La fuerza, energía y ‘fuego’ de los ocres y anaranjados del cabello iluminan los retratos, parte de ellos de inspiración renacentista, que Elena Poblete crea, en un minucioso trabajo de selección de tonos fundamentalmente de grises, a partir de letras de textos periodísticos impresos.
La artista toledana y profesora de la Escuela de Arte Pedro Almodóvar inauguró este viernes en el Museo del Quijote la muestra ‘Giovanna y la mirada eterna’ que se abre con la obra que da título a la exposición que tiene como referencia el retrato póstumo de Giovanna Tornabuoni que pintó Domenico Ghirlandaio. En la apertura oficial de la muestra, que se puede presenciar hasta el 16 de mayo, contó cómo esta dama de la alta burguesía florentina falleció con 19 años al dar a luz a su segundo hijo, pero, “a pesar de su corta vida, su mirada, belleza y delicadeza” se han mantenido inalterables durante siglos gracias a “la magia del arte de encapsular el tiempo y transcender”.

‘Retrato de una joven’, del pintor renacentista flamenco Petrus Christus, es otra de las fuentes de inspiración, así como la obra de Durero y Boticelli, que ha utilizado Elena Poblete, que suele combinar el collage tipográfico bidimensional con objetos tridimensionales que completan el discurso narrativo con alusiones a la libertad tanto individual como colectiva, para lo que emplea tiras de papel que salen del cuadro, trenzas que se convierten en cuerdas y raíces, jaulas y nidos.
“Lo que más me interesa es el sujeto, sus emociones, sentimientos y vulnerabilidad como condición humana y, a la vez, la fuerza que tiene para superarlo todo”, señaló la autora, que también plasma cómo lo colectivo, lo que nos circunda impregna al individuo, lo determina, usando las letras empleadas en todo tipo de noticias que suceden a nuestro alrededor.
Familiares y alumnos de la Escuela de Arte aparecen en la obras de Elena Poblete, que también se autorretrata en una escalera, cuyos peldaños simbolizan “la altura a la que quieres estar, bien cerca del suelo, más segura, o subir y tener mayor horizonte pero a costa de una sensación de vértigo”. Así mismo, la propia artista aparece en “una obra objeto” de periódicos apilados que representa el propio trabajo de ir acumulando pequeños recuerdos.

La exposición también incluye una serie elaborada en pleno confinamiento, en la que la representada es una maniquí y en la que plasma “lo que estábamos sintiendo”, es decir, una sensación deshumanizada, perplejidad, tristeza y aislamiento.
A diferencia de otros lugares expositivos donde las paredes suelen ser blancas, el Museo del Quijote es un espacio muy peculiar, tiene mucha personalidad y paredes grises, por lo que decidió “intervenir de otra manera: hacer una especie de instalación donde ya no sólo fuera una obra detrás de otra sino que dialogaran, recreando cómo habitan en el estudio, donde entran en contacto, se van acumulando de una forma azarosa que vas cambiando y piezas, que por tamaño o técnica no pondrías juntas, entran en un diálogo interesante”.