«Polvo eres y en polvo te convertirás»,
(Gen. 3,19), ó «Conviértete y cree en
el Evangelio», (Evangelio según San Marcos),
(Fórmulas para la imposición de la Ceniza).
Hoy, un año más, comienza la Cuaresma. A partir de hoy los Católicos, -los más, y los menos practicantes-, todos, comenzamos este tiempo litúrgico que habrá de terminar con la celebración, con la rememoración y conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, y que nos ayudará a llegar a ese culmen con una mejor preparación tanto interior como exterior si observamos y atendemos a cada uno de los preceptos que se nos indican. Justamente, y hablando de un aspecto exterior, hoy seremos muchos, hombres y mujeres, con indiferencia de clase y edad, los que acudiremos en las distintas Eucaristías que se celebren en nuestros templos, a que se nos imponga la ceniza. Me atrevo a pensar que si hiciésemos una encuesta, -ahora que están tan de moda-, muchos y muchas de nosotros diríamos que lo hacemos desde siempre y porque sí. Porque me gusta curiosear, ¡ya lo saben los lectores!, me he propuesto indagar sobre cual es ese «desde siempre» y ese «porque sí». Para profundizar en los orígenes de este rito, y de acuerdo con la prestigiosa publicación católica «Panorama Católico», nos hemos de remontar al Antiguo Testamento, encontrando textos que a ello hacen referencia en el libro del Génesis, en el versículo 27 de su capítulo 19: «Abrahán se levantó muy de mañana y se encaminó al lugar donde había estado con el Señor»; en el libro de Ester, al comienzo de su capítulo 4: «Apenas supo Mardoqueo lo que había hecho, rasgó sus vestiduras, se vistió de saco y ceniza y salió por la ciudad lanzando un grito de dolor…»; o en el libro de Judit, también en su capítulo 4: «Todos los israelitas, hombres, mujeres y niños que habitaban en Jerusalén, se postraron ante el templo, se cubrieron de ceniza sus cabezas y se ciñeron con saco ante el Señor». En unos casos se alude de este modo a la pequeñez del hombre con respecto a Dios, o a la tristeza por el mal comportamiento para con Él. Igualmente, como signo de arrepentimiento, como leemos en los libros de Job: «Por eso retracto mis palabras y en polvo y ceniza hago penitencia», o de Jonás: «El rey de Nínive, al enterarse, se levantó de su trono, se quitó el manto, se vistió de saco y se sentó en el suelo», o de Daniel: «Me dirigí al Señor implorándole con oraciones y súplicas, con ayuno, sayal y ceniza». Podríamos concluir este capítulo con referencias que luego aparecen en el Evangelio de San Mateo: «¡Ay de ti, Corozaín!, ¡Ay de ti, Betsaida!, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, haría ya tiempo que se hubieran arrepentido cubiertas de saco y ceniza», o en el Evangelio de San Lucas, que en su capítulo 10, versículo 13, lo expresa con idénticas palabras.
Pasa el tiempo, estamos en el siglo IV, Roma adopta el Cristianismo y cobra vital importancia el arrepentimiento del pecador para que se perdonen sus culpas. Surgen importantes y numerosos grupos de penitentes, y todos estos símbolos, -también el de la imposición de la ceniza-, se realizan en el día de Jueves Santo. En siglos sucesivos, -y fijándonos ahora en la publicación «Ortodoxia Católica»-, decaen bastante estos grupos de penitentes, y como consecuencia se privatiza en demasía esta práctica que aparece en el Misal Romano como «Día de Cenizas» bien entrado el siglo VIII. ¿Y por qué en miércoles? Hasta el siglo X no se generaliza el comienzo de la Cuaresma. Es ahora cuando tras un ajuste del Calendario Litúrgico se logra que la Cuaresma abarque los cuarenta días que se nos cuenta en las Sagradas Escrituras que Cristo ayunó en el desierto, a la vez que de forma separada se cuentan los domingos comprendidos en estas semanas. Por eso la Cuaresma, a partir de entonces, comienza en miércoles, «Miércoles de Ceniza».
Para terminar me gustaría hacer a modo de un epílogo para, simplemente, comentar que esta ceniza, -como entiendo que todos sabemos-, proviene de la quema de las palmas y ramos de olivo que se portaron durante la conmemoración de la Entrada de Jesús en Jerusalén, el año anterior, y que de las dos fórmulas que existen para su imposición, -que recuerdo al comienzo de estos párrafos-, tan sólo cabe decir que son tan válidas una como la otra, aunque bien es cierto que desde la clausura del Concilio Vaticano II, -hace ahora poco más de cincuenta años-, se recomienda la extraída del Evangelio de San Marcos, por considerarse más Cristiana que la primera, -de indudable origen Judío-, y limitada más a recalcar la fragilidad del ser humano, como tal, y su finitud en esta vida.