Así nos hemos quedado muchas personas ante la inesperada partida de Conchi Sánchez, dislocadas, transpuestas, sin poder escuchar ya el discurrir de un río que, de pronto, se ha secado. Un fluido ligado al de la comunicación con sus ilusiones, estreses, presiones, cambios de rumbo y, superando desniveles o zancadillas profesionales, deseo de ir precisamente más allá, de llegar al mar, un inmenso océano, diverso y plural, sin consignas ni estrecheces.
Han sido cuatro años de intensa travesía en Lanza, de soltar amarras, desplegar velas y también echar el ancla, con sus remansos de paz, viento en popa y tormentosas vicisitudes desde la pandemia de inicios del 2020 hasta las recientes últimas elecciones.
No sólo me da tremenda pena sino que me sienta mal, tras todo lo bregado, lo abrupto de este inconcebible final en un cielo donde hay una estrella más.