La más famosa obra de Cervantes, dice el propio Príncipe de los Ingenios, que Cide Hamete Benengeli, personaje ficticio, un supuesto historiador musulmán creado por Miguel de Cervantes, que en su novela dice que fue este Cide y no él, quien escribió gran parte del Quijote (desde el capítulo IX en adelante), recoge entre sus páginas, lugares, instituciones y gentes, que nos hace concebir que su conocimiento de la Mancha fue profundo. En efecto, en el libro El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, vemos las amplias referencias que el autor poseía de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, Ciudad Real y Talavera, a la que por cierto odiaba y temía, fundada tres siglos antes de salir a la luz su libro universal.
Dice el Manco de Lepanto, que Sancho Panza, vendado los ojos, cuando cabalgaba a lomos de Clavileño que junto a él y Don Quijote, bullía una legión de diablos “que darían con nosotros en Peralbillo”… Este lugar es aludido por el escudero, que según cita Sebastián de Covarrubias en el “Tesoro de la Lengua castellana “es un pago que está junto a Ciudad Real, donde la Santa Hermandad hace justicia a los delincuentes con la pena de saetas. Y en el libro de “Grandezas y cosas memorables de España”, de Pedro de Sevilla (Sevilla 1549), cuenta “Vi junto a ciertas partes a hombres saeteados en mucha cantidad, mayormente en un sitio que se dice Peralbillo, y, más adelante en un cerro alto donde está un arca, que es un edificio donde se echan los huesos de los ajusticiados que se caen de los palos…”
Al parecer, Cervantes conocía muy de cerca la Santa Hermandad, en efecto El Manco de Lepanto hace alusión en algunos pasajes a los famosos “cuadrilleros”, es decir los miembros de la Santa.
Nos encontramos ahora en el capítulo XXIII, donde D. Quijote y Sancho “se entraron por una parte de Sierra Morena para ir a salir al Viso, o a Almodóvar del Campo, y escondiéndose unos días por aquellas asperezas para no ser hallados por la Hermandad que les buscaban, pero allí se encontraron con Ginés de Pasamontes, que huía también de los cuadrilleros…” Y sepa que ya me parece—apuntó Sancho— que sus saetas me zumban los oídos”.
La polémica estalló cuando el monumento, ya montado, fue injustamente criticado (como no podía ser de otra manera, teniendo muy presente la idiosincrasia de Ciudad Real), hasta tal punto que García Coronado prometió llevar a cabo algunos arreglos en su obra
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¿Vivió Cervantes en algunos pueblos de Ciudad Real en su juventud, o en su edad madura?. No lo sabemos. Pero poseía unos amplísimos conocimientos de ellos. Una muestra es la descripción que hace en el capítulo LXXVII de la segunda parte del Quijote cuando habla de Miguelturra y de la acomodada familia de los Díaz Santos, que señala Sancho “…Yo, señor, soy labrador de Miguelturra, un lugar que está dos leguas de Ciudad Real…” .
¿Llegó a permanecer preso Miguel de Cervantes en alguna cárcel de la Santa Hermandad, y por esta causa no veía con buenos ojos y odiaba a sus miembros?
Ciudad Real no olvidó jamás que debía un merecido homenaje a Miguel de Cervantes y Saavedra, por situar por estos lugares su gran obra.
Al fin despertaron las autoridades y se deciden llevar a cabo el testimonio de agradecimiento que tanto deseaban los ciudarrealeños. No fue hasta mayo de 1924, cuando un jurado calificador falló un concurso para la erección del monumento esperado.
La provincia de Ciudad Real formó parte de las muchas andanzas del loco de D. Quijote y su escudero Sancho, según la muestra apuntada más arriba. Nada más acertado. El anteproyecto premiado correspondió al artista manchego Felipe García Coronado, ya consagrado no obstante su juventud. El monumento tal y como fue concebido se levantó en la Plaza del Pilar—trasladado años más tarde a la Plaza de Cervantes—.
La explicación y pormenores del monumento, dado por un cronista de entonces, fue: “En la parte inferior del pedestal lleva cuatro bajorrelieves representando; en el frente, la batalla de Lepanto; el de la izquierda, el entierro de Marcela; el de la derecha, D. Quijote preso en la carreta de bueyes, y en el posterior la refriega de la Venta. En la parte superior del pedestal lleva grabada la siguiente inscripción: “Ofrenda de Ciudad Real al Príncipe de los Ingenios”. La figura de Cervantes, sentada, lleva en la parte posterior dos águilas, símbolo de la Grandeza, Majestad y Genio (sic).
La polémica estalló cuando el monumento ya montado, fue injustamente criticado (como no podía ser de otra manera, teniendo muy presente la idiosincrasia de Ciudad Real), hasta tal punto que, García Coronado prometió llevar a cabo algunos arreglos en su obra. Pero, desgraciadamente, su prematura muerte lo impidió, quedando el monumento tal como lo contemplamos hoy.
En el mes de abril, Cervantes empieza a convivir con la muerte en su casa de la calle del León, esquina con la calle Francos (hoy Cervantes). Recibe la extremaunción, y tres días después, el 22 de abril de 1616 muere. Al día siguiente es enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas según su deseo, en agradecimiento por las gestiones de los Trinitarios en las labores de su liberación de manos de los piratas berberiscos. Fue una diabetes la que se llevó a Miguel de Cervantes cuando el escritor sólo tenía 68 años. Así pues, ahora conmemoramos el IV centenario de su muerte.
*Es miembro de Número de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales