No he oído yo hasta el día de hoy, esa es la verdad, demasiados pregones de Semana Santa. Apenas dos o tres, y ninguno había escuchado, reconozco que no está bien para un hijo del pueblo, de la Semana Santa de Miguelturra que, por cierto, ha cambiado mucho con respecto a la de hace cuarenta o cincuenta años, ¡y para mejor!, a Dios Gracias. Casi un veinte por ciento de sus vecinos, -más de dos mil doscientos entre hombres y mujeres-, dan vida a sus cofradías y hermandades; alrededor de veinte momentos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo representados en casi otros tantos «pasos» de misterio y de palio… ¡Enhorabuena, paisanos de Miguelturra, por el impulso que habéis dado y seguís dando a la Semana Santa de vuestro pueblo, ¡de mi pueblo! Y porque «a medida del santo son las medallas», que asevera el conocido refrán castellano, no podía ser menos esplendoroso el capítulo de pregoneros: Don José Luis Anino, -entre otros muchos-, o don Mariano Mondéjar Soto, o… y este año, hace ahora poco más de ocho días, don Julián Sánchez Mora.
¡Desde qué hermosa dimensión ve don Julián nuestra Semana Santa! Parece que estoy contemplando nuestro templo parroquial, dedicado a la Asunción de la Santísima Virgen, abarrotado de fieles, como aquella tarde-noche. Puedo asegurar a los lectores, -porque lo viví muy de cerca-, que entre la multitud se masticaba el silencio expectante del pueblo que escuchaba con atención al pregonero. Sólo rompía esa casi sepulcral callada, además de la lógica y elocuente intervención de don Julián, los sollozos que acompañaron, ¡en tantas ocasiones!, el discurrir de las lágrimas por tantas mejillas.
Tal vez, con el transcurrir de los minutos, se cansase y hasta enronqueciese la voz del pregonero, pero nunca cansó al auditorio. Gabriela Mistral, José María Pemán,… hasta los propios versos escritos por aquel, -don Julián-, en otro momento; hasta alguna saeta que bien pudiera haber cantado alguna de sus primas;… ¡qué buenos complementos fueron cada uno de los referidos para acompañar las reflexiones, los recuerdos, las vivencias,… del paisano sacerdote salesiano! Y es que, sin lugar a dudas, setenta años dan para mucho.
Nuestra Señora Dolorosa de La Soledad; Jesús entrando en Jerusalén; Nuestro Padre Jesús del Perdón; Cristo Yacente; Jesús de Medinaceli; Nuestro Padre Jesús Nazareno; El Niño de la Santa Cruz; Jesús Flagelado; La Virgen del Gran Dolor; El Santísimo Niño del Remedio; El Santísimo Cristo de la Piedad; Nuestra Señora de Las Angustias; Nuestra Señora de la Esperanza; El Niño Perdido; Jesús Resucitado;… recorrerán vuestras calles, -las calles de mi pueblo-, y se cruzarán las miradas.
Muchos se lo dijimos aquella tarde-noche, cuando hasta la lluvia quiso escuchar sus palabras. Yo lo hago hoy otra vez: ¡Muchas gracias, don Julián, por enseñarnos a mirar a Cristo, a su Madre,… cómo usted supo hacerlo. Ahora es más fácil entender, -con los versos del poeta-, y mirando, por ejemplo, a Santa María de la Esperanza que «…en ella se desprende la pena,/ la tristeza y la amargura./ El dolor busca su hondura,/ y el llanto busca su vena./ Y todo eleva su canto,/ para ti, divina rosa,/ cuando cruzas dolorosa/ en la madrugá de Viernes Santo…» Ahora es más fácil, sin duda, comprender el amor de Cristo, y al paso quizá de Jesús de Medinaceli repetir la siguiente jaculatoria de una hermosa oración de la que desconozco su autor: «…Hay, Señor, en tu adorable Pasión, una palabra que sin vibrar en mis oídos llega a lo más profundo de mi ser. Que me conmueve, admira, enternece y habla como ninguna…» Ahora es más fácil, ¡a buen seguro!, oír su voz y abrirle la puerta a Cristo que está a la nuestra y llama para entrar en nuestras casas, -en la de cada uno-, y cenar juntos.
¡Gracias, don Julián, por su pregón!, y permita que le diga una cosa. ¡Qué difícil va a ser, -a partir de ahora-, o qué comprometido, pregonar la Semana Santa de Miguelturra!
