Hace tiempo leía “Feria” de Ana Iris Simón y hoy de nuevo sus páginas han regresado a mi memoria, cuando de lejos, he empezado a intuir los primeros molinos dibujando el horizonte de Campo de Criptana, que es una fotografía perfecta de lo que es Castilla-La Mancha: un llano de viento, viñedos, trabajadores del campo, algún tractor en medio de la carretera y sobre todo, un lugar donde cuesta reinventarse pero donde no se niega la posibilidad de un futuro en el que siempre se va a carecer de algunas ofertas de la gran ciudad, pero que invita a tener una calidad de vida por encima de la media.
Criptana es uno de esos pueblos de la provincia de Ciudad Real donde las veranos siguen siendo duros por el sol y el canto de la cigarra, pero magnífico para tejer recuerdos, sobre todo cuando eres pequeño y la bicicleta sigue siendo la posibilidad de descubrir el mundo entero.
Las gorras de promoción bancaria de antaño son parte del vestuario de los mayores, que la saben combinar con las camisas de cuadros de manga corta que se desbotonan a la altura del ombligo sin que nada desentone. En las calles de Criptana puede sonar Camela al tiempo que Delaossa y eso, es parte de la grandeza del patrimonio que esconde la España rural, que busca relevo generacional intentando aprovechar el tirón del nuevo turismo de interior nacido en plena pandemia y que ha permitido descubrir una parte del país que hasta entonces se había tenido poco o nada en cuenta. Los veranos siempre fueron de preferencia de salitre y bronceador, aunque en lo más remoto de nosotros, los pueblos de los abuelos, las orquestas con camisas imposibles y las conversaciones con pipas de por medio hasta que se asumía bien entrada la madrugada que las noches serían de abanicos, siempre estuvo dentro de nuestros mejores recuerdos. Y fíjense, tuvo que ser un confinamiento el que demostrase que los pueblos fueron grandes lugares de acogida.
En los últimos kilómetros de la CM-3105 la voz del GPS se eleva por encima de la playlist de Spotify que no he elegido yo, dando indicaciones para sortear algunas de las rotondas que rompen la monotonía de una carretera dibujada en línea recta. Sobran las explicaciones porque está claro qué camino seguir para coronar la pequeña cumbre del llano para aparcar junto a los molinos que un día fueron gigantes y derrocaron al mejor de los caballeros castizos, Don Quijote de la Mancha, que soñaba con Dulcinea, con grandes aventuras que vivir pero que como a todos, acabó por cruzarse con la cruda realidad, bajándole los pies al suelo con una historia que es a fin de cuentas el mejor libro de la literatura universal con perdón de los ofendidos.
Al llegar, en el parking aledaño a los molinos de Criptana, quedan algunas autocaravanas aparcadas, algún viajero paseando a un perro que mece el rabo contento mientras espera que le lancen la pelota al aire; en el ambiente se masca el polvo de los últimos autobuses de turistas que acaban de llegar y del que bajan algunos jubilados dispuestos a explorar esos gigantes del viento llenos de historia. Pese a que días atrás, en Semana Santa, los grupos se multiplicaron por decenas y esta mañana llegan a cuentagotas, permanece el alboroto de un lugar que más allá de las circunstancias acaba por invitar a la contemplación tranquila.
En el aire los acentos vocinglones se entremezclan en pequeños dejes de andaluz y valenciano. No es casual que se encuentren en Campo de Criptana, un lugar, que como todo Catilla-La Mancha, es lugar de matices. A lo lejos una excavadora se empeña con ahínco contra el terreno que desde el Ayuntamiento se ha mandado intervenir para permitir accesos más transitables para todos en plena serranía. Algunos compañeros de medios de comunicación toman declaraciones al alcalde en uno de los molinos colindantes al primer punto de información turística donde espera a Lanza la concejal de turismo de Criptana, Rosa Ana Fernández. Tal vez la vida sea eso, pequeñas preocupaciones que difieren en el mismo punto dependiendo desde donde se mire.
– ¿Vaya actividad tenéis esta mañana, no?; surge la interrogativa como forma de saludo al encontrarnos.
“Sí. Desde Semana Santa esto está siendo una locura de gente”, sonríe Fernández, pese a que en su rostro y en su resuello asoma el atisbo de estrés. Toma aire, se coloca el pelo que acaba de librar su propio duelo contra el aire y pasamos al “Inca Garcilaso”, el nuevo molino que acaba de restaurarse en la Sierra de los Molinos criptanense, donde todavía huele a pintura y que espera a abrir en las próximas semanas sus puertas al público, como otro bien material y cultural con el que aportará valor añadido para el turista que llegue hasta Criptana.
Sobre “Inca Garcilaso”, explica la concejal, “está pensado para que sea parte de nuestro atractivo como destino enoturístico”. El objetivo, añade, “es trabajar en la promoción de un sector tan importante para nuestro PIB y que ofrece muchos de los puestos de trabajo con los que contamos en nuestra localidad”.
Unir este contenido al continente de los molinos, parece una ecuación clara. “Los molinos son el núcleo y el centro de Criptana, un lugar muy importante para nosotros, porque vivimos la sierra como si fuese nuestro corazón. Es una de las zonas más visitadas por las personas que vienen a nuestro municipio y de ahí el esfuerzo que hacemos para su promoción, dotando de calidad y de nuevo contenido a los molinos de los que disponemos”.
“Los molinos son una seña de identidad de los manchegos y de nuestro país en la comunidad internacional. Así, pensamos, junto a la DO y la Diputación de Ciudad Real, aprovechar uno de estos símbolos para aplicar ese paralelismo con el vino de nuestra región y nuestro entorno cercano como es la comarca de la Mancha”.
Conocer los molinos criptanenses no obliga a llevar una ruta preestablecida, lo que está claro es que, pese a que este año se cumple el décimo aniversario de la muerte de Sara Montiel, el suyo, sigue siendo uno de los grandes reclamos turísticos en la localidad. “El 70% de visitantes de la localidad pasan a conocer el molino dedicado a Sara Montiel”, es lo que tiene haber sido una de las grandes musas del cine de su generación, cuando ser rural todavía no estaba de moda. Imaginen si tuvo que ser grande para triunfar como lo hizo sin haber nacido en Roma como Sofía Loren o no haberse sacado una foto icónica en Manhattan como Marilyn. No lo necesitó.
“Inca Garcilaso”, un gigante del vino
El molino “Inca Garcilaso” ofrece un espacio expositivo distribuido en tres plantas en las que se pone en valor el vino de la Denominación de Origen La Mancha y de las bodegas de Criptana. La idea de ponerlo en marcha, como tantas otras, fue cobrando forma durante la pandemia, convirtiéndose en una realidad este 2023, “un año después de la nueva normaldiad”.
En la planta baja, al abrir sus puertas, el visitante se encontrará en una taberna romana, con recreaciones de viandas y enseres que trasladan a esos días de adoquines y acueductos, a esos olores de especias como el romero, orégano o eneldo que siempre llevaron a Roma.
En su segunda planta se representa la evolución de la elaboración de vino en la zona Mancha y quedan expuestas las siete bodegas criptanenses, acogidas a la Denominación de Origen La Mancha que, en la última planta, tiene su espacio en forma de botellas y una vid gigante donde el visistante puede navegar hasta la profundidad de la raíz y la influencia del tipo de terreno donde crecen.
Este nuevo molino, el Gigante del Vino de La Mancha, forma parte de la estrategia que está desarrollando el Ayuntamiento encuadrada en el Plan de Sostenibilidad Turística en Destino, con el fin de aumentar los recursos patrimoniales y crear actividades que atraigan a los visitantes y hagan más larga su visita.
Miles de visitantes visitan Criptana cada año
En el molino Poyatos, punto de información, espera Cristina Torres, recepcionista turística en Campo de Criptana. Al principio mira con desconfianza la cámara, pero cuando pasan los primeros nervios en su cara se dibuja una sonrisa cuando recuerda sus días de teatro.
“Yo he sido artista”, bromea, aunque seguro que detrás de su afirmación queda algo de cierto. No es casual que a su izquierda esté acompañada por un póster de Sara Montiel, quizás la diva a la que muchas chiquillas del pueblo quisieron parecerse viéndola actuar en sus películas.
Ahora, Torres pasea entre molinos relevando a sus compañeras en las labores explicativas a los visitantes. Hasta la oficina no paran de llegar personas interesadas en qué visitar, en horarios o en puntos cercanos de interés. En medio de la entrevista suena el teléfono que avisa de que la tarde volverá a ser entretenida como la mañana.
“Aquí no paramos”, se disculpa y lo cierto es que si nunca paran, estos días de primavera lo hacen mucho menos. “Esta es la época más fuerte de todo el año. En invierno y en verano notamos que bajan un poquito las visitas, pero en Semana Santa y durante toda la primavera, por el municipio pasan miles de personas”.
Actualmente, Criptana conserva tres molinos que datan del S.XVI, aunque Torres también destaca “nuestro albahicín criptano, que afortunadamente tenemos una sierra en la llanura de la Mancha y la disfrutamos mucho”.
El público que llega hasta el punto de atención es de lo más variopinto. “Aquí nos llegan todo tipo de turistas; desde excursiones de personas mayores, a colegios, moteros; no sólo de nuestro país, sino también de fuera”.
Desde que comenzó la pandemia quizás lo que ha descendido ha sido el número de viajeros asiáticos, aunque “ha crecido mucho el turista de interior, lo que sirve para que se mantegan las cifras prepandemias e incluso se superen”.