La Tauromaquia la mantiene y sustenta el público; el pueblo, si se quiere. Y también el aficionado, esa masa menos numerosa pero más entendida que dedica tiempo y dinero a alimentar su pasión por los toros.
Hoy, en lanzadigital.com/toros, damos comienzo a “Palabra de aficionado”, una serie de entrevistas-cuestionarios realizados a distintos aficionados de contrastada solvencia.
Siempre es bueno, creemos, compartir y conocer el parecer de personas que, sea por el motivo que sea, sienten con intensidad la llamada de la afición y la canalizan por distintos cauces.
Hoy cedemos la palabra a Vicente de Gregorio, uno de los mejores aficionados que tenemos en la provincia de Ciudad Real. Ahí está su “hoja de servicios”: autor de dos libros como son “Calatraveño, a sangre y fuego” y “Cuarenta años de toreo; historia taurina de Almodóvar del Campo”, otro en camino, impulsor del Club Taurino de Almodóvar del Campo y artífice de la construcción del coso Las Eras de Marta de su localidad, de la que fue alcalde en dos periodos distintos.
Aquí tienen su “Palabra de aficionado”.
Primer recuerdo taurino
Data de los años cincuenta del pasado siglo. El escenario, el marco incomparable de la plaza del ayuntamiento de mi pueblo, Almodóvar del Campo. Se montaba todos los años con ocasión de las fiestas de septiembre. Eran cinco días de encierros y festejos vespertinos en estado puro. Toreaba un tal Alejandro Valiente, al que después perdí la pista porque se quedó en el camino, como tantos otros. Aquel aspirante se puso de rodillas y ese instante me impresionó. Descubrí la magia del toreo. Tendría yo ocho o nueve años. Llegué a mi casa entusiasmado y se lo conté a mi madre, que también era aficionada. ¡Parecía que hubiera visto a Manolete! También Escolástico Sánchez, el popular Escolástico, un contrastado y curtido banderillero de Puertollano, que se anunciaba en todas las ferias de Almodóvar, está siempre presente en mis primeras remembranzas taurinas. Aquel torero de la ciudad minera dejó en las novilladas económicas y capeas de la comarca un sello inconfundible, aparte de ejercer como maestro para todos los que iban llegando a la fiesta.
Primer gran impacto emocional taurino
Fue en Valdepeñas, en el año 1966. Un novillo manso y avisado de Isaías y Tulio Vázquez cogió de gravedad a Calatraveño en dos ocasiones, hiriéndole en el muslo derecho, infiriéndole dos cornadas, una en el glúteo y otra en la pantorrilla. Sangrando abundantemente no permitió ser trasladado a la enfermería y siguió en su sitio, valentísimo, toreando por naturales. Este proceder del bolañego impactó en mí. Con ese arrojo mostrado evidenció que nada frenaría su camino. Empezaba a forjarse en Ciudad Real un torero valiente, entregado, poderoso y honrado.
¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?
Es distinto. Cualquier época se desarrolla en unas circunstancias específicas que la definen. Yo viví una –años sesenta y setenta del pasado siglo- con una treintena de diestros diferentes en su concepción interpretativa, con los que se podían cerrar, sin esfuerzo aparente, más de media docena de carteles de primer orden. El toro, con menos volumen que el actual, entre quinientos y quinientos cuarenta kilos, tenía más movilidad y, aun dándole fuerte en varas, ofrecía más variantes al diestro durante la lidia. Los quites, ahora en el olvido, eran deber obligatorio para los integrantes de la terna. Los trasteos muleteriles eran más medidos, más cortos, mejor estructurados. Importaba menos la cantidad de pases, y más la calidad en su ejecución. El público no exigía faenas “centenarias”. En Madrid, plaza en la que siempre se ha afinado el toreo, con veinte muletazos se desorejaba a un toro. Gregorio Sánchez, en la corrida llamada “las siete”, en Las Ventas, mató siete toros y cortó siete orejas, en siete cuartos de hora. Aquello hoy sería impensable.
Comentario sobre el estado de la afición a los toros
La afición a los toros, salvo en determinadas plazas, es dada a dejarse llevar y manipular. La prensa influyente en el entramado taurino, que, como siempre sucedió, aún existe, martillea los oídos de los asistentes al espectáculo y les inculca el aplauso inmerecido y tendencioso a todo lo que sucede en el ruedo. Los medios hablados y escritos, excepciones al margen, desarrollan muy poca labor didáctica. Que conste que éste es un mal que se arrastra desde antaño. El público “traga sapos” muy nocivos para la salud de la fiesta. ¿Qué hacen vestidos de luces aun, con la aquiescencia popular, determinados toreros con poco ya que aportar al espectáculo?
El sentido común aconseja que deberían pasar a la reserva, apartándose con torería de los medios y haciendo mutis por la tronera del burladero. Hay que dejar sitio a los que llegan. Es imprescindible savia nueva que inunde los redondeles y remueva los cimientos. El ejemplo más cercano es el del torero Enrique Ponce, diestro ampliamente reconocido, con mucho sitio en la historia, esta es la verdad, pero que ahora podría seguir apoyando al toreo desde la otra orilla. Sería un buen ejercicio de sensatez. Es poco lógico y menos asumible que en esta época de pandemia en la que nadie ha visto un pitón y el quebranto económico es mayúsculo, el maestro de Chiva, cual necesitado indigente, se haya apuntado a todos los festejos programados. Otros con más necesidad deberían haberlo sustituido en los carteles.
¿En qué pueden llevar razón quienes critican la Tauromaquia?
Con este descerebrado colectivo hay que ser intransigente. No concedo ningún resquicio a la razón a quienes quieren abortar mi libertad para decidir y mis sentimientos para emocionarme. El toro bravo ha nacido para defender su vida en noble lid, siendo partícipe hegemónico de un rito único y atávico que dignifica a un pueblo nacido en la vieja Iberia. Y muere peleando gallardamente en la arena. Ese es su final, bello final y no otro. Si bien en ocasiones se invierten los papeles y el que responde con su vida, para su gloria, es el torero. Nada tiene que ver con esa otra muerte que el brazo humano ejecutor, parapetado y al acecho, infiere a otros seres irracionales de la variopinta fauna existente.
Aspectos a mejorar en el entramado taurino
Maltratado por el actual gobierno – también por el que le ha precedido de distinto signo político-, necesita y reclama con urgencia una auténtica reestructuración a nivel interno. Aquí todos creen tener razón pero nadie se decide a coger el toro por los cuernos. Lo que sucede es que los intereses particulares priman sobre los colectivos. El hermético núcleo que mueve los hilos del guiñol del toreo debe darle otra orientación. Este arte debe sustentarse sobre una plataforma más abierta y diáfana donde quepan todos y luego que cada cual ocupe su sitio según su valer y valor. Media docena de empresarios, e igual número de ganaderos y toreros, no pueden ser, en exclusiva, los destinatarios de los pingües beneficios que aún reporta este espectáculo. Es menester ajustar presupuestos y precios, sin obviar, como se hace, el bolsillo del espectador, que es el que pasa por taquilla y sostiene el capítulo primero destinado preferentemente al montante de ingresos. Redúzcanse salarios. Con el actual sistema los desequilibrios son insostenibles. Este espectáculo es caro.
Aun así, podrá atravesar momentos críticos como el que nos ocupa, pero soy optimista en cuanto a su continuidad. Hay un grupo de jóvenes toreros con muy halagüeño porvenir, pero hay que dejarles llegar para que cuajen y se consoliden. Y solo lo podrán hacer toreando con continuidad. Los que están asentados en la cresta de la ola se aferran al puesto, en lugar de extender el capote de la generosidad para que todos participen en la recogida del guante. Las cartelerías no pueden ser ocupadas por los mismos desde hace tres lustros, sistema que se ha hecho extensible a plazas de segundo y tercer orden, orillando sin rubor a los modestos. Sota, caballo y rey es el menú que se ofrece. Y la afición, mientras tanto, a dar palmas y verlas venir. De convidado de piedra. Y, ¡ojo!, si la fiesta de hundiera, culpémonos nosotros primero.
¿Primero toro o torero?
Ambos, porque sin uno de ellos no se produce el milagro del toreo. En primer lugar, se precisa un toro en tipo, ni zancudo, ni pasado de romana; correlacionado con el encaste del que proviene; ni grande, ni chico; normal. Bien puesto de pitones y con las puntas limpias. Fino de cabos, lustroso y musculado. Un toro hecho, con visible trapío y sin ningún defecto detectable. Alegre y desafiante. Como diría Corrochano, a un toro así no le pido más en el encerradero; en la plaza le pediré bravura.
Al torero le pediré la suficiente técnica y oficio, y también profundidad y arte, para poder a su antagonista mediante una lidia sin trampas ni ventajas, poniéndose en el sitio donde las cornadas duelen y se quedan en la memoria. Conjunción y entendimiento de ambos para que surja el toreo. Téngase presente que un toro bravo y encastado desenmascara al mal torero. “Con lo mal torero que eres, que no te salga un toro bravo en la plaza de Madrid”, dicen que sentenció en una ocasión el soberbio Guerrita al Luis Mazzantini.
Mi torero
Pocas dudas al respecto. Desde mi juventud he sido un “caminista” convencido. Para mí, Paco Camino es el diestro más completo con capote, muleta y estoque de cuantos he visto. La lidia de un toro en sus manos ha sido siempre una asignatura de fácil resolución. Su muleta en la mano izquierda y su estoque apuntando, enterrándolo en los rubios, no ha tenido parangón. Madrid desde el primer momento se le rindió. Tuve la suerte de verlo allí tres tardes. “El niño sabio de Camas” ha sido, en toda su extensión semántica, un maestro del toreo, cuya inteligencia es equiparable a la de Joselito el Gallo. Cuando quiso, estuvo muy por encima de todos.
Mi ganadería
La santacolomeña de don Joaquín Buendía, y la tamarona del Conde de la Corte. Ambas del tronco Vistahermosa por distintas vías. Don Eduardo Ibarra vendió la vacada en 1904, que había comprado en 1885, a don Felipe Murube, en dos lotes que adquirieron a partes iguales don Fernando Parladé y don Manuel Fernández Peña. Don Fernando la vendió a la marquesa viuda de Tamarón, y de ésta pasó en 1926 a manos de don Agustín de Mendoza “Conde de la Corte”. Don Manuel vendió su parte al Conde de Santa Coloma en 1910, y éste la traspasó en 1936 a don Joaquín Buendía.
¿Quién es -o ha sido- el último gran crack taurino?
Sin duda, José Tomás. Pero no solo de los de estos últimos años. La dimensión taurómaca del diestro de Galapagar es más alargada en el tiempo. Su llegada ha hecho añicos el toreo, rompiendo moldes y esquemas. Hasta ese momento, imposible torear con más lentitud, pureza, valor, sitio y arrolladora personalidad. Su vuelta de tuerca interpretativa es inalcanzable para los demás. Su quehacer en el ruedo embelesa, entusiasma y emociona. Aunque siempre habrá detractores, con torcidas intenciones e inconfesables intereses, que osan, sin conseguirlo, cuestionar su excepcionalidad. Pedro Romero, “Paquiro”, “Lagartijo”, “Guerrita”, “Joselito, Belmonte, Belmonte, Ortega, Manolete, Ordóñez, son toreros inmortales con quienes, sin desmerecer, sitúo a José Tomás. El orden, póngalo quien quiera.
Cartel ideal de plaza, toros y toreros
Dada ya mi larga vida de aficionado, podría confeccionar diversos carteles de indudable categoría. Mas dada la concreción de la pregunta, éste es mi cartel ideal: toros de Conde de la Corte para Antonio Ordóñez, Paco Camino y José Tomás en la plaza de Las Ventas de Madrid.
Recomendación de un libro de temática taurina
En este sentido me atrevo a recomendar dos; uno técnico y otro biográfico. “El hilo del toreo”, de Pepe Alameda, con rigor y perspectiva histórica, estudia la evolución del llamado “arte de Cúchares”, con sus principales intérpretes. En “Juan Belmonte, matador de toros”, Manuel Chaves Nogales firma un apasionante relato con exquisita pluma de la vida personal y taurina del “Pasmo de Triana” hasta 1935. Es, además, la obra de Chaves, una de las más completas biografía escritas en lengua castellana.