Algunas personas siguen portando la mascarilla como un complemento que llegó hace más de dos años como una obligación y que todavía ha perdurado para afrontar los “por si acaso” que pudieran surgir hasta hace apenas un par de días, cuando tocaba entrar a lugares donde era obligatorio y en otros casos recomendables, como por ejemplo los espacios abiertos de las residencias de mayores.
Un habitual ha sido llegar a algunos sitios y percatarte, justo antes de entrar, que todavía seguía siendo necesario llevar la mascarilla encima. A veces, de forma incomprensible, otras con cierta lógica, lo cierto es que no han sido pocas las personas que han tenido que recurrir a la compra urgente de mascarillas para poder entrar a según qué lugares.
Resultaban incómodas al principio, su uso se hizo raro durante los primeros meses desde que se decretó la pandemia hace ya más de dos años, pero terminaron por verse (y por venderse), como las grandes aliadas contra un virus desconocido. Se apostó a la grande por las ffp2, posteriormente por las mascarillas quirúrgicas; por momentos, la sociedad se convirtió en experta en materiales que hasta entonces estaban reservados para unos cuantos oficios.
Ahora, que parece que todo ha quedado atrás, se respira con alivio sabiendo que la normalidad estaba más cerca de lo que se pensaba; casi tanto, que todo lo vivido ha quedado olvidado, porque el cerebro, entre otras cosas, tiene un mecanismo de defensa con el que borra todo aquello doloroso que nos sucede, para que avanzar no se haga cuesta arriba.
Tras superar lo más duro y trágico de la pandemia, las mascarillas se quedaron como un recuerdo, como un resorte de seguridad que permaneció inamovible, como una especie de contrato temporal por el que la sociedad se comprometía a usar para no dar ni un paso atrás respecto a la covid, respetando que quedasen lugares donde portarla era lo lógico.
El 20 de abril de 2022, bajo esa premisa, el Consejo de Ministros abría las puertas, decretando que el uso de mascarillas en interiores debajaba de ser obligatorio, “quedando sólo en algunos supuestos donde parecen absolutamente imprescindible”, dijo la entonces la ministra de Sanidad, Carolina Darias.
En ese momento, el anuncio se recibió con alivio, con ganas de volver a disfrutar, pero todavía la vuelta a la normalidad estaba sin completar del todo.
Cuando ha pasado un año y casi dos meses desde ese anuncio en el Consejo de Ministros, el pasado miércoles -por fin- se dio el paso definitivo para acabar con todas las restricciones que hasta ahora seguían vigentes y se dijo la frase que toda la sociedad quería escuchar, avalada por el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CAES) y los expertos del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud: “La covid ya no constituye una situación de crisis en España”.
Hoy sobran mascarillas pero no siempre fue así…
Ofertar en estos momentos mascarillas a 8 euros parecería una broma, un abuso y algo impensable, pero en marzo de 2021, cuando entró en vigor la obligatoriedad de usarla, siempre que no pudiese guardarse las medidas de seguridad, la sociedad comenzó a buscar mascarillas en el mercado a la desesperada, llegando a pagar precios desorbitados que llegaron a alcanzar casi los dobles dígitos por unidad.
Durante meses, la gente buscó en Internet, recurrió a sus farmacias de confianza, para que las mascarillas nunca faltasen en casa. No había fecha para la finalización de las restricciones y tener remanentes de mascarillas, era la condición indispensable para poder socializar.
En estos momentos, todo ha cambiado. Por ejemplo, en la Farmacia Fisac Lozano de Ciudad Real, ubicada en las instalaciones del centro comercial E.Leclerc, las han dejado de tener expuestas. Preguntada si todavía tienen mascarillas en sus escaparates o en alguna estantería, su cotitular, Sofía Fisac, señala detrás de una columna, como si todavía las estuviese viendo en ese espacio donde han estado durante largos meses. “Justo las quitamos ayer, las teníamos aquí”.
Mientras la normalidad se asienta y la costumbre de la cara descubierta se vuelve a asumir, todavía quedan los precavidos. En la farmacia, cuenta Sofía “estos días hay gente que todavía entra con mascarilla y se la quita cuando se da cuenta que tanto los dependientes como el resto de clientes no la llevan. La gente ha escuchado las noticias, sabe que han dejado de ser obligatorias, pero todavía la llevan encima por si acaso. Parece que cuesta desprenderse de eso a lo que nos hemos acostumbrado”. “Nosotros, concretamente, teníamos muchas ganas de poder vernos las caras”.
En los Centro de Salud de Ciudad Real la situación se repite. Hay pacientes que entran y salen con la mascarilla todavía puesta. Hay otros que aparcan, se aproximan hasta las puertas del Centro y regresan hasta los vehículos con premura para recoger mascarillas que en algunos casos llevan en la guantera desde hace meses. “Sí, yo me he vuelto por si acaso no podíamos entrar. Tengo esta mascarilla hace meses en el coche”, bromea Julia, una de las pacientes del Centro de Salud III de Ciudad Real.
“Nos toca acostumbrarnos ahora a no tener que llevarla. Yo es verdad que he sido un poco anárquico con las mascarillas porque desde el principio vivimos la pandemia en el campo, pero bueno, estábamos obligados y al final, para ir a algunos sitios, ya estábamos acostumbrados”, confiesa Sebastián, justo antes de entrar a su consulta programada.
Otras pacientes como Julia respiran con alivio. “En mi caso, que soy asmática, estaba deseando no tener que llevarla puesta. Nos cuesta mucho respirar y, lo cierto, es que después de haber pasado cuatro veces el covid, ya estaba cansada de las restricciones. Al principio lo vivimos con miedo, como todo el mundo, pero después, lo he asumido con normalidad”.
Sin mascarillas, pero con recuerdos acumulados, hoy parecen lejos aquellos primeros casos reportados en La Gomera en enero de 2020, quedan lejos las ruedas de prensa de Fernando Simón, los aplausos de las 20:00, las calles vacías, los abrazos plastificados. Ya no queda casi nadie obligado a protegerse con mascarillas, ni siquiera los mayores de las residencias, que disfrutan de los suyos y de sus compañeros atrincherados bajo la sombra hablando de la vida, como si nada de lo vivido estos dos últimos años hubiese causado tanto miedo.