A principios del siglo XVII, el valenciano Guillén de Castro, inspirándose en antiguos romances castellanos escribe su obra “Las mocedades del Cid”, sobre la vida de ese personaje, “mitad histórico mitad legendario”, cual creo recordar que decía mi libro escolar de lectura, que me entretenía a los seis o siete años. Como alumno que iniciaba la enseñanza primaria, no acababa de entender tan compleja calificación. Hoy me extraña el valor de tratar en el año cuarenta y cinco o cuarenta y seis de “mitad legendario” a ese sin par caballero castellano y cristiano… ni el descuido del censor al permitirlo. Menos mal que, en cambio, sí se omitían los servicios que el recio burgalés prestó a las armas musulmanas. Y es que la deformada, larga y contradictoria historia de la Reconquista, convertida en romances por trovadores ansiosos de glorificar a “cruzados” vencedores y en la historia patriotera terminó siendo la rectilínea epopeya de ocho siglos de lucha devotos cristianos contra pérfidos musulmanes. De cantos a los valores heroicos y patrióticos de los romances, Guillén de Castro plantea una hipotética ética caballeresca:
Esta opinión es honrada: / procure siempre acertarla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, /
defendella y no enmendalla.
“Defendella y no enmendalla”, o “mantenella…”, o “sostenella…”: cualquier forma es válida como exponente de la señorial tozudez exigible al caballero, siempre que cumpla con dos mandatos: procurar acertar en la formación de esa opinión, porque si se equivoca –“la acierta mal”- tiene que abordar la también obligada continuación de su defensa, sin arredrarse por el eventual grado de violencia a la que hubiera que recurrir o soportar.
Guillén de Castro recoge la irracional filosofía de defender siempre la opinión que un día defendimos, haciéndola hilo conductor de ofensas y venganzas medievales. Y cuando el conde Lozano, pese a su condición de autoridad de los ejércitos castellanos, se vio orillado en su ambición de ser ayo del Infante don Sancho por haber nombrado el Rey a don Diego Laínez, el conde Lozano abofetea a Laínez. Pero este anciano, era padre de don Rodrigo, el de Vivar, al que le hace prometer que limpiará su honra matando al conde Lozano.
El futuro Cid – que es “honrado y principal”- limpia la honra de su padre y acude desolado a ver a su amada Jimena, hija del conde Lozano, para pedirle ser muerto por ella, ya que se ha convertido en el matador de su progenitor.
Honor intacto
El Rey, al que Jimena pide que castigue al futuro Cid, no lo castiga con la muerte y da ocasión a la honrada y principal pareja para casarse más adelante… con su opinión mantenida y el honor intacto. Y aunque tengo para mí que la nobleza y honestidad atribuidas a aquellos tiempos no son sino imaginaciones que poco o nada tienen que ver con la realidad de unos tiempos duros en comodidades y sentimientos, también albergo la opinión de que el aburguesamiento de la sociedad, que ha ampliado el número de los que gozan de bienestar, también ha tenido como efecto la devaluación dramática de la defensa de la honra. Los que hoy se sienten principales -príncipes de antaño- siguen defendiendo el “mantenella y no enmendalla”… pero sorteando la exposición al peligro.
José María Aznar como Presidente de Gobierno y Trillo como Ministro, convencidos de que por principales son honrados -lo que es una atrevida conclusión- se empecinan en aplicar la chulesca opinión de “mantenella y no enmendalla” aunque fueran conscientes de que sus opiniones fueran equivocadas. Pero esa arrogancia no la mantuvieron con la fuerza de su brazo, sino con la impunidad de protegidos por unos servidores públicos, civiles y militares, obedientes a su mando.
Como en situaciones semejantes vividas en su dilatada experiencia en la formación “Popular” -en su versión de Alianza y en la de Partido- Rajoy es el perfecto superviviente: lejos de gallardos desplantes no siempre útiles, pero derrochando tremenda indolencia en el manejo de silencios y dilaciones, que algunos tildan de sabiduría. Cuando sucedió a Aznar en la Presidencia del Partido y más tarde del Gobierno, no solo mantuvo la corrección de las vergonzosas actuaciones en la terrible y vergonzosa tragedia del Yak-42, sino que, tras alcanzar el triunfo electoral que permitió gobernar a los “populares”, premió a Federico Trillo, activo organizador de las defensas y dilaciones procesales del partido conservador, con la Embajada de España en el Reino Unido.
Y cuando, recientemente, el clamor contra la contra las causas y tratamiento del accidente se hicieron insoportables, volvió a defenderlo pretextando su ignorancia del dictamen del Consejo de Estado, y considerándolo caso cerrado judicialmente. Y el Embajador en Londres, sintiéndose fuerte, insistió en sus bravatas y desplantes.
Indignados
Confió demasiado en el superviviente Rajoy: el jueves pasado, a medio día, María Dolores Cospedal ya prometió escuchar a los indignados familiares y políticos sobre los indicios de terribles irregularidades, que me hicieron sospechar, por analogía de otros comportamientos de nuestro Presidente, que éste había encargado a su subordinada la preparación “quitar hierro” a la arrogancia mantenida, usando en la actuación a la Ministra de Defensa, y la declaración de obediencia de Trillo al Gobierno lo confirmaba… pero debía enviar la columna. Esa misma tarde comprobaba que la operación estaba en marcha. Aún no ha terminado.