Tradicionalmente el católico pueblo español ha pedido a Dios que le libre de las aguas mansas, porque el peticionario se cuidará de las que no esconden su bravura. Cuando hace años asistimos a los desencuentros del Presidente de Honor del PP, José María Aznar, con su actual Presidente, Mariano Rajoy, vino a mi memoria el proceso sucesorio de ese partido, así como el desacierto de Aznar en una elección que, fundamentalmente, dependía de su criterio. Si no recuerdo mal, nombró a tres posibles sucesores que, cual distinguidos meritorios, habían de mostrar su idoneidad para dirigir el más importante partido de la derecha española, aunque quizá también pretendió prolongar, como Manuel Fraga, su autoridad y control sobre esa formación, pese a su deliberado abandono del puente de mando, y pensó facilitarlo escogiendo tres notables militantes de distintas características.
El más poderoso parecía ser Rodrigo Rato: tanto que, según el mismo Aznar, si no lo nombró heredero fue porque el propio Rato le manifestó no tener interés en unir su futuro a la presidencia del PP. No extrañó la indiscreción: se notó en alguna ocasión que sus ambiciones iban por otro camino, como se manifestó en su entusiasmo posterior cuando saltó al FMI; y hasta quizá el propio Aznar vio con alivio que su prestigio no fuese eclipsado por tan brillante astro. Otro componente de la terna sucesoria fue Jaime Mayor Oreja, democristiano del que ignoro su grado de fervor religioso, aunque tenga mis dudas sobre el espíritu democrático de quien calificaba el franquismo en Vascongadas como “una situación de extraordinaria placidez”, o que como representante del Partido Popular Europeo, fuese el único en no condenar en la UE la sublevación de Franco y su dictadura. Posiblemente estas y otras manifestaciones, de una dudosa ideología democrática, hicieron que Aznar se inclinase por Mariano Rajoy Brey, el tercero de los posibles sucesores.
Si con ello pretendió no ensombrecer su imagen tras una estrella como Rato, o convivir con el extremado conservadurismo de Mayor Oreja, para mantener influencia en la actividad gubernamental tras los bastidores doctrinarios de FAES, se equivocó. El otrora disciplinado Rajoy Brey dejó claro que solo lo era como subordinado; pero que, ya en la cumbre, exigía los demás la humildad que él exhibió, incluyendo al propio Aznar, que no ocultó su disgusto ante el desdén de Rajoy, que por autoritario, no discute: espera que acierten con sus deseos. Así lo exige hasta al Rey que en las primeras elecciones, de acuerdo con la Constitución le ofreció, como candidato más votado, la posibilidad de formar Gobierno. Rajoy no aceptó la oferta del Jefe del Estado, porque no tenía apoyo, ni la rechazó para no perder definitivamente la oportunidad… e inventó la fórmula de “declinarla”, sin importarle paralizar la formación de Gobierno y prolongar la provisionalidad. Afortunadamente, la aceptación de la misma oferta por la coalición del PSOE y Ciudadanos, aunque fallida, reactivó el proceso paralizado por el invento de la “declinación” y se pudo ir a una segunda elección.
Celebrado el proceso, tampoco cuenta con apoyos, aunque siga siendo el más votado. Requerido por el Jefe del Estado, la prensa difunde: “Mariano Rajoy acepta la investidura sin aclarar si se someterá a votación”. Y es que, en sus declaraciones posteriores, solo se compromete a abordar su obligada presentación en la Cámara cuando previamente le ofrezcan los apoyos que debería ganar en el debate: su “ego” vale más que la Constitución que le exige el riesgo de exponer su programa de Gobierno en el Congreso, defenderlo ante eventuales críticas… y someterse a una votación en la que puede ser derrotado: “El candidato propuesto… expondrá ante el Congreso el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara” (art. 99.2). Ante la indolencia o el egoísmo de del Presidente en Funciones, se hace difícil predecir el desenlace de esta penosa situación para la marcha de la nación, porque, fiel a su indolente parsimonia, ha decidido que sean los demás quienes resuelvan la situación: desde el primer momento ofreció presidir un gobierno de “gran coalición” del PP, PSOE y Ciudadanos… y espera a que los demás cumplan sus deseos.
Ciudadanos, pese a su parecido programático con el PP, no puede aportar congresistas suficientes para constituir mayoría, pero presiona para que el PSOE asegure la “gran coalición” entrando en ella, o, al menos, absteniéndose en la elección de Rajoy… como de momento hará Ciudadanos que se sigue resistiendo -como el resto del arco parlamentario- a votar a un Rajoy que ha despreciado olímpicamente a la oposición, aparte de ser un líder tremendamente afectado por corrupciones de cargos públicos y orgánicos de él dependientes. Por responsabilidad política, o por el “sentido de estado” que reclama a la izquierda, sería más lógico que el PP facilite su necesario saneamiento renunciando a formar Gobierno; como también lo sería que, al menos, el Sr. Rajoy permita que sea otro correligionario del PP menos contestado el que presida el futuro Gobierno. Pero hacer a los socialistas responsables de los desaguisados del PP en general y de Rajoy en particular, además injusto sería inútil para la mejora política. Pero no lo hará: “Del agua mansa líbreme Dios”…