Todos los años, cuando se acercan estos días de carnaval o carnes tolendas, suelo releer, con verdadero deleite, la novela corta del escritor de Tomelloso, don Francisco García Pavón (1919-1989), “El Carnaval”. Yo me he preguntado muchas veces: ¿qué tiene esta novela de mágica y de singular? Y apenas me he sabido contestar. ¿Tiene el encanto del tiempo amarillo y del tiempo perdido que ya no volverá? ¿Quizá tiene el aire de tango de arrabal, que entonces era tan popular con el charlestón? ¿Tiene la atracción y la diversión de un pueblo desenfadado como el de Tomelloso, que se echa a la calle para olvidarse por unos pocos días de sus labores en un campo, que siendo una dura gleba lo habían convertido sus hijos por el cultivo de la viña en una Geórgica virgiliana? Pero esta novela tiene mucho más, pues nos presenta el descubrimiento del casco urbano de Tomelloso y su vecindario allá por 1925.
Sin más preámbulos, veamos como se inicia esta novela de encanto y sugestión del tiempo amarillo del ecuador de los años veinte del siglo XX y recobrada por García Pavón en 1968, con tres historias en lo que se puede llamar un “racconto” en italiano: I.- El Carnaval. II.- Una muerte natural. III.- Una cencerrá. En unas 75 páginas, el autor nos cuenta un crimen y el esclarecimiento del caso por Manuel González, alias “Plinio”, y su ayudante, el albéitar, “Don Lotario”.
La pluma en la mano, su sonrisa en los labios y su inspiración con la atención reconcentrada, don Francisco García Pavón inicia la maravillosa aventura del Carnaval, que, aunque tiene como historia un asesinato para desarrollar un argumento, podemos decir que aquí “no se ha escrito un crimen”, sino como en las novelas policíacas, que son pura ficción y nada más y que tienen como escenario la gran ciudad.
“En España nunca creció de manera vigorosa y diferenciada la novela policíaca y de aventuras. Lectores hay a miles. Transcriptores, simuladores y traductores de las novelas policíacas de otras geografías, a cientos. Nuestra literatura de cordel y crónica negra cuenta desastres y escatologías para todos los gustos y medidas; sin embargo, al escritor español, tan radical en sus gustos y disgustos, nunca le tentó este género que, tratado con arte e intención, podía haber alumbrado muchas parcelas de nuestra vida y distraído a infinitos lectores.” Este género va a ser cultivado con posterioridad por los escritores de la generación que va a suceder a García Pavón, tal como Manuel Vázquez Montalbán, con su serie “Pepe Carvallo”. Y la siguiente generación de Juan Madrid. Lo que indica que García Pavón no fue sólo el Colón de un género ignoto, sino que creó la escuela policíaca en España y desde un pueblo, el de Tomelloso (Ciudad Real), en el que nadie pensaría en ubicar estas historias de crímenes, enredos, desenredos y aclaración de sucesos en una villa en la que sus moradores habían dejado que la vida transcurriera en una Arcadia de la viña y del cereal. ¿Por qué situó en este escenario urbano sus novelas Pavón? Él mismo nos lo explica de forma breve y concisa::
“Yo siempre tuve la vaga idea de escribir novelas policíacas muy españolas y con el mayor talento literario que Dios se permitiera prestarme… Conocía un ambiente entre rural y provinciano muy bien aprendido: el de mi pueblo, Tomelloso. Unos tipos y costumbres y verbo popular que asomaron en mis libros más queridos: “Cuentos de mamá, Cuentos republicanos y Los liberales”. Sólo me faltaba encontrar el “detective”, ya que los “cacos” se me darían por añadidura. A falta de imaginación, me bastaría recordar averías humanas y crímenes de por aquellas tierras que oí contar muchas veces y que algunas fueron afamadas en romances de ciego.”
Don Francisco García Pavón es un escritor cervantino y quijotesco. Admiraba la obra de Cervantes, especialmente el Quijote, por encima de todo. Había bebido y aprendido en la fuente clara y en el valor de aquella prosa, donde la manera genuina del pueblo manchego encuentra su manera de ser singular.
García Pavón parte como Cervantes: “en un lugar de la Mancha”. De aquí va a partir y va a escribir de aquí: “Desgraciadamente en mi pueblo no hubo nunca un policía de talla, es natural. Pero sí hubo un cierto jefe de la Guardia Municipal cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revolver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo observándole en el Casino (de San Fernando) o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento.”
Pero un personaje no aparece aislado ni en el tiempo ni en el espacio, y a este jefe de la Guardia Municipal, le va a suceder algún policía local, que se jubiló ya y que es un Plinio redivivo, que ha servido para inspirar al dibujante local Santiago Palacios, y quién sabe si al mismo Mingote, que ilustró las portadas de los libros de aventuras policíacas de García Pavón, que fueron apareciendo en la Editorial Destino y en la colección Áncora y Delfín. Nos explica García Pavón como descubrió a su detective, más bien como tropezó con él, en su exploración colombina en su singladura por Tomelloso:
“Por fácil concatenación, hace pocos años se me ocurrió que mi “detective” podría ser aquel jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, que en seguida bauticé como Plinio. E intenté mi “primera salida” (frase alusiva al Quijote cuando realizó su salida por el Campo de Montiel) aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las “Cuestas del hermano Diego”, que me habían referido tantas veces camino de Manzanares.”
Nosotros hemos visto muchas veces desde el coche y a unos treinta o cuarenta metros unas cruces de piedra que señalaban la muerte de los carromateros y meloneros que se aventuraban desde Tomelloso a Manzanares a llevar su carga para terminar desvalijados por los forajidos, y asesinados en el camino. De aquí surgió la novela policíaca del joven escritor, Francisco García Pavón, “Los carros vacíos”, que se publicó en Alfaguara y en su colección “La novela popular”. Buen inicio para un escritor que había dado con su piedra filosofal y que además se iba a hacer muy popular como se demostró en el rodaje por Televisión Española de la serie de Plinio.