel”, cuenta el viajero, que reconoce que Argamasilla de Alba, con sus académicos, periodistas y ambiente cervantino les “impactó”. Hasta la Cueva de Medrano, “el lugar de La Mancha” donde Cervantes pasó su cautiverio, había acudido también Azorín en el tercer centenario de la publicación de la primera parte del ‘Quijote’.
El ’Quijote’, un estímulo para los viajeros
“El Quijote no va a dejar de ser un estímulo para los viajeros en La Mancha”, afirma Santiago Matamoros cincuenta años después, que celebra la recuperación del patrimonio cultural y artístico que ha tenido lugar en las últimas décadas. Habla de Tomelloso, de Valdepeñas o Puerto Lápice, y confiesa que “no tienen nada que ver”.
Las crónicas cuentan que en los años 50 un grupo de jóvenes turistas holandeses llegaron a Almagro y que se emborracharon “de sol, evocaciones de ventas, quijotismo y vino”. También llegaron unos argentinos con ponchos y sombreros, entre los que iba el poeta Manuel J. Castilla, y un grupo de alumnos de la Escuela de Bellas Artes cargados de caballetes y lienzos.
En la actualidad, ya no hay que esperar a alumnos de arte que busquen retratar paisajes, ni a literatos detrás de las huellas del Quijote, ni a tres locos en tartana como Santiago Matamoros, Tomás García Fernández y José María Manzano para encontrar viajeros en La Mancha. Cada año miles de visitantes llegan a Ciudad Real dispuestos a descubrir las maravillas de esta tierra, que tiene poco de hostil.
Exposición en Villanueva de los Infantes
Por el aniversario, la Universidad Libre de Infantes Santo Tomás de Villanueva expondrá la tartana original de la Ruta del Quijote en el marco de las jornadas sobre ‘Caballeros andantes’ que tendrán lugar el 10 y 11 de septiembre en la Casa de Cultura La Alhóndiga. El sábado además los tres protagonistas del viaje ofrecerán una conferencia.
Pascual Antonio Beño decía ya en los años 70 que “vestía más” que un universitario viajara a Europa, que pisara Roma o Londres, en vez de acudir a Ruidera o El Toboso. Sin embargo, él era partidario de que los jóvenes empezaran a viajar “por su propio país, por su propia tierra”. En este global siglo XXI, puede que los viajeros manchegos, en vez de subir a la Torre Eiffel y fotografiarse en la Fontana di Trevi, deban empezar también por ver teatro en Almagro y adentrarse en la Cueva de Montesinos.