Pueblos icónicos como Almagro, conjuntos patrimoniales como la Sierra de los Molinos de Campo de Criptana, espacios protegidos como el Parque Nacional de Cabañeros y fiestas tan populares como la Pandorga en Ciudad Real. Los vecinos de la provincia conocen sus potencialidades patrimoniales, culturales, naturales y festivas, y presumen de gastronomía, tradiciones y espíritu acogedor.
Ahora bien, con motivo de la participación de Ciudad Real en la Feria Internacional del Turismo (Fitur), que tiene lugar en el recinto de Ifema en Madrid entre el 19 y el 23 de mayo, Lanza da voz a viajeros de otras comunidades autónomas para analizar los grandes tesoros de la provincia. Un extremeño, un andaluz, una catalana, una madrileña y un valenciano participan en el experimento.
Según las cifras marcadas por el Plan Estratégico de Turismo de Castilla-La Mancha 2020-2023, Ciudad Real registraba antes de la llegada del coronavirus una media de 850.000 pernoctaciones al año. Entre los visitantes, alrededor del 27 por ciento eran madrileños, un 16 por ciento castellano-manchegos y un 16 por ciento andaluces. El turismo cultural, de naturaleza y el gastronómico son los principales atractivos. Y, aunque no lo reflejan los datos, la mayoría de los turistas tienen algún vínculo con la provincia, ya sea por familia o amigos.
En el contexto regional, hay que tener en cuenta que Castilla-La Mancha superó el umbral de los 5,2 millones de pernoctaciones regladas en 2019 después de un crecimiento “sostenido e ininterrumpido”. El perfil del viajero en la región era nacional en más de un 80 por ciento y uno de cada cuatro eran madrileños. Junto a castellano-manchegos y andaluces, también destacan los viajeros procedentes del Levante.
José Antonio del Jesús: las fiestas, la llanura, los molinos y los castillos
Las costumbres más añejas atrajeron a José Antonio del Jesús hace unos años a Ciudad Real. La Semana Santa del Campo de Calatrava y Las Caras de Calzada, la única fiesta profana que se celebra en Castilla-La Mancha en tiempo de Cuaresma, marcaron su iniciación al turismo rural en esta provincia que conocía desde pequeño, por esos veranos que pasaba en Valenzuela con su familia.
A José Antonio, que es natural de Torreblascopedro, un pueblecito de Jaén que está a 11 kilómetros de Linares, y que vive desde hace 20 meses en Ciudad Real por trabajo como operario en una fábrica de Daimiel, le llamó mucho el “sobrecogimiento” de la Semana Santa de aquí, el ambiente “tan respetuoso”, que nada tiene que ver con las aglomeraciones y el alborozo de cantares de la Pasión en Baeza, “la pequeña Sevilla”.
“Cuando llegué a la procesión me impresionó que no podías ir detrás del santo, sino que había que ir en fila y callado, en silencio. Los penitentes llamaban la atención a la gente que hablaba y en los bares no ponían tapas de carne, sino pisto y gachas”. Nada que ver esta tradición con la de Las Caras, en la que miles de personas aglutinadas en corrillos se juegan los euros.
Cuenta José Antonio que “la suerte del principiante” le sonrió en el Juego de las Caras, pues apostaron 20 euros entre 5 personas y consiguieron 400. Después de más de un año sin festejos, para el jiennense el recuerdo de esta fiesta reconocida de Interés Turístico Regional le produce cierta “melancolía”.
De pequeño le impresionaba “el acento, la forma de hablar”, de las gentes de La Mancha y ahora le fascinan las calles, “de piedra, sin apenas simetría”, menos encaladas y con menos macetas en los balcones. Lo dice con total conocimiento, pues pese a haber cumplido con las restricciones marcadas por la pandemia, José Antonio puede presumir de haber recorrido en los últimos meses gran parte de la provincia.
El Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, el Castillo de Calatrava la Nueva en Aldea del Rey, Alcázar de San Juan y el Convento de Santa Teresa en Malagón, figuran en la larga lista de sitios visitados por este turista andaluz que reconoce que en 2020 se pasó “el verano entero” en las Lagunas de Ruidera, el “oasis en mitad de La Mancha”, aunque echó de menos más información sobre rutas senderistas.
Rodeado de sierra y de agua durante gran parte de su vida, como vecino del valle del Guadalquivir, José Antonio reconoce que le impresionó “ver tanta agua en La Mancha”, también en Piedrabuena, en la Tabla de la Yedra el río Bullaque, donde de vez en cuando acude a pescar y donde le llama la atención “lo bien cuidado que está, todo limpio, recogido y con sus áreas recreativas”.
Para conocer la provincia, este andaluz que ha descubierto que aquí también hay gente “saladilla”, recomienda subir a El Mirador de La Mancha, en Villarrubia de los Ojos, donde es posible contemplar la llanura en su inmensidad, “kilómetros y kilómetros de tierra sin montañas donde se pierde la vista”. También menciona “el tour mágico” por Campo de Criptana y Almagro.
Desde que llegó los castillos medievales le han encantado y también las gachas, porque “si vas a un sitio que sepan hacerlas, quieres más”. Cuando ve olivares su mente vuelve a su tierra y entre sus próximos destinos tiene apuntados San Carlos del Valle y Villanueva de los Infantes. A José Antonio le encanta “descubrir lugares sobre la marcha”, pues “cada pueblo tiene su encanto”.
Él, que viene de una provincia que se ha promocionado siempre como “paraíso de interior”, es un claro defensor del turismo rural, “otra forma de generar economía en los pueblos pequeños”. Por eso reconoce que muchas veces hasta recomienda sitios de Ciudad Real a sus compañeros de trabajo autóctonos, porque para él su tierra es España y le gusta conocer el lugar donde vive. “Espero estar mucho tiempo aquí”, concluye.
Enrique López: la gente, los pueblos y la Tabla de la Yedra
Mucho calor, llanura y escasa vegetación fue lo que Enrique López pensó encontrar en el verano de 2012 cuando cruzó las fronteras de la provincia en dirección a Piedrabuena. Poco tenía que ver la imagen que le dio la bienvenida. “Extensos pinares, rañas de piedemonte coronadas por encinas, agua en abundancia”, describe este geógrafo extremeño originario de Miajadas, en Cáceres.
En aquel momento la comarca de los Montes lo enamoró, “por su paisaje, sus gentes, sus tradiciones”. “Ciudad Real es agua y vida, ya no solo por el río Guadiana e incluso las famosas Lagunas de Ruidera, sino por la Tabla de la Yedra, ese paraje donde el río Bullaque ensancha su cauce, quedando encajado entre montes y bosques de ribera que aportan un frescor y una belleza incomparables”, expresa.
Para nada Ciudad Real es un desierto, como piensan algunos de sus paisanos extremeños. El geógrafo habla del “paisaje ondulado” salpicado de montes solitarios fruto de la actividad volcánica en el Campo de Calatrava, “donde sus ricos suelos son muy utilizados para el cultivo de la huerta tradicional”. También hace referencia a los olivares, al relieve cuarcítico y a las imponentes llanuras, que “dan cobijo a extensiones de viñedo de alto valor agrológico”.
En los últimos años Enrique también ha recorrido muchos municipios pequeñitos de la provincia, como Corral de Calatrava, Alcolea, Moral, Luciana, Porzuna, Arroba de los Montes, Puebla de Don Rodrigo, y lugares míticos como Cabañeros, Almagro, Ruidera y la capital, que considera que “es una ciudad que tiene mucho más de lo que a simple vista parece y que se puede disfrutar mucho, sea cual sea el plan”.
La gastronomía manchega en general y la de Ciudad Real en particular son un plus. “No es tan distinta a la tradicional extremeña, pero tiene muchos matices”, existen muchos platos “que son únicos de cada pueblo y cada comarca”. A Enrique le encantan los platos elaborados con carne de caza, pero también las gachas, el pisto e, incluso, “con perdón de mis paisanos”, las migas, aunque no lleven pimentón.
Las berenjenas de Almagro se han convertido en sus encurtidos favoritos, y también recomienda probar el asadillo, la caldereta de cordero, “y platos más desconocidos como el mojete o el tiznao”. Enrique insiste en que “Ciudad Real tiene una buena oferta gastronómica para los amantes de la cocina tradicional, y eso es siempre un punto a favor para todos los que la visitamos”.
Con el paso del tiempo, Enrique ha creado “un buen vínculo con esta tierra y sus gentes”. Para él, “los manchegos son gente afable, sencilla, muy directa y honesta”, y aunque reconoce que al principio pueden mostrarse algo desconfiados, “sobre todo cuando escuchan hablar a alguien con un acento raro, como el extremeño”, luego se abren y su cariño es “muy particular y especial”.
En sus próximos viajes al extremeño le gustaría visitar el Castillo de Calatrava la Vieja, Valdepeñas y el Viso del Marqués, aparte de algunos rincones de la comarca de La Mancha. Para él, que viene del mundo rural, siempre es momento de apostar por el turismo, consciente de que es una de las fórmulas que garantizará “la supervivencia de estos espacios, cada vez más despoblados y olvidados”.
Partidario de “conocer cada rincón, cada comarca y pueblito de cada territorio, porque tenemos muchas joyas escondidas en el mundo rural”, que, a su juicio, “es el que mejor las atesora, conserva y protege”, Enrique también anima al visitante a conocer las tradiciones de la provincia, donde tienen lugar fiestas tan singulares como las Cruces y los Mayos de Piedrabuena, reconocidas de Interés Turístico Regional.
Sergio Padilla y Ana Fernández: la libertad, la gastronomía y la berrea en Cabañeros
Naturaleza, gente de campo, cultivos y “sensación de libertad”. Son los elementos que resumen la provincia de Ciudad Real para Sergio Padilla, médico alicantino con familia en Navacerrada, y su novia Ana Fernández, enfermera madrileña. Para ella, que tiene familia en Alcalá de Henares, el mundo cervantino siempre ha estado muy presente, pero para él, “los largos viajes en coche, pasar por las llanuras y ver los molinos eólicos” en las cumbres es como adaptar el ‘Quijote’ a los tiempos modernos.
Sus padres son de la provincia y siempre ha dicho que es de Ciudad Real, aunque se haya criado en Alicante. Sergio viene de una potencia internacional en el ámbito del turismo, que ha sabido promocionarse como destino para las familias, sin embargo, cuando era pequeño ansiaba acudir al pueblo “para dar vueltas, coger la bici”, sin horarios, sin necesidad de esa vigilancia necesaria en una gran ciudad.
La primera vez que fue Ana a Ciudad Real fue en el invierno de 2019 y, como la mayoría, puso cara de exclamación. “Tenía una amiga que cogió la especialidad en Ciudad Real y nos vendió la capital como un pueblo”, cuenta. Sin embargo, su visión fue todo lo contrario, se acuerda de ir al centro, ponerse las botas con las trufas de chocolate blanco de Doña Croqueta y con la carne de ciervo del Mesón Octavio. También habla de las tapas.
Las excursiones en el Parque Nacional de Cabañeros y el entorno están en su top, por Navas de Estena, Alcoba, Horcajo de los Montes. Al anochecer contemplaron uno de los acontecimientos naturales más interesantes de la provincia, la berrea de los ciervos en celo a principios del otoño. “El paisaje era anaranjado, la llanura, las encinas, y los ciervos berreaban, se peleaban y se escondían entre los árboles. Cayó la noche y seguimos escuchándolos”, explica Ana.
Las Lagunas de Ruidera les encantaron. Esta vez era febrero, “nos estábamos conociendo y estábamos muy enamorados, por lo que fue una excursión muy romántica”, cuentan entre risas. En cambio, el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel les decepcionó un poco, y más después de ver el video del centro de turismo con el humedal en pleno apogeo, debido a los cambios estacionales que sufre.
Sin duda, ambos recomiendan el turismo en Ciudad Real y, en concreto, proponen un viaje de “un fin de semana largo o una semana” en primavera o en otoño, para evitar el calor del verano. “Recomendaría coger la estancia en el Valle de Alcudia y Sierra Madrona, en una casa rural, y aprovechar para hacer excursiones a las Tablas o Almagro, al mismo tiempo que disfrutas de la gastronomía”, dice Sergio.
Montse Torres: el Valle de Alcudia, el vino y la tranquilidad
Cuando viene de una ciudad tan apabullante como Barcelona, el turista busca sitios plácidos, serenos, y para muchos eso representa La Mancha. Para Montse Torres, el pueblo de su madre, Navacerrada, es su refugio. Todos los veranos decide sumergirse en las profundidades del Parque Natural del Valle de Alcudia y Sierra Madrona, a apenas unos kilómetros de la pedanía almodovareña.
“Yo necesito al menos una vez al año ir a un sitio diferente, enfocado al turismo de interior, porque para los que tenemos playa, tomar el sol y bañarnos, es lo normal”. En sus vacaciones, Montse Torres prefiere “perderse en caminos, descubrir pueblos, ver otra forma de vivir, otra cultura”. Para ella, “compaginar el turismo de playa y el turismo rural” es clave.
Cuando era joven quizás valoraba menos la tranquilidad, pero ahora, frente “al estrés de la playa, con la gente, la arena”, prefiere el campo. “Aquí es uno de los sitios donde mejor duermo. En Barcelona me despierto varias veces por la noche y aquí duermo del tirón”, reconoce Montse, que recomendaría La Mancha “a todo el mundo, porque una vez que entras en el ritmo tranquilo, te relajas tanto, que el tiempo no importa”.
La primera vez que fue al pueblo era verano, “todo estaba muy seco y todo era llano”, sin embargo, empezó a hacer turismo y su imagen de La Mancha cambió. Primero recorrió el Valle de Alcudia y Sierra Madrona y la sorprendió. “El paisaje cambia muchísimo, pasas de una zona más monótona a ver valles muy bonitos, con las montañas al fondo”. A esta administrativa de profesión la impresionan los paisajes.
El día que cogió el camino hacia Minas del Horcajo, donde es posible ver venados en libertad, y se sumergió en el “siniestro túnel” de un kilómetro para acceder a la antigua población minera, nunca lo olvidará. También habla de las rutas de senderismo por Solana del Pino, por Fuencaliente. Dice que “es como si estuvieras en otra Ciudad Real, otra Castilla-La Macha”.
De hecho, recuerda que su cuñado, que se apuntó al viaje manchego el año pasado, “flipó” con la provincia. “La gente de fuera, por experiencia, cree que Castilla-La Mancha es una tierra muy seca”, cuenta. Por eso cuando descubren paisajes como el entorno del Parque Nacional de Cabañeros, desde el Mirador de la Cañada, o “la zona de los viñedos, con un aire toscano”, acaban maravillados.
Por ejemplo, con el ánimo de impregnarse de la cultura vitivinícola, ella participó en una visita con cata a la bodega la Encomienda de Cervera, en Almagro, donde hasta le dejaron pisar uva. “Fue una experiencia divertida y muy bonita, y creo que mucha gente que no conoce la provincia se quedaría sorprendida de las cosas que hay y las posibilidades que existen”. En el futuro, le gustaría repetir la visita al Corral de Comedias.
Ahora bien, frente a la visión de Ciudad Real como una provincia rural, Montse comenta que una de las cosas que más le gusta de la provincia es que “hay campo, puedes ir a sitios típicos, pero luego también existen sitios modernos”. Para ella, hay alternativas para todo, de hecho, considera que en la capital “tienes acceso a todo y no tienes por qué echar nada de menos”. Así pues, figura entre sus sitios preferidos
La Venta del Quijote en Puerto Lápice y las Lagunas de Ruidera son otros de los puntos que ha conocido, donde ha podido disfrutar de la gastronomía, porque, “en Ciudad Real, los huevos saben a huevo, la carne a carne, y la verdura también”. “En La Mancha, la comida tiene otro sabor y la disfrutas”. También habla de la carne de caza, del ciervo y del arroz con perdiz que comió en un restaurante que había “en un antiguo caserón” que la recordaba a las típicas masías catalanas.
