Tengo muchos recuerdos de mi infancia y mi juventud, y uno de ellos es el sonido de las teclas de la máquina de escribir “Olivetti” de nuestro abuelo escribiendo sus artículos para el Diario “LANZA”, o sentado en su escritorio maquetando a mano con escuadra y cartabón de manera milimétrica los Extraordinarios de Navidad, Feria y Fiestas del Vino para este periódico, como un auténtico profesional del noble oficio del periodismo, aunque su profesión de toda la vida fuera la de maestro de escuela, como su padre, aquellos maestros de escuela que eran raza propia y fuerte, y de la que las nuevas generaciones tanto deberíamos aprender. Nuestro abuelo creía en el poder de la educación, el esfuerzo, el trabajo bien hecho y la cultura.
Desde pequeños el Diario “LANZA” ha estado presente en la vida de sus nietos, todos nosotros veíamos a nuestro abuelo Ramón cubriendo ruedas de prensa, actos del Ayuntamiento, jornadas culturales de nuestra ciudad etc. Infatigable e incansable hasta el año 2006 en que decidió retirarse definitivamente de su puesto como delegado de este periódico en Valdepeñas, quedando eso sí, como colaborador en una columna semanal dominical, desde donde se me permite escribir estas líneas y despedirnos de él. Gracias a nuestro abuelo empecé en 2003, con 16 años, a colaborar con artículos en los Extraordinarios de Feria y Fiestas del Vino, hasta la fecha. Gracias a él hemos aprendido muchísimas cosas, entre ellas a amar y querer a Valdepeñas, nuestra ciudad, por la que él ha sentido siempre devoción y orgullo (como decía una de las condolencias que hemos recibido estos días; “nadie conocía Valdepeñas como Ramón), a ojear y leer la prensa escrita en familia, a estar informados y a tener siempre inquietudes culturales. Era un hombre de gustos sencillos y humildes; su devoción por el Atlético de Madrid y la Virgen de Consolación, su gusto por la zarzuela, disfrutar en su casa de campo en las temporadas de verano, contarnos chistes, anécdotas, dichos y coplillas, leer el “LANZA” todos los días, salir a comprar el pan y el periódico y pararse con amigos y conocidos, cuidar de nuestra abuela y estar con su familia eran pequeños detalles que eran todo para él, era su vida en los dorados años de la vejez.
Tras una vida larga, tranquila y feliz y llena de reconocimientos de diversa índole, nos ha dejado con 86 años casi sin darnos cuenta, sin hacer ruido y sin esperarlo, y esa ciudad que él siempre ha llevado como bandera, ha sabido devolverle el cariño recibido. “Desde la Fuente de la Plaza”, desde esta columna, la familia sólo podemos, emocionados, dar gracias por todas las inmensas muestras de cariño, por las bonitas palabras y gestos recibidos durante estos duros momentos, que han servido para aliviar de alguna manera este amargo trance. Qué última lección nos has dado abuelo, cómo decías en uno de tus chascarrillos: “Así, sí”.
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