“Mi madre pasó mucho en la vida porque le quedaron los ojos para llorar y las calles para correr”. Carmen Vela, de Piedrabuena, abre las puertas del recuerdo con las mismas palabras que recogió el libro ‘Para hacerte saber mil cosas nuevas’, con la fotografía de su padre prendida en la mano y el corazón encogido. Gregorio murió fusilado ante la tapia del cementerio de Ciudad Real el 29 de diciembre de 1940, día en el que con 40 años pasó a engrosar la larga lista de hombres y mujeres asesinados por la dictadura franquista en la posguerra española.
Sentada en el salón de la casa de sus abuelos, la misma en la que nació hace 88 años, Carmen Vela destapa su vida y la de tantas familias represaliadas. ¿Cómo fue su infancia? Pues muy mala, “porque tenía 9 años cuando se llevaron a mi padre y no nos quedó nada, solo estábamos mis abuelos, los padres de mi madre y las cuatro vecinas que nos ayudaban”. Recuerda aquellos días que pasaban en el ‘murallón’ del río Bullaque, donde lavaban la ropa las mujeres, cuando apenas tenían unos trozos de pan para llevarse a la boca.
Mayor de tres hermanas, Angelita y Emilia, supo muy pronto lo que era ayudar a su madre cuando iba a jalbegar las fachadas para conseguir unos cuartos y tuvo que aprender a defenderse cuando los chicos le decían que no tenía padre o que lo habían matado. A más de uno le arañó la cara y el contacto directo con su hermana pequeña lo perdió cuando apenas tenía 4 años. “Se la llevaron mis tíos de Barcelona y no la hemos vuelto a ver”, cuenta. Después solo quedaron sus cartas. “Fue una infancia llena de fatigas y con mucha miseria para todos, porque no había nada para comer”, confiesa. Por suerte, dice, a los pies del castillo de Mortara “había mucha unión y todos éramos como una familia”.
De la Guerra Civil solo le viene a la memoria aquel día que la llevaron a Chillón con muchas familias y niños. Carmen cuenta que su padre “estuvo en la guerra como todos los jóvenes”. “Aquello pasó en la guerra, y mi padre y todos los que mataron no tenían culpa, ¿qué culpa tenían?”. Meses después vivió el hecho que marcaría su vida: la detención de su padre. “Estábamos comiendo en el patio y vinieron a por él”. En ese lugar que hoy florecen las macetas alrededor de un pozo de agua clara, Gregorio dijo “Seguid comiendo que enseguida vengo”. Carmen muestra sus heridas abiertas.

“No morirme” sin ver la tumba
A dos días de la inauguración de la placa que recoge en Piedrabuena los nombres de todos los represaliados asesinados por el Franquismo y que yacen en las tres fosas comunes, Carmen fue a visitarla. No deja de pensar que “muchos ya no tienen ni familia”. “No pediría más en el mundo que no morirme sin que yo pudiera ver dónde está mi padre”, confiesa con tristeza. Apenas hace unos años empezó a conocer la historia de su padre y aún no ha podido visitar la fosa donde fue enterrado después de pasar por la cárcel de Ciudad Real. Allí fue donde escuchó sus últimas palabras: “la última vez que os voy a ver, pero os voy a querer mucho”.
Después de “tantas injusticias y mentiras”, Carmen ha alcanzado cierta tranquilidad al ver publicada la historia de su padre. Si algún día la pasa algo y existe la oportunidad de sacar los restos de su padre, “por favor que los lleven a mi sepultura, porque me gustaría tenerle conmigo”, apostilla. Gregorio Vela fue jornalero y nació en Minas del Horcajo una Nochebuena “por pura casualidad” mientras que estaban enfangados en la extracción de tierra blanca para encalar las paredes de las fachadas.
Una amiga fue la que la acompañó a ver la placa, pues allí están los restos de su suegro, León Mora, que relata que era familia del presidente de la Diputación, José Manuel Caballero. “También está un primo hermano de mi madre y hay varios que me suenan, porque la mayoría eran del pueblo”, señala Carmen. Si al día siguiente de la inauguración el cielo lloró, ese día fueron ellas dos las que sintieron el agua salada caer por sus ojos.

Una pena relegada al ámbito privado
Sin necesidad de nombrar a las personas que cuestionan la dignificación de las víctimas del Franquismo, Carmen alude “a la gente que dice que para qué”. Para ella “es gente sin escrúpulos o, mejor dicho, sin corazón”. “Delante de mí lo dijo una, y no contesté, me di la vuelta y me vine a mi casa. No quise contestar, porque yo tengo mi dolor y no me voy a poner a reñir”. De puertas para dentro, así vivieron las familias de represaliados su pena en la dictadura y aún lo viven tras cuarenta años de democracia. Carmen fue jornalera, modista, ha vivido normal como cualquier familia corriente, y de mayor ha sabido permanecer activa entre cursos de pintura, flores secas y de tejas con relieve, pero siempre ha mantenido en el ámbito privado ese sufrimiento.
Fue en abril de 1939 cuando un cabo de la comandancia de la Guardia Civil de Badajoz ordenó la detención de siete vecinos de Piedrabuena por “significativos marxistas”, entre ellos Gregorio Vela, según las investigaciones de Alfonso Villalta. Frente a los que todavía ven una España de “rojos” y “azules”, Carmen confiesa que en su casa nunca oyó hablar de política. El Cristo de la Antigua preside la habitación donde hace hoy ganchillo y observa el transcurrir del pueblo por la ventana. La mujer admite que nunca ha sido política, que ella es “de todos y de ninguno”.
Mientras que mira a su padre, vestido con el traje de los domingos, joven y “muy guapo”, y aquel retrato a carboncillo que hizo un pintor que pasó por el pueblo a su padre y a su madre cuando apenas tenían los veintitantos, Carmen confiesa que “el dolor no se ha ido nunca, ni se va a ir”. “Todavía sigue el de mi marido, que perdí hace 13 años y aún lo estoy viendo como el primer día, así que el de mi padre que no le conocí casi y que ni mis hermanas se acuerdan cómo era…”. Por lo menos la quedan las fotos en blanco y negro, y los libros, esos que lee y relee para calmar su constante inquietud por saber la verdad histórica.