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Cuando la vida se pierde entre los rayos del sol

Cuando la vida se pierde entre los rayos del sol
Laura Espinar
Nunca había conocido este Sahara. Un Sahara duro, un Sahara solo, sin compañeros con los que salir y entrar, sin quien compartir un idioma y a quien dirigirme y decir;  “¡Me estoy asfixiando!”.

Hace poco más de una semana que regresé de los Campamentos de refugiados saharauis y todavía hoy me cuesta respirar.
El Festival Internacional de Cine del Sahara (FiSahara) ha sido la excusa y el canal para volver al lugar de la luna más grande, al de las miles de estrellas, al del viento más puro…
Siempre me ha costado explicar mis viajes al Sahara. Tenía que limitarme al “bien, muy bien, tienes que ir algún día”, porque nunca fui capaz de conectar mis sensaciones, tan grandes y constructivas, con las de la gente que por la calle, y a mi vuelta, me preguntaba qué tal por el desierto.

Hace poco que regresé de mi séptimo viaje al Sahara, y todo ha cambiado. Pareciera como la primera vez, como si nunca hubiera estado antes, como si nunca hubiera conocido el Sahara hasta ahora.
La expedición partía el martes 28 de abril, por la tarde. Y cierto es que sabía que las condiciones en esta época del año probablemente fueran muy distintas a las que he vivido en otras ocasiones. Las temperaturas, las asumía elevadas, y la previsión meteorológica, los días previos al viaje, confirmaba mis sospechas.

Compartía esta estancia con la familia de Mohamed, el niño que acojo en verano. En esta ocasión no me acompañaban amigos, ni familia…, pero sin embargo lo tomaba como la oportunidad de conocer la verdad y realidad del pueblo saharaui. Y tanto.
Durante estos días, a mi vuelta, las respuestas son claras, “Volviste del desierto, ¿qué tal te fue?”. Mal, realmente mal.
Soy hombre de calor, cultivado en las solaneras manchegas de julio, pero los picos de 50 grados alcanzados durante estos días han superado mis mecanismos de control térmico. Los rayos solares de las 9 de la mañana han machacado mi piel, y las “llamaradas” del mediodía me han dejado sin aliento. Las cubas ardiendo daban el agua del día, y la arena, esa arena blanca y fina, me convertía en faquir si dejaba los zapatos en la jaima.

Las 11 de la mañana es la hora del recogimiento e indica el inicio de la lucha por la supervivencia. Mientras la temperatura aumenta, el tiempo se para y uno no deja de dar vueltas por el suelo, buscando la posición más cómoda en la que aguantar las ocho horas que quedan por delante hasta que el sol vaya decidiendo dar tregua. Las ocho horas más largas, de silencios moribundos solo interrumpidos por las voces del Iman llamando al rezo diario, de aletargo obligado y de resignación, de pura y absoluta resignación.

Nunca había conocido este Sahara. Un Sahara duro, un Sahara solo, sin compañeros con los que salir y entrar, sin quien compartir un idioma y a quien dirigirme y decir;  “¡Me estoy asfixiando!”.
Han sido seis días, solo seis días. Seis días incómodos, Seis días eternos y dolorosos, que terminaron cuando el autobús puso rumbo al aeropuerto, justo a esa hora, las 11 de la mañana, la hora del inicio y el fin de muchas cosas.

Hace poco más de una semana que regresé de los Campamentos de refugiados saharauis y todavía hoy me cuesta respirar. Porque Mohamed, Dada, Bachir, Essa, Aluma, Hamdi, Gajmula… no me acompañan en el avión que me alivió la vida. Porque de vuelta a la primavera norteña, el sol quedó por dentro y sigue asfixiando, asumiendo que hoy, y mañana y pasado mañana, quedan allí miles de hermanos y hermanas que nunca se acostumbrarán al desierto. Que resignados seguirán viendo pasar la vida, despacio, envejeciendo en un exilio que nos les corresponde, muriendo en aquel lugar al que llegaron de paso y que hoy es hogar de muchos que nacieron al amparo de la hamada argelina, la peor versión del desierto del Sahara.
Nadie se acostumbra a sufrir, nadie se hace inmune a la tortura, nadie sobrevive al abandono indefinido. Hace 40 años que el Sahara lucha por su libertad, por su dignidad y por su vida, al tiempo que sólo se resigna al abandono al sufrimiento y a la tortura.
En la búsqueda de la dignidad sólo se puede arropar a pesar del calor, acompañar a pesar de la distancia, y gritar y gritar fuerte por el encuentro de este pueblo con la vida. Porque lo de hoy, lo de hoy no es vida.
Y además, pedir Justicia Universal, y el regreso a su tierra y a una vida digna, y la autodeterminación del pueblo saharaui, y el SAHARA LIBRE, NECESARIAMENTE YA!!
Sahara, volveremos juntos a casa, Insha´Allah.

 

 

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