La jornada del 6 de diciembre de 1978 no fue sólo un día anhelado y esperado para las generaciones que venían de la Guerra Civil y de los peores años de la dictadura.
También lo fue para muchos jóvenes que por mor de la legislación existente en la época aquél día les daba la oportunidad de entrar en la democracia en un acto excepcional, en el que se empezaba a poner fin de forma pacífica a unas décadas negras, como otras muchas, de la historia de España.
Aquél gesto de meter por primera vez una papeleta en una urna era simbólico, pero también marchaba unos planteamientos personales que se alargarían a lo largo de muchas vidas.
Echando un simple vistazo al devenir del país, que se pudiera cambiar de una situación controlada por el Ejército y por un partido único para dar paso, con todas las dificultades inherentes a ello, a un sistema participativo donde las distintas manifestaciones políticas se pudieran expresas sin cortapisas no era un hecho a no valorar en su trascendencia.
Cuarenta años después es seguro que es tiempo suficiente para poder hace un balance, mirar pros y contras, teniendo en cuenta no solo coordenadas que marquen la evolución de un país, sino el contexto global de la revolución política, tecnológica y su traducción en la economía, que hace que a veces pensemos que se está perdiendo el Norte.
Pero ese conglomerado que seguramente nos supera a todos no es óbice para entender que no hay que echar por tierra todo lo conseguido y empezar de nuevo, como si este planteamiento fuera totalmente inocente.
Cuarenta años después pude que haya que adaptar muchas cosas que el paso del tiempo ha hecho que nos demos cuenta de que no se hicieron bien y que están creando más disfunciones de las que se previeron.
Pasado este tiempo, seguramente habrá que exigir que los preceptos de derechos y deberes que recoge la Constitución se cumplan en toda su plenitud y que la Carta Magna no quede como un texto al que todos nos referimos alabándolo y al que nadie hace mucho caso en el fondo.
Esta situación que puede llevar a que la Constitución se quede como un adorno es un riesgo cierto que está muy lejos de los sentimientos que llevaron a su aprobación por la inmensa mayoría de los españoles que votaron su entrada en vigor.
Esta posibilidad de que pueda quedar como si de una vieja reliquia se tratase, hace que surjan propuestas, con excusas cogidas al vuelo como la crisis económica, que digan que hay que echar por tierra todo y empezar de nuevo desde cero.
No son inocuas estas pretensiones, van más allá de crear una sociedad supuestamente perfecta y pueden engañar a parte de la sociedad, cansada de muchas cosas que no han salido como se quería.
Frente a las referencias al “régimen del 78” que se han hecho desde algunas formaciones políticas que tienen el peligro de convertir la situación política presente en una vuelta al pasado que pretender denostar con el eslogan, habría que contraponer como si un honor fuera la defensa de ese “régimen del 78” que se pretende peyorativo por asimilación a los 40 años de la dictadura de Franco.
Hace cuatro décadas los políticos del momento, los que venían de la administración franquista y los que venían del exilio o la cárcel, supieron aceptar lo que había que ceder cada uno algo para encontrar una salida que diera una alternativa digna al país.
Hoy puede que todo esté mucho más deteriorado en la política y en las relaciones políticas y la mirada de sus protagonistas sea mucho más corta de la que tuvieron los predecesores. En todo caso, los ciudadanos no podemos caer en esa trampa y pensar que todo es un desastre que solo se arreglará volatilizando todo lo conseguido.
Da que pensar que los que vivieron el conflicto bélico de la Guerra Civil y pagaron sus consecuencias fueran lo suficientemente inteligentes y tuvieran la capacidad de dejar a un lado que lo que había que dar a un lado para llegar al objetivo mientras que, ahora, sus hijos, sus nietos, cuya vida posiblemente ha sido mucho mejor y más placentera gracias a la Constitución, sean los que quieren ponerlo todo patas arriba con un deje de cobro de una factura histórica que no traería naba bueno.
Será difícil, dadas las posturas que mantienen los distintos actores políticos, que haya un acuerdo para renovar todo lo que haya que renovar sin romper el tiesto. Sería necesario que fueran estos actores los que primero pudieran dar ejemplo de respeto a las reglas de juego para que todos les vieran.
A partir de ahí, todo se podría hablar y reconducir, sabiendo que la Constitución es una base más que positiva para seguir por el camino de la democracia y la libertad y que gobierne quien gobierne no se pueda ir en su contra con leyes o normas solo para salvar cada momento político en su favor.