Almagro es mucho más que teatro, monumentos, encajes y berenjenas. El latir de la vida cotidiana se alimenta de otras actividades artesanas y tradicionales como la pastelería. La capital encajera es famosa también desde siempre por sus obradores confiteros. En estos días, uno de esos obradores, Gómez del Castillo, ubicado en una casa típica almagreña en la calle empedrada de La Rosa cumple 40 años.
Pero la historia comenzó mucho antes. El origen de los obradores artesanos almagreños tienen un mismo origen: la música. El maridaje entre la música y la pastelería no es un invento ni una moda del siglo XXI. En Almagro fue el pastelero y director de la Banda Municipal de Música, el siempre recordado Pablo Molina, quien en los años de la postguerra no sólo dedicaba su tiempo libre a impartir clases de música a niños y jóvenes sino que a los jóvenes músicos que destacaban en destreza, agilidad y reflejos los introducía en el mundo de la pastelería como aprendices en su obrador. Y de esa dulce combinación de música y pastelería se consolidaron en Almagro negocios pasteleros que triunfaron en el siglo XX.
Cipriano Gómez fue uno de esos niños músicos y, a la vez, aprendiz de confitero. Su historia comenzó hace ya sesenta años. En su familia había habido un abuelo chocolatero en tierras andaluzas, pero en Almagro sus padres se dedicaban a las faenas agrícolas. Muchacho inquieto y con ganas de aprender se apuntó a clases de solfeo en la Banda Municipal de Música de Almagro, bajo la dirección de Pablo Molina. Destacó por su facilidad de aprendizaje y curiosidad, por lo que Molina le propuso ir de aprendiz a su obrador de pastelería.
Pablo Molina y su socio Domingo Vera han sido auténticos maestros del negocio confitero en Almagro. De sus hornos han salido profesionales que han desarrollado su oficio en Almagro, en Bolaños, Ciudad Real y en otros pueblos de la provincia. Cipriano Gómez aprendió el negocio comenzando desde abajo, como aprendiz, repartidor, auxiliar y oficial. Terminó siendo maestro artesano y conociendo todos los secretos en la elaboración artesanal de resequillas, pasteles, tartas, rosquillas, cruasanes, napolitanas, magdalenas, pastas y toda clase de dulces.
Ahora, hace justamente 40 años, Cipriano decide independizarse y monta su propio obrador en la casa de sus padres, en la calle Rosa. Inquieto, con carácter emprendedor, asumiendo riesgos y dejándose llevar por su clara vocación profesional, pone en marcha un negocio, al que primero se incorpora como socio Tomás del Castillo y, posteriormente, Jesús Soto. Una alianza empresarial, liderada por Cipriano, y que aún perdura en el caso de Tomás. Soto falleció hace ya unos años.
La elaboración artesana, el uso de materia prima de primera calidad, la diversificación en los productos finales, al adaptación al cambio de los gustos de los clientes, el trato directo y el amor por el trabajo bien hecho han sido las claves del éxito del negocio.
“Trabajo, trabajo, trabajo”
El secreto para Cipriano está “en el trabajo, trabajo y trabajo”. Lo explica con voz ronca y pausada. Gesticula con unas manos que vuelan como palomas. Manos ágiles de pastelero. Al calor de su obrador recuerda las largas jornadas de trabajo en las que todos hacían de todo, desde amasar, fabricar, envasar, despachar y hasta repartir. Hoy, los hornos de leña han sido sustituidos por los eléctricos y las bicicletas y maletas de madera por envases asépticos y modernas furgonetas de reparto, pero lo que no ha cambiado han sido las manos con las que él, su socio y colaboradores siguen amasando la materia prima, de la que luego surgen algunos de los mejores dulces que se reparten por todo el Campo de Calatrava. La tarta de milhojas, los bizcochos o la tarta del convento son algunas de las especialidades que siguen dando fama y reconocimiento a Gómez del Castillo.
Lo que tampoco ha cambiado han sido los horarios. Una confitería es casi como una farmacia. No se descansa ni domingos ni festivos. Siempre hay alguna celebración, romería, cumpleaños y toda clase de fiestas que se celebran con dulces. Como es tradicional en Almagro y en toda la provincia.
Su mujer, María Eugenia, ha aportado en los últimos años el uso de las nuevas tecnologías en la promoción y marketing del negocio, sobre todo, en la investigación e innovación en nuevos productos y en la forma de presentarlos y de comercializarlos. Artesanía e internet también son compatibles. Cipriano sonríe un tanto ajeno a los bits informáticos. Lo suyo son las harinas, almendras, azúcares, masas, cremas y merengues.
A sus más de setenta años no hace planes de jubilación. Su trabajo es una vocación, una actividad que imprime carácter, casi un sacerdocio. Disfruta con lo que hace y sólo siente que no ve a jóvenes dispuestos a seguir con el negocio y la tradición. Humilde y trabajador celebrará los 40 años con su familia y amigos. Mañana tiene que volver a madrugar.