La primera de las incógnita que se plantean, parece que es la que tiene la respuesta más clara; de hecho, desde la Unión Europea ya hablaban desde un primer momento de “sabotaje”, descartando la posibilidad de un accidente. En la historia, de hecho, no se encuentran antecedentes similares y parece que los datos ofrecidos por los sismógrafos descartarían esta posibilidad “natural”; demostrando que en las zonas afectadas se produjeron explosiones deliberadas con la intención de sabotear el suministro de gas a Europa.
Para situar en contexto, el gaseoducto Nord Stream fue inaugurado en 2011 bajo la firma de la multinacional Gazprom, recorriendo el mar Báltico para abastecer de gas ruso a Alemania y sirviendo además como un símbolo político que definía la buena relación que germanos y rusos habían mantenido durante la última década.
Tanto el Nord Stream 1, como el proyecto Nord Stream 2, estaban pensados para conducir y suministrar gas ruso a 52 millones de hogares europeos. Hay un dato que no conviene olvidar, el 40% del gas que consumen los estados miembros de la Unión Europea proviene del país gobernado por Vladimir Putin y ahora es un mercado en el que Estados Unidos ha encontrado un filón para enriquecerse.
¿Cuándo empieza el problema?
El 22 de febrero de 2022, dos días antes de que el ejército ruso comenzase la invasión en Ucrania, Alemania anunció la paralización del proyecto del Nord Stream 2, que se había iniciado en el año 2012 y que acabó desembocando en el anuncio de quiebra, pocas semanas después, de la empresa constructora.
Esta situación hizo que Europa se preguntase qué pasaría si Rusia decidía cortar el suministro de gas hasta el viejo continente; y la respuesta era clara: habría serios problemas de abastecimiento para todos los países dependientes y habría que pagar a precio de oro, dada la falta de energías alternativas con las que suplir el gas ruso.
¿Por qué EEUU y Rusia son sospechosos del sabotaje?
Las teorías que apuntan a que Rusia ha sido el causante del sabotaje sobre sus propios gaseoductos, en los que ha invertido más de 20.000 millones de euros, abordan tres posibilidades: la primera sería la necesidad de encarecer el gas después de que el mercado quedase estabilizado en el último mes y medio, reduciéndose el precio hasta un 50%. Tras el ataque al gaseoducto, los precios han vuelto a dispararse en el mercado; y de nuevo, Rusia tiene en el gas el principal respaldo económico para su maltrecha economía de guerra.
La segunda, es la teoría que explica que Rusia podría haber ejecutado este ataque justo al lado del nuevo gaseoducto inaugurado en Noruega, para hacer una advertencia de lo que podría hacer si se siente acorralado por Europa. Y la última, es que con el gaseoducto inservible y sin capacidad de arreglo, Rusia tiene la excusa perfecta para dejar de suministrar el gas pactado por contrato, alegando la imposibilidad de hacerlo sin tener que pagar penalizaciones a terceros Estados.
Por otro lado, están las teorías que apuntan a Estados Unidos como posible agresor. La principal razón que sostiene esta hipótesis es que, con el gaseoducto ruso destrozado, ahora el país norteamericano ejerce como principal exportador de gas; y por tanto, ha sido el gran beneficiado. Lo único que Europa ha podido hacer para protegerse ha sido la fijación de un precio máximo en la compra de gas. ¿Por qué es la que más cuesta aceptar? Porque sería aceptar que Estados Unidos se ha convertido en un país agresor aprovechando el actual contexto de guerra y Europa estaría aceptando que se ha quedado sin su gran aliado en el mapa internacional.
¿Cómo lo ven los expertos?
Para comprender el sabotaje del Nord Stream, en Lanza hemos contactado con tres expertos en diferentes campos, cuya visión sirve para entender en un contexto más amplio lo sucedido.
Uno de ellos es el profesor de historia y periodista, Juan Luis Manfredi, actualmente profesor titular en la Georgetown University. Desde Estados Unidos anticipa que “cada vez vamos a ver más decisiones económicas en asuntos de primer nivel”. “La agresión de Rusia ha trastocado los planes. El objetivo de Estados Unidos no es tener varios frentes abiertos; no pretende revitalizar la OTAN, ni tener enfrentamientos con una gran potencia, aunque venida a menos, como Rusia”.
Desde la llegada de Biden, recuerda, “el interés de Estados Unidos es replegar, incluso sin contar con los aliados, como puede ser en Afganistán. La guerra de Rusia contraviene la idea del presidente americano de promover una política exterior para la clase media, que es como literalmente el presidente ha citado en sus discursos, evitando batallas que no tienen afectación directa sobre los intereses americanos”. La gran preocupación de Estados Unidos, enfatiza, “es China y su crecimiento económico, su poder militar y su influencia en el suroeste asiático”.
Manfredi cree que pese a que el incremento de la exportación de gas amerciano es un hecho, “esto no forma parte de la estrategia de Estados Unidos”. Su objetivo, subraya, “es que Europa deje de depender del petróleo y del gas ruso”. De hecho, estima, “mientras que Europa demanda 130, Estados Unidos sólo ofrece 30; el resto de gas debe buscarse en otros proveedores como Arabia Saudí o Argelia”. Por tanto, recalca, “no es el objetivo de Estados Unidos convertirse en el gran exportador de gas para Europa”.
Por su parte, el profesor de historia en el colegio Salesianos de Puertollano, Borja García, habla de Putin como “un hijo de la Guerra fría”, señalando que “el odio del país derrotado lo ha trasladado a su forma de gobernar”. Quizás en la cabeza del mandatario ruso todavía resuenan las palabras de la declaración de Camp David o aquellas de Bush en las que proclamaba al mundo que “por la gracia de Dios, Estados Unidos había ganado la Guerra Fría”.
Lo que está claro, afirma, “es que Rusia se siente un país acorralado por la OTAN”, recordando el bombardeo de 1999 con el que Yugoslavia ponía fin a las buenas relaciones diplomáticas entre Rusia y la OTAN. Su gran baza frente a Europa en estos momentos “es su posición como país exportador de energía”.
Sobre las especulaciones que buscan señalar un culpable, García lo único que tiene claro es que “la gran víctima será Europa”. “La mentalidad anglosajona y la europea se rigen por valores diferentes; para unos lo importante es imponerse al precio que sea y en nuestro caso, siempre ha sido la de adaptarnos a lo que haya. Por eso costará mucho ver a Estados Unidos como posible país agresor”.
Finalmente, para comprender todas las perspectivas que rodean al sabotaje del Nord Stream, el profesor de derecho internacional de la UCLM, Ángel Sánchez Legido, da luz sobre algunos conceptos que a partir de ahora tendrán un gran peso para definir el nuevo marco jurídico que entrará en juego en el contexto internacional.
Respecto a la propiedad del gaseoducto, compartida por Rusia y Alemania, dos estados miembros como Suecia o Dinamarca han entrado en escena dada la cercanía a sus costas del lugar donde se han producido las explosiones. “Los ataques se producen en la plataforma continental de ambos países, donde los estados rivereños tienen competencias soberanas pero limitadas a los efectos de la exploración y explotación de los recursos económicos”.
Por tanto, el sabotaje del gaseoducto se ha llevado a cabo en un territorio, “donde rigen las libertades del alta mar”. En ese marco de libertades, destaca el profesor, “estaría el tendido de cables y conducciones submarinas. Por tanto, no se puede decir que se haya producido un ataque directo en territorio de ninguno de los estados pertenecientes a la OTAN”. Lo que sí se ha producido, subraya, “es un ataque contra una infraestructura crítica perteneciente a uno de los países de la Unión Europea, como es Alemania”.
Para Sánchez Legido, “el ataque ha podido ser una demostración de Rusia a Europa de la vulnerabilidad de las infraestructuras críticas y para enfatizar que la situación es irreversible, que incrementará el precio del gas y pondrá en dificultades el suministro”.
Pese a ello, “aún en el supuesto de que esos ataques se hubiesen dado en aguas territoriales, el carácter limitado del ataque, podría considerarse como el acuerdo internacional de justicia cataloga como uso menor de la fuerza que no autorizaría la legítima defensa en cualquier caso”.