La memoria es frágil, pero es hermosa. Desaparece, va, viene, se diluye y se enmaraña. Por eso los ejercicios de homenaje a la memoria son delicados, pero son un acto hermoso que rescata de lo más profundo, lo mas humano de la historia.
No había pistas, ni gigantescas canchas cubiertas, ni zapatillas técnicas, ni personal sobretitulado. Había patios de colegio con piedras o cemento, campos improvisados en solares, piscinas que se compartían por turnos, y balones que pasaban de mano en mano hasta que el cuero se gastaba. Y, sin embargo, había algo más fuerte que todo eso: las ganas.
Ganas de correr, de saltar, de nadar, de lanzar, de jugar en equipo. Ganas de salir del pueblo aunque fuera solo para ir al campeonato comarcal, a echar unas carreras o a participar en los Juegos de la Mancha. Ganas de conocer gente, de ver a los amigos del pueblo de al lado, de pertenecer a algo, de hacer algo distinto. Porque en los años 60 y 70, hacer deporte en la provincia de Ciudad Real era muchas cosas, pero sobre todo era una aventura.
De cuando el barro nos llegaba a los tobillos no es solo un título.
Es una imagen. Una escena grabada en la memoria de una generación. El barro pegado a las zapatillas, las rodillas marcadas, los inviernos sin abrigo, el balón como brújula y el silbato como horizonte. Es el símbolo de un inicio difícil, rudo, improvisado, pero también puro, luminoso, inolvidable.
Porque ahí, en ese barro, empezó todo.
La semilla del deporte en esta tierra no se plantó en estadios ni en pabellones: se plantó en patios de colegio, en márgenes de carretera, en charlas de vestuario sin vestuario, en familias al volante, en manos que construyeron con lo poco que había. Y floreció porque había ilusión. Porque había comunidad. Porque había ejemplo.
Esta serie no quiere contar medallas, sino miradas.
No busca exactitudes, sino ecos. Porque esto no es un archivo: es un homenaje. Una conversación con la memoria, con lo que aún late en quienes abrieron camino sin saberlo.
Una generación que se calzó unas zapatillas prestadas y salió a correr sin mapa, solo con fe.
Por el día de Castilla – La Mancha y durante diez semanas a partir del 6 de junio, cada viernes y cada sábado, escucharemos sus voces: hombres y mujeres que hicieron del atletismo, el fútbol, el balonmano, el baloncesto o la natación su forma de estar en el mundo. No por fama, ni por futuro, sino por impulso. Por pasión. Por encontrarse.
Sus palabras son ventanas abiertas al recuerdo. Y en cada una de ellas, un paisaje: un campo de tierra, una piscina helada, una grada vacía, un autobús al amanecer, un entrenador que enseñaba más con una mirada que con cien charlas.
La memoria es frágil, sí. Habrá quienes se nos hayan quedado en el camino, pero no por mala voluntad, sino por la fragilidad de los recuerdos. Lectores y lectoras, únanse a este homenaje con el corazón abierto, recuerden con estos deportistas, acompañen su memoria, y, si hay alguien que no se haya incluido en esta galería, no lo dejen, pueden escribir su recuerdo y revivir su memoria a través de nuestro diario.
Esta no es la historia del deporte de élite. Es la historia del deporte raíz. Del que se entrena con barro, se juega con frío, se vive con el alma. Del deporte de nuestra tierra con los nombres de nuestra tierra.
Y es, sobre todo, la historia de quienes nos enseñaron que el mayor triunfo no está en ganar, sino en ser parte de algo que permanecerá en el tiempo con las palabras escritas y las fotos recuperadas por las emociones.