La Antártida es un entorno extremo donde la investigación científica enfrenta desafíos únicos. El investigador del Grupo de Combustibles y Motores de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM) Magín Lapuerta ha participado este enero en una expedición en el continente helado para analizar la presencia de aerosoles y su impacto en el balance radiativo del planeta. Este estudio forma parte de un proyecto de tres años financiado por el Instituto Antártico Chileno (INACH) y liderado por la Universidad Técnica Federico Santa María de Chile.
Lapuerta lleva colaborando con este grupo de investigadores chilenos desde 2012, un grupo que ya visitó por primera vez la Antártida en 2015. Para Lapuerta, la expedición de este año ha sido su primera oportunidad de visitar el continente helado. Antes ya había viajado en varias ocasiones a Chile para realizar investigaciones, aportando su conocimiento sobre las emisiones contaminantes en procesos de combustión.
Un mes en la Antártida: logística y desafíos
La expedición de Lapuerta comenzó un mes antes. Cuando viajó a Valparaíso (Chile) para preparar la misión junto a sus colegas chilenos. Pasado ese periodo, se trasladó a Punta Arenas, una de las ciudades más australes del mundo, y desde allí voló a la isla Rey Jorge en un avión especial adaptado para operar en pistas de tierra.
Una vez en la isla, embarcó en el rompehielos Betanzos, que los trasladó primero hasta la base científica General Bernardo O’Higgins y luego más al sur, cruzando incluso el Círculo Polar Antártico hasta la bahía Margarita. Durante quince días, el equipo vivió a bordo del barco, desde donde realizaban salidas a tierra para recolectar muestras y tomar mediciones. “El barco era antiguo pero cómodo. Nos acostumbramos al movimiento y, cuando las condiciones meteorológicas lo permitían, bajábamos a muestrear y volvíamos a dormir al barco”, relata el investigador.

El entorno resultó impresionante para Lapuerta. “En la costa hay mucha vida: pingüinos, focas, peces… Pero a medida que te adentras en el continente, el paisaje cambia drásticamente. Es como si muriera la vida: solo hay nieve, montañas y nada más. Al principio impacta mucho”.
En la Base O’Higgins, donde permanecieron cerca de dos semanas, fueron recibidos por personal militar chileno que mantiene la base operativa durante todo el año. “Nos trataron muy bien. Para ellos, que pasan allí inviernos enteros con temperaturas extremas, la llegada de investigadores en verano supone un cambio en la rutina”, comenta Lapuerta.
Instalación de equipos y recolección de datos
El trabajo en la Antártida implicó la instalación de equipos de medición en condiciones extremas. “Tuvimos que instalar y mantener dispositivos de medición en glaciares remotos, asegurando la carga de las baterías cada día, ya que el frío las agotaba rápidamente. Nuestro día a día consistía en montar equipos, vigilar su funcionamiento y procesar datos por la noche”.
El equipo científico, integrado por Magín Lapuerta, el profesor chileno Francisco Cereceda y el doctor en Glaciología Gonzalo Barcaza, tomó muestras de aire, agua y nieve para analizar la concentración de aerosoles. También realizaron mediciones radiológicas con radiómetros para estudiar la reflectancia de las superficies nevadas, un factor clave en el equilibrio térmico de la Tierra.

“El hecho de que la nieve pierda reflectancia debido a la deposición de aerosoles hace que absorba más calor y se derrita antes. La Antártida es la zona más blanca y brillante del planeta, y este efecto puede acelerar el cambio climático”, explica Lapuerta. También observaron la presencia de algas que, al reducir la reflectividad de la nieve, podrían estar contribuyendo al fenómeno.
Análisis del impacto ambiental y cambio climático
Uno de los aspectos más llamativos para Lapuerta fue el derretimiento del hielo, aunque señala que no todo lo que se descongela en verano es una pérdida permanente. “Al principio te impacta ver tanto deshielo, pero luego aprendes que es un ciclo normal, porque en invierno se vuelve a congelar. Sin embargo, ciertos indicadores como la aparición de algas o la contaminación residual en algunas bases científicas abandonadas, sí pueden estar vinculados al cambio climático y a la actividad humana”.
El objetivo del proyecto no es diagnosticar la situación actual y aportar datos para la comunidad científica. “Nosotros tratamos de identificar y cuantificar de dónde vienen los aerosoles que se depositan en la nieve. La contaminación en la Antártida puede provenir de fuentes locales, pero también de emisiones transportadas desde otros continentes”, señala.
Procesamiento de datos y futuros proyectos
El equipo ha recopilado una enorme cantidad de datos, con mediciones realizadas cada minuto durante días consecutivos. “Ahora toca analizar toda la información recogida a lo largo de estos años. Es un proceso laborioso, pero queremos tomarnos el tiempo necesario para hacer un buen trabajo antes de publicar resultados”, subraya Lapuerta.

Si bien este proyecto de tres años ha concluido, el investigador afirma que tratará de seguir colaborando con el equipo chileno y otros científicos internacionales. “Quizá sea momento de centrar la investigación en el hemisferio norte, después de tantos años estudiando el hemisferio sur”, indica.
El investigador destaca la importancia de la multidisciplinariedad en el trabajo científico. “Los equipos deben ser diversos, con especialistas en diferentes áreas. La puesta en común de distintos enfoques siempre enriquece la investigación”.
Ciencia y aventura
Sobre las temperaturas, Lapuerta afirma que en el verano antártico el frío era asumible. “Lo peor es sensación térmica cuando hace viento, ahí sí que se hace un poco duro, pero cuando hemos estado nosotros la mínima ha sido de -4 y la máxima de 4, hacía más frío en Ciudad Real cuando volví”.

Más allá del trabajo científico, la expedición vivió situaciones complicadas propias de un entorno tan cambiante como la Antártida. “A veces, te concentras en los equipos y, al alzar la vista, el paisaje ha cambiado porque los témpanos de hielo se han movido. En ocasiones nos quedamos atrapados en una lancha porque el hielo nos rodeó, o el helicóptero que nos transportaba no podía despegar. Fueron momentos de incertidumbre”.
Sin embargo, la experiencia ha sido positiva. “Ha habido mucha aventura. Hemos utilizado motos de nieve, hemos trabajado en condiciones extremas y hemos aprendido mucho. Para mí ha sido una experiencia extraordinaria que, hace unos años, ni se me hubiera pasado por la cabeza vivir”.